miércoles, 21 de septiembre de 2011

UNA RESURRECION GLORIOSA EN CRISTO JESUS

NOVENTA AÑOS Y CON CORAZÓN DE NIÑO




—¿Cuántos años tienes, abuelita?
—Tengo noventa años, Jorgito.
—Eso quiere decir que ya estás muy viejita, ¿verdad?
—No lo creas —replicó la anciana—. Yo soy tan joven como tú.
—¿Qué? ¿Cómo puedes ser tan joven como yo, si no tengo más que once años y tú noventa?
Aunque el niño no podía comprenderlo todo, la abuela contestó con dulzura:
—Todavía me emociono cuando sale el sol; todavía me alegran las luces del árbol de Navidad; todavía me sorprendo, como tú, con cada botón de rosa.
—Bueno, ¿y si eres tan joven, por qué estás tan arrugada y temblorosa?
—Es cierto que mi cuerpo está viejo —respondió la abuela sonriendo—, pero yo sigo siendo joven. Mi corazón es como el de un niño. Lo único que tengo viejo es el cuerpo.
Jorge, con esa sencillez propia de su edad, preguntó:
—¿Y por qué no consigues un cuerpo nuevecito, abuela?
Ante esto, a la abuela le brillaron los ojos, y contestó emocionada:
—Eso es exactamente lo que pienso hacer un día de estos.
Cinco semanas después, la abuela dormía en su ataúd. ¡Y tenía toda la razón! Lo único que todos tarde o temprano tendremos viejo es el cuerpo, porque por dentro tenemos un alma a la que Dios hizo con la eternidad en mente.
En su segunda carta a los corintios, San Pablo escribió: «Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros.... Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo.... Pues sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con él y nos llevará junto con ustedes a su presencia.... Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día.»1
Para que se cumplan en nosotros estas alentadoras palabras del venerado apóstol, tenemos que pedirle a Cristo que ilumine con su presencia las tinieblas de nuestra vida, de modo que su luz brille en nuestro corazón. Lamentablemente muchos no hemos caído en cuenta que es aun más importante mantener el estado espiritual del alma que el estado físico del cuerpo. Más vale que mantengamos encendida la luz de Dios para que podamos decir, como la abuelita de Jorge, que tenemos el corazón de un niño. Así, mientras va desgastándose esa vasija de barro que es nuestro cuerpo, se va renovando ese tesoro que es nuestra alma, y algún día también nosotros podremos cambiar este cuerpo mortal por uno nuevecito: un cuerpo glorificado. Pues cuando suene la trompeta final seremos transformados en vida o resucitaremos de la muerte con un cuerpo incorruptible.2


12Co 4:6,7,10,14,16
21Co 15:51,52

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