martes, 13 de noviembre de 2012

«CUANDO ALGUIEN NOS OFENDE: LA PRIMERA REACCIÓN ES EL ENOJO»

«Desde hace mucho tiempo tengo problemas con mi carácter. Me enoja mucho que una persona, aunque se dé cuenta de que está equivocada, no lo reconozca.... Todos nos equivocamos, pero ¿por qué no decir: “Lo siento; me equivoqué”, e inmediatamente corregir? También me enoja mucho cuando me ofenden, y aunque no ataco a nadie físicamente, sí lo hago verbalmente, [pero] no con palabras vulgares o soeces sino más bien muy exaltado.
»¿Cómo puedo controlar esto? ¿Cómo puedo hacer para dominarme? Necesito ayuda.»

»Usted ha dado el primer paso, que es reconocer sus propios defectos, y el segundo paso, que es pedir ayuda. Lo felicitamos por querer superar su tendencia a enojarse y arremeter contra otros.
»Usted se enoja cuando una persona se niega a reconocer que está equivocada, y cuando lo ofenden. Pero a usted mismo le conviene reconocer que el enojo que siente no afecta a esa persona. Solamente lo afecta a usted. Lo carcome por dentro, y es evidente que está consciente de eso, ya que por eso está pidiendo ayuda.
»Observe el ejemplo de alguien que tenía todo el derecho de sentirse tal como se siente usted. Jesucristo dejó que lo crucificaran hombres que eran culpables de toda clase de pecados. Él se sometió voluntariamente a que lo azotaran y lo mataran, a pesar de que no era culpable de nada. No pecó ni una sola vez, y sin embargo llevó la culpa del pecado de cada uno de nosotros. ¿Qué habrá sentido cuando lo acusaban de cosas que no había hecho? ¿Por qué no arremetió contra ellos? ¿Por qué no dijo nada en su defensa? ¿Acaso no estaba enojado?
»Para responder a esas preguntas sólo podemos especular, basados en algunas de las palabras que Jesús pronunció cuando lo crucificaron. “Padre, perdónalos —dijo—, porque no saben lo que hacen.”1 No suena como si estuviera enojado, ¿verdad? Suena más bien a compasión y amor. Jesucristo, el único que jamás pecó, nos ha dado ejemplo de cómo tratar a quienes nos maltratan e incluso nos acusan injustamente. Debemos rogar a Dios por ellos tal como lo hizo Cristo.
»¿Es fácil? ¡De ninguna manera! Sólo es posible cuando tenemos la costumbre de comunicarnos a diario con Dios mediante la oración. No se trata de las oraciones que hacen las personas antes de tomar un examen o cuando afrontan una situación peligrosa. Ni se trata de repetir algo que hemos memorizado. Es, más bien, como hablar con un amigo por teléfono, tratando acerca de nuestros quehaceres diarios y de nuestros sentimientos. A medida que cultivemos nuestra relación personal con Cristo a través de la oración, poco a poco cambiarán nuestras actitudes. Cuando alguien nos ofende, aunque nos sintamos lastimados, podemos reaccionar con compasión en vez de enojarnos.»

1Lc 23:34

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