martes, 21 de septiembre de 2010

«CUANDO EL INFIERNO ABRIÓ SU BOCA»

21 sep 10

«CUANDO EL INFIERNO ABRIÓ SU BOCA»
por el Hermano Pablo



Era un simple tubo de metal. Pero era un tubo que transportaba petróleo venezolano. El tubo estaba al descubierto, a unos 500 kilómetros al sureste de Caracas. A fines del mes de diciembre, un autobús se salió de la ruta y chocó contra el tubo, y el tubo estalló.

En cuestión de segundos, el vehículo se vio envuelto en enormes llamas. Treinta personas perecieron en aquel infierno. Alberto Restán, un joven pasajero que por milagro escapó vivo, dijo a los diarios: «La gente gritaba desesperadamente cuando se produjo el choque. Pero cuando el infierno abrió su boca, cesaron todos los gritos.»

«Cuando el infierno abrió su boca.» La frase es impactante. Por eso se usa con frecuencia en la literatura universal. La boca del infierno representa todo peligro genuino, toda amenaza verdadera, todo acto de maldad desatada y toda violencia incontenible.

En este sentido hay muchas situaciones simbólicas en que el infierno abre su boca. A veces es la puerta de una cantina adonde el padre de familia va a gastar el dinero de la semana. A veces es un negocio turbio donde el hombre deja enterrada integridad, conciencia y moral.

A veces lo que debiera ser lo más bello en esta vida, el matrimonio, resulta ser no sólo la boca del infierno sino el infierno mismo debido a insolencias y hostilidades. El orgullo y la rebeldía deshacen el hogar, quebrantan a los niños y convierten en llamas de horror lo que comenzó siendo nido de amor.

Somos nosotros los que provocamos nuestros infiernos. Es increíble el mal que nos hacemos a nosotros mismos. Creemos que cuando nos imponemos, forzando nuestra opinión y exigiendo que se respeten nuestras disposiciones, salimos ganando. Pero es todo lo contrario.

¿Por qué habrá tanta disensión en el mundo? ¿Por qué será que hermanos se matan unos a otros? ¿Por qué los recién casados, que comenzaron con las más grandes ilusiones de amor, llegan a odiarse? Por una sola razón: la rebeldía y el egoísmo. ¿Cuándo reconoceremos que el problema lo somos nosotros mismos?

El día en que nuestro mayor anhelo sea agradar a Cristo agradaremos a los que están a nuestro lado. Con eso estaremos, también, agradándonos a nosotros mismos. No nos sigamos destruyendo. Arreglemos hoy mismo nuestras cuentas con Dios. La paz con Dios trae paz a nuestra alma.

viernes, 3 de septiembre de 2010

NIEVE, VIENTO Y SOL

por el Hermano Pablo

Un blanco manto se extendía por todos lados. Era la primera nevada otoñal en Noruega, y la nación entera estaba cubierta del blanco armiño.

Tres niños jugaban en la nieve: la pequeña Silje Redegaard, de cinco años de edad, y dos amiguitos de ella, uno de cinco años y otro de seis.

De pronto, en un sorpresivo estallido de violencia, los dos niños comenzaron a pegarle con palos a Silje Redegaard, hasta que quedó inconsciente. Poco tiempo después murió, congelada. Los dos homicidas pudieron explicar lo que pasó. Lo maravilloso, lo increíble, lo inesperado fue la reacción de la madre de Silje, Beathe Redegaard, pues dijo: «Yo perdono a estos niños. Ellos no sabían lo que hacían.»

Aquel trágico suceso sacudió a toda Noruega, un país excepcionalmente culto, pacífico y ordenado. Nadie hubiera esperado que dos niños tan pequeños tuvieran tal ataque de furia. En la blanca nieve del otoño, sopló, de golpe, el viento de la violencia. Pero luego hubo, también, un rayo de sol: el perdón de la madre de la niña muerta.

La nieve, el viento y el sol pueden emplearse como símbolos del drama universal humano. La nieve es fría, inmóvil, silenciosa. Representa, en toda su indiferencia y frialdad, la muerte. El viento, que a veces se vuelve torbellino al soplar con furia descontrolada, representa la violencia. Y el sol, cálido y bueno, representa la acción perdonadora y salvadora de Dios. Por eso a Cristo se le llama en la Biblia «el sol de justicia» (Malaquías 4:2).

