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A menudo las personas son irracionales, ilógicas y ególatras; ámalas de todos modos. Si eres bondadoso, te pueden acusar de interesado, de tener motivos ocultos; sé de todos modos bondadoso. Si tienes éxito, tendrás algunos amigos desleales y algunos verdaderos enemigos; ten éxito de todos modos. El bien que hagas hoy la gente lo olvidará mañana; haz el bien de todos modos. Si eres franco y sincero, pudieran aprovecharse de ti; sé franco y sincero, de todos modos. Los que tienen las ideas más brillantes y planean grandes cosas pudieran sufrir los ataques de personas mediocres; piensa en grande de todos modos. La gente simpatiza con los que pierden, aunque sólo admira a los que ganan; defiende a uno que otro perdedor de todos modos. Lo que te cuesta años construir alguien pudiera destruirlo en una noche; construye de todos modos. Quienes necesitan ayuda, cuando se la brindes pudieran atacarte; ayuda a los demás de todos modos. Dale al mundo lo mejor que tengas, y pudieras recibir humillación a cambio; dale de todos modos lo mejor al mundo.1 Estos «Mandamientos paradójicos», traducidos del inglés y versificados por Luis Bernal Lumpuy, fueron escritos por el doctor Kent Keith en 1968. De los diez originales, muchos alrededor del mundo sólo conocen los ocho que aparecen escritos en una de las paredes de Shishu Bhavan, la Casa de los Niños de la Orden de las Misioneras de la Caridad, fundada por la Madre Teresa de Calcuta. Esos diez «mandamientos paradójicos» se resumen en dos refranes que dicen: «Donde no hay riesgo, no se gana mérito»; y: «Quien anda es quien tropieza, no el que se está en la cama a pierna tiesa.»2 A fines del siglo veinte se hizo una encuesta entre personas mayores de cincuenta años. A la pregunta: «Si pudiera usted volver a comenzar, ¿qué haría diferente con su vida?», un alto porcentaje respondió que correría más riesgos. Habían llegado a la conclusión de que la vida sin riesgos es más aburrida y no se disfruta al máximo. Por eso el Hermano Pablo creó su propia variante de un dicho conocido, que reza así: «La única vez que no puedo darme el lujo de fracasar es la última vez que hago el intento.» En el siglo nueve a.C., a Samaria la sitiaron los sirios, y el pueblo israelita dentro de los muros de la ciudad se estaba muriendo de hambre. Pero había cuatro leprosos en cuarentena fuera de la ciudad que decidieron que no tenían nada que perder, así que se aventuraron a ir al campamento sirio. Allí descubrieron que Dios se les había anticipado ahuyentando a los sirios y disponiendo un tremendo banquete para ellos.3 Pero jamás hubieran disfrutado de ese banquete milagroso si no se hubieran hecho la pregunta: «¿Qué ganamos con quedarnos aquí sentados, esperando la muerte?», seguida de la resolución: «Vayamos, pues, al campamento de los sirios.... Si nos perdonan la vida, viviremos; y si nos matan, de todos modos moriremos.»4 Más vale que así también nosotros reconozcamos que no tenemos nada que perder y corramos el riesgo más importante de nuestra vida. Entreguémonos al cuidado providencial de Dios, a ver si no nos dispone un banquete de provisiones divinas. | ||||||||
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jueves, 5 de julio de 2012
EL RIESGO PUEDE OFRECER PELIGRO, PERO TAMBIÉN OFRECE OPORTUNIDADES
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