martes, 23 de noviembre de 2010

CÓMO HACER DE LOS DÍAS FESTIVOS, DÍAS SANTOS

“Sed santos, porque Yo soy Santo” (1 Pedro 1:16b)


Uno de mis himnos favoritos ha sido “Fuente de toda bendición” (en inglés “Come, Thou Fount Of Every Blessing”). Este es un himno que lo canto cuando estoy “afinando” mi corazón hacia Dios. Una de sus estrofas dice: “Tú eres la fuente de toda bendición; afina mi corazón para cantar de tu gracia, tus corrientes de misericordia nunca cesan, y ameritan nuestras vigorosas alabanzas” (traducción libre).

¿Ha notado que, para mucha gente, a veces los días festivos parece que no fueran adecuados para las alabanzas vigorosas? ¿Por qué? Debido a nuestro enfoque. Nos enfocamos en nuestras circunstancias en vez de en Cristo.

Déjeme animarle con la última estrofa del himno mencionado: “De tu gracia soy un gran deudor; diariamente lo reconozco. Deja que tu gracia, como un cerrojo, sujete mi corazón a Ti; porque propenso a desviarme soy, Señor, propenso a abandonar al Dios que amo. Toma mi corazón y séllalo, séllalo para tu trono, Oh Dios” (traducción libre).

Durante estos días festivos, deseo que usted se sujete fuertemente a la extraordinaria gracia de Dios, y no se suelte. No deje que los días festivos se vuelvan días vacíos. Haga de este tiempo un tiempo santo para usted, su familia y sus amigos.

Una de las cosas que hacemos como familia en la mañana de Navidad, es desayunar juntos antes de abrir los regalos. Cada miembro de la familia lee un versículo bíblico, y entonces yo les digo de qué se trata la Navidad. Luego, damos gracias a Dios por el más grande regalo de todos: su Hijo Jesucristo.

He aquí diez ideas que le ayudarán a transformar los días festivos en días santos:

1- Haga prioridad diaria el tener un tiempo a solas con Dios. He aquí algunos versículos en los cuales puede meditar en este tiempo: Isaías 53:1-12; Mateo 16:24-26; 1 Corintios 13:1-13; Efesios 1:1-11; Colosenses 3:1-4; 1 Timoteo 2:5-6; Hebreos 4:14-16

2- Ore por la oportunidad de testificar a una persona acerca del Señor Jesucristo.

3- Invite a sus vecinos a una “Casa Abierta” en la Navidad. Ponga el enfoque central de la noche en la lectura de la historia de Navidad y la historia de la Pascua.

4- Consiga, en un Asilo de Ancianos, la lista de personas sin familiares, para que las visite durante los días festivos. Prepare una Canasta Navideña para una de esas personas con artículos de aseo, repostería hogareña, y un versículo de ánimo, como Isaías 41:10.

5- Prepare un “Regalo navideño para Jesús”, usando un frasco o cajita. Decórelo apropiadamente y ponga dinero en él, diaria o semanalmente. Luego entregue ese regalo como una ofrenda de amor, a alguna organización caritativa.

6- Tome tiempo para preguntarse: “Si pudiera dar un regalo de Navidad a alguien, ¿qué daría y por qué?” Pregúntele a Dios qué es lo que Él quisiera que usted haga al respecto… y ¡hágalo!

7- Pídale al Señor que ponga en su corazón los nombres de hombre y mujeres no salvos. Anótelos y que eso sea su resolución de Año Nuevo, como parte del proceso de guiar a esas personas a la fe en el Señor Jesucristo, al compartirles, ayudarles y mostrarles el amor de Jesús.

8- Solicite a amigos y familiares que piensen en por lo menos tres regalos que podrían darse unos a otros, durante el año… ¡y que no cuesten nada!

9- No se olvide de compartir las Buenas Nuevas de la Navidad con su cartero, jardinero, servicios de entrega a domicilio, o cualquier otra persona que, durante el año, le ha prestado algún servicio.