Toda acción ofensiva de los hombres —toda injusticia, todo despotismo, todo pecado— trae aparejada la muerte. «La paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23a) es la sentencia inapelable de Dios. Y hay que reconocer que vientos de violencia soplan furiosos por todas las comarcas del mundo.

Sin embargo, hay un Sol de justicia que nos ofrece perdón, tal como se lo ofreció Beathe Redegaard a los dos niños asesinos de su hijita. Puede haber en la humanidad mucha violencia, mucha maldad y mucho pecado, pero por encima de todo hay un inmenso manto de perdón.

Fue San Pablo quien dijo que «la paga del pecado es muerte». Pero añadió que «la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Romanos 6:23b). El sacrificio de Cristo al morir en la cruz basta para limpiar todos nuestros pecados.

Si le pedimos perdón a Dios, no importa cuáles ni cuántos han sido nuestros pecados, con tal que nos arrepintamos sincera y profundamente. Cristo desea ser nuestro Salvador.

www.conciencia.net

miércoles, 1 de septiembre de 2010

IMÁGENES DESENFOCADAS

por Carlos Rey

Era la primavera del año 1965. El astrofísico francés, Jacques Blamont, había tenido una extraordinaria oportunidad de fotografiar ciertas posiciones estelares que no volverían a repetirse en medio siglo. El mundo astronómico esperaba con ansiedad los resultados de aquellas fotos. El científico mismo casi pierde la paciencia al esperar el revelado de la película y la impresión de las fotografías.

Cuando éstas, al fin, se examinaron, hubo pánico entre los astrónomos. El equipo fotográfico había fallado. Parece que uno de los lentes se había aflojado, y todo el resultado de ese trabajo, que no podía repetirse, había quedado fuera de enfoque.

Cuando el científico ya se disponía a echar a la basura su trabajo, Jorge Stroke, un ingeniero eléctrico, le dijo: «No lo botes, Jacques. Dame un poco de tiempo, a ver si de estas fotografías desenfocadas no te produzco algo que te pueda servir.» En efecto, no le tomó más de un año cumplir su promesa.

Stroke había descubierto que esas imágenes, llamadas fotografías, no eran más que una serie de sombras y luces formadas por puntitos microscópicos que, por estar tan unidos, se reproducían como una foto. Cuando la fotografía estaba desenfocada, aquellos puntos microscópicos estaban desparramados y se traslapaban unos sobre otros. Para reproducir una foto enfocada de nuevo —dedujo Stroke—, tendría que trabajar, por medio de un microscopio, con cada célula de luz y volverla a su posición original. Así fue como el 18 de marzo del año 1966, el ingeniero Stroke logró entregarle las fotografías al científico Blamont en una condición casi perfecta. El milagro de la hazaña fue la gran noticia en el mundo científico.

Así como cada una de las fotos iniciales de Blamont, también la vida de muchos de nosotros no es más que una imagen desenfocada. Nada está claro. Nada tiene definición. Nada nos sale bien. Nuestra vida revela una evidente falta de nitidez. Pero gracias a nuestro Padre celestial, hay un Ingeniero que sabe cómo tomar nuestra vida opaca e indefinida y hacer de ella una imagen nítida, de alta definición. Se trata de su Hijo Jesucristo. El apóstol Pablo nos explica que Dios «nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al [reino de luz, el] reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados». Cristo es

la imagen del Dios invisible,
el primogénito de toda creación,
porque por medio de él fueron creadas todas las cosas
en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles
todo ha sido creado
por medio de él y para él.
Él es anterior a todas las cosas,
que por medio de él forman un todo coherente.1

Cristo puede limpiar todo lo borroso de nuestra vida. Él quiere aclararla y darle nitidez. Pero no requiere de un año para lograrlo. Basta con que le demos un instante para que lo haga.
1 Col 1:12-17

www.conciencia.net
La imagen desenfocada del primer Hombre Adán, hoy es renovada en Cristo.