lunes, 17 de octubre de 2011

EL TRANSBORDADOR DE LA MUERTE

Se encontraba en el piso 35 cuando el avión se estrelló contra el rascacielos neoyorquino. Afortunadamente, John Healy, abogado de la Compañía de Seguros Kemper en el centro de Manhattan, tuvo tiempo para tomar la atinada decisión de abandonar su oficina. En ese momento lo único que le importaba a aquel asegurador de los demás era asegurarse él mismo de no abandonar, sin querer, a sus seres más queridos: su esposa, con la que había estado felizmente casado dieciséis años, y sus cuatro hijos. Ese martes, el terrorífico 11 de septiembre de 2001, el destino le deparó la incomparable bendición de volver a casa sano y salvo, en marcado contraste con casi tres mil víctimas que no volvieron a ver la luz del día.
Dos años más tarde, John Healy, ya de cuarenta y cuatro años de edad, abandonó su nueva oficina y abordó el transbordador de Staten Island, de vuelta a casa en Nueva Jersey. Salió temprano a fin de llegar a tiempo para ver, en compañía de sus dos hijos varones, el juego de las finales entre los Yanquis de Nueva York y los Medias Rojas de Boston. Entrenador del equipo de su hijo John, de trece años, en la liga infantil, fanático de las Ligas Mayores del béisbol en general y de los Yanquis en particular desde su niñez en el Bronx, donde han jugado las más brillantes estrellas del béisbol, tenía planes de llevar a sus dos hijos al segundo juego de la Serie Mundial. Quería que celebraran juntos, de un modo inolvidable, el décimo cumpleaños de Brian.
Pero esta vez John Healy no llegó a casa. Ese aciago miércoles 15 de octubre de 2003 pereció junto con otros nueve pasajeros cuando el transbordador se estrelló contra un muelle de mantenimiento.
¿Quién lo hubiera pensado? ¡Salvarse de un ataque terrorista intencionado en una de las tragedias más comentadas del incipiente siglo veintiuno, sólo para perecer aterrorizado en los momentos en que un transbordador chocaba, sin intención, contra un muelle, y se hacía pedazos, despedazando a su paso a diez de sus pasajeros!
En el funeral de John Healy, se le recordó como un hombre entregado a su familia, a la formación beisbolística de niños y adolescentes, y al placer de seguir de cerca a los Yanquis. El Reverendo Leonard Lang les dijo a los asistentes que se podía imaginar al Señor Healy pidiéndole a Cristo primeramente que cuidara a su familia, y pidiéndole luego en broma que, si no era mucha molestia, le diera la bendición a los Yanquis para que ganaran la Serie Mundial.
Todos nosotros, de habernos salvado, como John Healy, aquel 11 de septiembre, hubiéramos llegado a la conclusión de que tenemos mucha suerte en la vida. No nos hubiera preocupado en absoluto abordar posteriormente un transbordador. Pero habríamos estado equivocados, sinceramente equivocados.
Ese transbordador no llevó a John Healy a casa en Nueva Jersey. Lo transportó directamente a la eternidad, así como tarde o temprano el transbordador de la muerte nos transportará a cada uno de nosotros. Cuando eso ocurra, ¿estaremos listos para encontrarnos con Dios, habiendo hecho las paces con Él? De eso depende nuestro destino eterno.

La resurrección de los muertos

1 Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; 2 por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. 3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 5 y que apareció a Cefas, y después a los doce. 6 Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. 7 Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; 8 y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. 9 Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. 10 Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. 11 Porque o sea yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído. 12 Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? 13 Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. 14 Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. 15 Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. 16 Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; 17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. 18 Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. 19 Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. 20 Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. 21 Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. 22 Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. 23 Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. 24 Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. 25 Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. 26 Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. 27 Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. 28 Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos. 29 De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos? 30 ¿Y por qué nosotros peligramos a toda hora? 31 Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero. 32 Si como hombre batallé en Efeso contra fieras, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos. 33 No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. 34 Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo. 35 Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? 36 Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes. 37 Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano; 38 pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo. 39 No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves. 40 Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales. 41 Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. 42 Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. 43 Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. 44 Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. 45 Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. 46 Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. 47 El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. 48 Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. 49 Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. 50 Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. 51 He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, 52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. 53 Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. 54 Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. 55 ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? 56 ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. 57 Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. 58 Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.

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