10- Invierta un par de horas haciendo un inventario de su vida; haga una lista de las posesiones que significan mucho para usted. Luego haga una lista de las posesiones que tiene en Cristo y que el dinero no puede comprar. Pase algunos minutos agradeciendo a Dios por ambas listas.

EL HORNO DE LA AFLICCIÓN

Eran seis hombres, los seis dominicanos, que querían escapar del horno de la aflicción. No tenían trabajo. No tenían dinero. No tenían esperanzas. Así que se metieron dentro de un cajón de mercancías de un barco que partía de Santo Domingo hacia Miami, Florida.

Esperaban llegar en menos de veinticuatro horas. Pero tardaron tres días. La temperatura dentro del cajón subió y subió hasta llegar a 54 grados centígrados. Cuatro de los hombres murieron de deshidratación. Pero Daniel Fernández, de diecinueve años de edad, y su amigo Raúl Mesa, de veinticuatro, sobrevivieron.

En medio de ese infernal horno le habían rogado a Dios: «Por favor, Señor, ¡ayúdanos a sobrevivir! ¡No nos dejes morir así!»
¡Cuántos no serán los dramas que ocurren a diario en las diversas fronteras de este mundo! Son los dramas de personas que a toda costa desean salir de su condición precaria debido a la pobreza y el desempleo, y pagan grandes sumas de dinero, dinero que difícilmente consiguen, para que los introduzcan ilegalmente a lo que ellos piensan es la tierra de promisión. Esos jóvenes dominicanos vivieron ese drama.

La frase «el horno de la aflicción» es una frase bíblica (Isaías 48:10) que describe a cabalidad la aflicción de los israelitas durante cuatrocientos años de servicio forzado al faraón de Egipto, y la que pasaron los tres jóvenes hebreos, en tiempos del rey Nabucodonosor, al ser arrojados a un horno en llamas, del cual salieron sin la más mínima quemadura.

Hoy usamos esa frase para denotar algún problema muy serio por el cual estamos pasando, o alguna enfermedad aguda que nos ha atacado, o algún dolor familiar muy grande que nos hace llorar. ¿Qué hacer cuando nos encontramos en tales hornos?

Cuando todo recurso humano ha fallado, siempre está Dios. Y Dios contesta el clamor del necesitado en dos formas. Por una parte, trae el socorro oportuno y libra del horno de la muerte al necesitado. Y por otra, le da al necesitado fe y seguridad de que, estando Dios a cargo del problema, todo va a salir bien. Esta no es siempre una solución inmediata al problema específico que nos acosa. Es más bien una chispa de paz, de tranquilidad, de seguridad, de que Dios, a la larga, nos hará triunfar. La promesa es que «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo» (Romanos 10:13). Basta con pedir, creer y recibir. Cristo siempre acude al clamor sincero del necesitado.

(Isaías 48:10).10 He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción.

sábado, 20 de noviembre de 2010

LAVADERO DE AUTOS

Lavadero de autos
Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo.- Isaías 43:2
Jamás olvidaré mi primera experiencia en un lavadero automático de automóviles. Mientras me acercaba con temor, como si fuera al dentista, puse el dinero en la ranura, nerviosamente revisé las ventanillas una y otra vez, moví el coche con cuidado hasta la línea, y esperé. Fuerzas más allá de mi control comenzaron a mover el auto, como si estuviera sobre una cinta transportadora. Ahí estaba yo, encajonado en el vehículo, cuando un atronador chorro de agua, jabón y cepillos comenzaron a salir de todos lados. ¿Qué pasaría si quedo atrapado aquí o el agua entra de golpe?, pensé de modo irracional. De repente, el agua se detuvo. Después de un secado de aire a presión, el coche fue nuevamente impulsado, limpio y brillante, hacia el mundo exterior.
En medio de todo eso, recordé épocas tormentosas en mi vida en que parecía estar en una cinta transportadora, víctima de fuerzas más allá de mi control. Ahora las llamo: «Experiencias de lavadero de auto». Me acordé que, al atravesar aguas profundas, mi Redentor había estado siempre conmigo, protegiéndome de la marea creciente (Isaías 43:2). Cuando salía por el otro lado, lo cual siempre sucedió, podía decir con gozo y confianza: « ¡Dios es fiel! »
¿Estás en medio de una experiencia de lavadero de auto? Confía en que el Señor te llevará hasta el otro lado. Entonces, serás un testimonio resplandeciente de Su poder protector.
El túnel de prueba puede generar un testimonio brillante.
Autor: Editores de Nuestro Pan Diario.

