El escritor Mark Guy Pearce estaba leyendo un libro cuando oyó que uno de sus hijos regañó al otro, diciéndole: —Tienes que portarte bien. Debes ser bueno, o papá no te amará. Pearce los llamó a ambos y le dijo al primero: —¡Hijo, eso no es cierto! —Pero papá —replicó el muchacho—, no creo que tú nos sigas amando si somos malos. —Los seguiré amando tanto si son buenos como si son malos —explicó el padre—. Cuando son buenos, los amo con un amor que me hace feliz; cuando son malos, los amo con un amor que me pone triste. Lamentablemente hay muchos padres que no son como Pearce. En vez de asegurarles a sus hijos que su amor es incondicional, les enseñan con sus acciones que es todo lo contrario: un amor que depende del comportamiento del hijo. Más lamentable aún es que los psicólogos han llegado a la conclusión que los hijos forman su concepto de Dios el Padre celestial conforme al concepto que tienen de su padre terrenal. Es decir, si un hijo está convencido de que su padre en la tierra no lo quiere sino sólo cuando se porta bien, y que por lo tanto tiene que merecer su amor, a ese hijo le va a costar mucho trabajo creer que Dios es un padre diferente. ¡Y eso a pesar de lo mucho que quisiera tener un padre con las cualidades de Dios! ¿Qué clase de padre, entonces, es Dios? En lo que tiene que ver con nuestra conducta, es un padre que, como Pearce en la anécdota, nos ama entrañablemente si somos buenos y si somos malos, con un amor que lo hace feliz cuando somos buenos y triste cuando somos malos. Sólo que el amor de Dios, a diferencia del de Pearce, es perfecto, y Él nunca deja de amarnos perfectamente, pues lo hace por naturaleza. Es un amor paternal perfecto dirigido hacia hijos imperfectos, como lo somos nosotros. Jesucristo mismo fue modelo de ese amor en su actitud hacia el apóstol Pedro. Cuando Cristo quiso saber si sus discípulos de veras lo conocían, fue Pedro quien respondió: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»,1 y con eso hizo feliz a su Maestro. Pero la noche en que Cristo fue traicionado y juzgado injustamente, también fue Pedro quien negó haberlo conocido, con lo cual entristeció a su Maestro. Sin embargo, después de su resurrección Cristo se esforzó por mostrarle a Pedro que lo amaba igual que antes, así como Pedro aún lo amaba a Él. Y luego Cristo volvió a invitarlo a que lo siguiera como al principio.2 Determinemos que de hoy en adelante nuestro amor será como el amor que le mostró Pearce a su hijo, que no hacía más que seguir el ejemplo de Jesucristo, que a su vez estaba siguiendo el ejemplo del Padre celestial. | ||||
|
viernes, 15 de junio de 2012
EL AMOR DE NUESTRO PADRE CELESTIAL: UN SOLO AMOR CON DOS REACCIONES
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario