" ESTOY HARTO DE MI MISMO".
(25 Aniversario de la Muerte de Jorge Luis Borges)
Se arrellanó cómodamente en el amplio sillón de cuero, miró a lo lejos con los ojos que sólo veían sombras, y mientras esbozaba una de sus características sonrisas, entre seria y burlona, dijo con voz serena: «Ya he cometido la imprudencia de vivir más de ochenta años. Si es que todavía espero algo, es la muerte, con cierta impaciencia.»
El periodista se quedó mirando extrañado al enigmático personaje que acababa de pronunciar esas palabras, Jorge Luis Borges, uno de los genios literarios del siglo xx. «La idea de que uno va a desaparecer totalmente es agradable, reconfortante —afirmó Borges—. Por lo menos, lo es para mí... Sería horrible seguir siendo, y sobre todo, seguir siendo Borges. Estoy harto de él....
»Hace bastante tiempo que deseché la idea del suicidio; yo creo que, desde que perdí la vista, me interesó tanto haber perdido la vista que... me interesó menos la idea de perder la vida... Antes de mi ceguera pensé muchas veces suicidarme, pero siempre me reservé ese consuelo para más adelante y ahora ya es un poco tarde; yo creo que ya no necesito suicidarme... tengo ya demasiados años —concluyó—: en cualquier momento el tiempo me suicida.»1
No obstante, Borges vivió seis años más. Cuando murió el 14 de junio de 1986, faltaban sólo dos meses para que cumpliera ochenta y siete años.
«He escrito mucho sobre Dios —había expresado—, inclusive he escrito una demostración casi humorística sobre su existencia. Pero al fin de cuentas, no sé si creo en Dios... Yo no entiendo a Unamuno, porque Unamuno escribió que Dios para él era proveedor de inmortalidad, que no podía creer en un Dios que no creyera en la inmortalidad. Yo no veo nada de eso.»2
Ahí está la solución del enigma. Borges confesó que no veía nada. Había perdido no sólo la vista física sino también la espiritual. Estaba convencido de que su destino era morir ciego, pues así habían muerto su padre, su abuela paterna y su bisabuelo.3 Pero si bien habría de morir ciego en lo físico, no tenía por qué morir ciego en lo espiritual. Porque Dios envió a su Hijo Jesucristo al mundo a dar vista a los ciegos4 y a dar su vida por ellos para que no tuvieran que morir ciegos espiritualmente.
A diferencia de Unamuno, a Borges le costó mucho creer que Dios era proveedor de inmortalidad. Es decir, le costó reconocer que a Cristo le costó la vida proveernos vida eterna. Más vale que en ese sentido nos asemejemos a Unamuno y no a Borges. Porque cuando perdemos la fe y la esperanza de vida eterna, nos hartamos de nosotros mismos y nos impacientamos por ver llegar el día de nuestra muerte. En cambio, cuando vibramos con esa fe y esa esperanza, no nos hartamos de nosotros mismos porque tenemos la vista fijada en Cristo, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe,5 y lo que nos impacienta es ver llegar el día en que comenzaremos a vivir con Él eternamente.
1 Esteban Peicovich, Borges, el palabrista (Madrid: Editorial Letra Viva, S.A., 1980), pp. 36,164-65.
2 Ibíd., pp. 43,44.
3 Ibíd., p. 40.
4 Lc 4:18
5 Heb 12:2
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