Habían nacido en la antigua Yugoslavia. Él, Bosko Breckic, era serbio y cristiano. Ella, Almira Ismic, era croata y musulmana. Las diferencias políticas, raciales, culturales y religiosas hacían imposible que ellos se hicieran amigos. Pero como el amor no discrimina, aunque eran de bandos contrarios y ambos tuvieron que chocar contra prejuicios de familiares, se conocieron, se enamoraron y se juraron amor eterno. Porque el amor es así.
No obstante, la situación política en la tierra del Danubio había deteriorado horriblemente, y en uno de los tantos tiroteos que se desataron en esa región convulsionada, Bosko Breckic y Almira Ismic se encontraron entre dos fuegos, y murieron abrazados. Así es la hostilidad, y así es el amor.
Con frecuencia flotan sobre las miasmas de la guerra y la violencia un aroma de amor y romance. Y siempre puede escribirse un poema franco e inocente donde el odio racial y la saña religiosa han vertido su furor.
¿Por qué tiene que haber tanto odio, tanto rencor y tanta matanza en el mundo? Hay rasgos de amor que resaltan aun en medio de la guerra. ¿Por qué tienen que ser manchados con sangre producida por bombas y ametralladoras?
A pesar de las diferencias entre Bosko y Almira, el amor entre ellos fue más fuerte que todas ellas. Si se les hubiera preguntado: «¿Qué vale más, los prejuicios raciales o el amor?», la respuesta categórica habría sido: «el amor».
Aun los seres más malvados y crueles del mundo tienen vestigios de amor. ¿A qué se debe, entonces, que esa virtud que Dios le dio a la humanidad se convierta en odio brutal que finalmente estalla en guerras mundiales? Por alguna razón inexplicable preferimos destruirnos a nosotros mismos, dando lugar al odio en vez del amor.
Fue en Honduras, en una rueda de prensa, donde se me preguntó si yo era izquierdista o derechista. «Por favor —les pedí—, no me encasillen así. Si soy izquierdista, debo odiar a todo derechista. Y si soy derechista, debo odiar a todo izquierdista. Y yo no quiero odiar a nadie.
»Hay una tercera postura que ustedes no están tomando en cuenta —les dije—. Es el cristianismo puro, auténtico y bíblico, el cristianismo en que Cristo es Señor absoluto de la vida. Esa postura no contempla el odio.»
No nos sigamos destruyendo. Cristo quiere darnos un nuevo corazón. Él producirá en nosotros una revolución interna total. Dejémoslo entrar.
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