CARNE HUMANA: MERCADERÍA EN DEMANDA
por el Hermano Pablo
La mercadería era muy solicitada, pagaban bien, y no había muchos competidores. Había que salir por las noches por los barrios bajos armado de un buen garrote. Por cada pieza de mercadería pagaban doscientos dólares.
Así que Francisco Armando Vídez, de Barranquilla Colombia, entró al negocio. Era cuestión de matar a palos, o como se pudiera, a un ser humano, y luego vender su cuerpo a una escuela de medicina. Era uno de los negocios más extraños que se conociera, pero Francisco llegó a entregar cincuenta cadáveres a la entidad.
Se sabe que las escuelas de medicina necesitan continuamente cuerpos humanos para sus estudios. Es casi imposible conocer y estudiar el cuerpo humano sólo por fotos o en teoría. Se necesita la disección.
¿Cómo, entonces, conseguir cadáveres humanos frescos? La violencia proveyó abundantes cadáveres durante mucho tiempo. Pero cuando éstos se hicieron escasos, hubo que salir a conseguir muertos de cualquier manera. Uno de tales candidatos a la disección, un mendigo de la ciudad, dijo a la policía que había sido golpeado hasta que perdió el sentido, y colocado en una tina con formol, desde donde había logrado escaparse.
«Se necesita carne humana» es un cartel que podría ponerse no sólo en escuelas de medicina sino en muchas otras partes, porque el ser humano ha llegado a ser mercadería codiciable que alcanza buenos precios en ciertos mercados.
El negocio de la droga, por ejemplo, necesita mucha carne humana: carne joven, inexperta, curiosa, problematizada. Y jovencitos y jovencitas caen fácilmente presa del vendedor de cocaína o heroína.
El negocio de fetos necesita carne humana. Y clínicas de abortos, en muchos países del mundo, extraen esa carne y la venden a fábricas de cosméticos. En Europa florece este negocio. Hace algún tiempo detuvieron en la frontera francesa un camión procedente de Bulgaria con dos mil fetos humanos.
Estos son algunos ejemplos de la caída vertiginosa que ha sufrido el valor de la vida humana. Como que todo valor, incluso el valor humano, se mide hoy día en dólares. «Según los dólares que tengas, tanto vales.» Esa actitud nos está haciendo descender a niveles increíblemente bajos de corrupción moral. La consecuencia, por supuesto, en toda la sociedad, es la destrucción.
Sólo una conciencia espiritual puede reconocer el valor verdadero del ser humano. Aunque el mundo entero se empeñe en descender al nivel del animal, nosotros no tenemos que hacerlo. Dios quiere hacernos conscientes del valor del ser humano.
El mundo se ve mal
"Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros" 1Pe. 5:7
El rey David también en el Salmo 12, miró cuidadosamente al mundo y quedó atribulado. No necesitó de Internet para pintar un cuadro sombrío de la sociedad, ni de periódico alguno que le recordara el crimen y el sufrimiento. Incluso vio la maldad sin ningún programa de noticias por cable que le diera todas las malas noticias. Miró a su alrededor y vio que "se acabaron los piadosos". Notó que "han desaparecido los fieles". En su mundo todos hablaban "mentira" con su prójimo "con labios lisonjeros, y con doblez de corazón" (Salmo 12:1-2). Puede que este título “el mundo se ve mal” suene como el tema de algún programa de TV, pero es la realidad de donde vivimos. Si bien puede que veamos a la sociedad sufriendo males mucho peores que los que nunca ha habido, David nos recuerda que la maldad no es una innovación del siglo XXI.Sus palabras también nos dan esperanza. Note su reacción a las malas noticias que trajo. En el versículo 1, se volvió a Dios y clamó, "Salva". Luego Le imploró a Dios por necesidades específicas. La respuesta que obtuvo fue positiva. Dios prometió que, debido al gobierno justo de David, Él proveería protección y seguridad (vs. 5-7). Cuando estés desalentado por todas las malas noticias, clama a Dios por ayuda. Luego disfruta de la confianza de Su seguridad. Tres mil años después de David, Dios sigue siendo Él mismo, y siempre seguirá teniendo el control. ¡Que seguridad bendita!
APUESTA DE VIDA O MUERTE
por el Hermano Pablo
Los dos personajes se sentaron a la mesa de póker. Se miraron a los ojos. Uno de ellos estaba serio, muy serio. El otro lucía una leve y mordaz sonrisa diabólica.
—¿Qué apostamos? —preguntó el primero.
—El alma de ése que se está muriendo —respondió el otro.
Y repartieron las cartas en una atmósfera tensa y pesada.
Uno de los jugadores, el sacerdote Michel Scotto, de Le Mans, Francia, miró sus cartas: tres reyes. Pensó que era una buena mano y que podía ganar, así que puso sus cartas sobre la mesa. El otro, sin dejar de sonreír mefistofélicamente, mostró las suyas: tres ases y dos reinas. Full. Había ganado la partida.
—Me llevo esa alma, que es mía —dijo riendo el diablo.
El padre Scotto, derrotado, vencido y amargado, apenas pudo hacer la señal de la cruz.
Esta alegoría la relata el sacerdote francés Michel Scotto. Pero para él no es alegoría. Para él es realidad. Él dice que se jugó al póker la salvación de un pecador moribundo. El diablo, mucho mejor jugador que él, y además mentiroso, tramposo y engañador, le ganó la partida.
Esta historia, verídica o imaginaria, contiene varias verdades que merecen nuestra reflexión.
En primer lugar, Satanás ciertamente ronda en busca de las almas de este mundo. El apóstol Pedro dice: «Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (1 Pedro 5:8). Eso debemos darlo por sentado.
Otra gran verdad que esta historia revela es que Dios también anda en busca de las almas de este mundo. Jesucristo, refiriéndose a sí mismo, dijo: «Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10). Así como Satanás ronda en busca de las almas de este mundo, Cristo, también, anda en busca del pecador que está perdido.
Lo que la historia no revela es que el destino del alma humana no está a merced de ninguna lotería ilusoria. Es más, la salvación eterna del hombre no la deciden ni Dios ni el diablo. El voto determinante lo da el hombre mismo. Jesús dijo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Cada uno de nosotros decide por cuenta propia si su alma será del diablo o de Dios, si pasará la eternidad en el cielo o en el infierno. El voto determinante es el nuestro. Más vale que nos decidamos por Dios.
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