martes, 9 de noviembre de 2010

UNA FE VERDADERA, PODEROSA, ÍNTIMA, Y DURADERA: JUNTAS POR TODA LA ETERNIDAD

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. 2 Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. 3 Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. 4 Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella. 5 Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. 6 Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. 7 Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe. 8 Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. 9 Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; 10 porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. 11 Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. 12 Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar. 13 Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. 14 Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; 15 pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. 16 Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad. 17 Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, 18 habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; 19 pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir. 20 Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a Esaú respecto a cosas venideras. 21 Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón. 22 Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos. 23 Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey. 24 Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, 25 escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, 26 teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. 27 Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible. 28 Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos. 29 Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados. 30 Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días. 31 Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz. 32 ¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; 33 que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, 34 apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. 35 Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. 36 Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. 37 Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; 38 de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. 39 Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; 40 proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.

Nacieron juntas y vivieron juntas durante nueve años. Eran hermanas siamesas, unidas por el vientre. Cada una tenía sus propios órganos internos, excepto que compartían un solo corazón. Cuando nacieron, los médicos pronosticaron: «Tendrán a lo sumo una semana de vida.» Pero vivieron nueve años.

Estas eran las hermanitas Ruthie y Verónica Collins, de Johannesburgo, Sudáfrica, quienes sabían de seguro que iban a morir. Aunque sus padres jamás les hablaron de la muerte, ellas espontáneamente decían: «Nosotras moriremos pronto, pero sabemos que nos iremos con el Señor.» En efecto, murieron a los nueve años de edad con una diferencia de media hora. Su muerte fue pacífica, y la calma de ellas trajo calma a todos los que las rodeaban.

Nacieron juntas, vivieron juntas, y juntas pasaron a la eternidad. ¿Cómo podían ellas saber que irían a estar con el Señor? ¿De dónde viene una fe tan inamovible? ¿Como se puede tener esa seguridad?

Sus padres, Peter y Marlene Collins, tenían una relación íntima con Cristo. Habían aceptado con calma y resignación el anormal nacimiento de las niñas. Nunca renegaron contra Dios. Al contrario, les enseñaron a sus hijas la palabra de Dios y les hablaron de Cristo desde que tuvieron la capacidad de entender.

Nunca manifestaron pena o desagrado por la condición de las siamesas. «Dios lo permitió —dijeron siempre—, y Él sabe lo que es mejor.» Nunca les hablaron a las hijitas de muerte, o desgracia o fatalidad, ni les introdujeron una sola gota de amargura. La verdad es que ambos padres quedaron sorprendidos cuando Ruthie y Verónica dijeron, casi al unísono: «Pronto vamos a morir y nos vamos a ir con el Señor.»

Para los que cultivan una fe viva en Jesucristo, las penas y pruebas de la vida son siempre menores. Siempre las hay, pero las sobrellevan sabiendo que Cristo está con ellos. Las luchas de esta vida las sufren todos, los buenos y los malos, pero los que tienen su fe en Cristo triunfan sobre ellas.

No es que uno sea un favorito de Dios o un privilegiado, pero el cristiano genuino sabe desarrollar una fe viva, un carácter sólido, una esperanza inconmovible e inquebrantable en Cristo. Cualquier ser humano puede tener esa misma calma en medio del dolor cuando Cristo es su dueño y Señor.

Abrámosle nuestro corazón y nuestra mente a Dios. Démosle nuestra voluntad. Rindámosle nuestra vida entera, y comenzaremos a experimentar y a vivir una fe viva que vence al mundo y a sus dolores y problemas. Cristo quiere ser hoy nuestro Salvador.