miércoles, 6 de julio de 2011

! QUE SOLDADO !

¡Qué soldado!
El primer comandante militar ciego de EE.UU. habla de cómo ver sin los ojos.


por Tonya Stoneman

El Capitán Scotty Smiley tenía 24 años de edad, y estaba, por primera vez en su vida, completamente perdido. Era un paracaidista del ejército de EE.UU, graduado en West Point. Había girado correctamente a la derecha, dado exactamente el número de pasos que debía, y había hecho todo de acuerdo con el plan. Sin embargo, allí estaba él, vagando en un estacionamiento. Eran las 5:45 p.m., y todos se habían marchado a sus casas, por lo que las posibilidades de encontrarse con una enfermera o un médico eran escasas. Lo único que él quería era un poco de libertad —la libertad de caminar de regreso por sí mismo desde el gimnasio hasta el Centro de Rehabilitación de Veteranos Ciegos. No era simplemente el estar perdido lo que lo llevó a arrojar al suelo su bastón, y llorar. Era todo lo que había cambiado en tres meses.

Meses antes, Smiley había sido enviado a Irak con la Compañía Alfa del primer batallón del 24º Regimiento de Infantería. La mañana del 6 de abril de 2005 recibió información de inteligencia sobre un artefacto explosivo colocado en un vehículo. Un terrorista llamado Abu Shahid había organizado treinta atentados suicidas con coches bombas en los últimos dos meses. A Smiley se le asignó la tarea de encontrar el artefacto antes de que hubieran víctimas.

El mensaje por la radio era claro: estaban buscando un vehículo viejo de color gris, pero Smiley no pudo tener en claro la ubicación específica del vehículo antes de que su unidad fuera enviada. Se puso detrás del volante de su Humvee y se dirigió al norte. Fue el primero en detectar el coche sospechoso, cuya parte trasera estaba más baja que la delantera. Había dos posibilidades: mala suspensión, o algo muy pesado se encontraba en la cajuela —una bomba.

Los reglamentos de guerra no permiten que los soldados disparen contra las personas de aspecto sospechoso. Y, de todos modos, Smiley no estaba realmente seguro de lo que debía hacer en esa situación. “Lo último que querría saber es que había matado a una persona inocente”, dice. “Es realmente una situación difícil, porque queremos proteger al pueblo iraquí y no queremos estar allí para causar daño. Para nosotros es muy importante tener la certeza de que la gente de Irak esté segura”.

Smiley había estado en muchas situaciones peligrosas. Un mes antes, un terrorista suicida se había infiltrado en el comedor, asesinando a veintidós soldados unos minutos después de qué él había estado allí comiendo. Casi a diario había tiroteos. Pero en esa mañana específica no se sentía amenazado. Siempre inclinado a pensar lo mejor de las personas, comenzó a evaluar la situación. Tal vez el hombre del auto se había extraviado. Quizás se había estacionado para esperar a alguien. Smiley se acercó al auto y le gritó al conductor que saliera del vehículo.

“El hombre levantó las manos y me miró por encima del hombro”, recuerda Smiley. “Sus manos indicaban que no pasaba nada. Me sentí tranquilo. Pensé: Este tipo no puede estar haciendo nada malo. Le grité de nuevo que saliera del vehículo. Levantó las manos otra vez, y luego volvió a ponerlas en el volante. Pero entonces soltó el freno del carro, y éste comenzó a dirigirse hacia mí. Pensé que no entendía lo que le estaba diciendo, por lo que hice dos disparos con mi fusil frente a su vehículo. Entonces, todo se me volvió negro”.

Lo siguiente que recuerda Smiley es el beso que le dio su padre en la mejilla cuando se despidió de él. Había estado al lado de su hijo durante una semana en el Centro Médico del Ejército Walter Reed mientras Smiley se encontraba en un coma inducido. “Yo estaba confundido”, dice Smiley. “Una parte de mí pensaba que estaba todavía en Irak, y otra de mí sabía que estaba en Estados Unidos. Creo que parte de mi cerebro lo sabía, pero la otra parte no quería aceptarlo. Mucho de esto se debía a que no quería aceptar la realidad de lo sucedido”. Cuando por fin pudo hablar, las primeras palabras que le dijo a su padre fueron: “¡Qué soldado, ¿no?!”

Un trozo de metralla se había alojado en sus ojos, penetrando la córnea y dañando los nervios ópticos. Los médicos dijeron que había apenas una pequeña posibilidad de salvarle la vista, y un buen amigo le imploró que orara pidiendo por su sanidad el día antes de la cirugía. Pero Smiley estaba alterado, agresivo y deprimido. “Le dije: No, no quiero orar. No creo en Dios”.

El cambio de espíritu experimentado por Smiley inquietó a su esposa Tiffany. Estar casada con un ciego era manejable, pero estarlo con alguien que negaba a Dios era algo completamente diferente. “Volvió a su habitación, se puso de rodillas, y oró pidiendo que yo volviera a creer en Dios —que le pidiera que entrara en mi corazón— y que me perdonara por negarlo”, dice Smiley. “Creo que en ese momento, mi familia sabía lo que yo necesitaba. No era necesariamente la vista. Era a Dios”.

Cuando terminó la operación, que duró ocho horas, el oftalmólogo le susurró al oído a Smiley que nunca volvería a ver otra vez. “Yo estaba deprimido. Tenía sentimientos de culpa, ira y resentimiento. Pensaba que no había cumplido con mi deber”, dice. “Había fracasado, y ahora iba a estar ciego por el resto de mi vida”. Las preguntas comenzaron a aguijonearlo: ¿Cómo iba a cuidar de él mismo, y mucho menos de su esposa? Pero algo bueno sucedió ese día: al saber que iba a quedar ciego, pudo tomar la crítica decisión de seguir adelante.

Smiley sabía que necesitaba perdonar. “Sabía que tenía que perdonar al hombre que se explotó a sí mismo. Tenía que perdonarme a mí mismo por las decisión que había tomado. Y tenía que pedirle perdón al Señor. Sabía que no podía vivir con el resentimiento, la ira y el odio que le había mostrado a Dios. Una vez que hice estas cosas, comencé a experimentar un cambio”.

El cambio no fue instantáneo. En realidad, fue minúsculo al principio, comenzando con una ducha —la mejor y la peor de toda su vida. No se había bañado en dos semanas, y todavía tenía polvo iraquí en la espalda. El simple acto de ponerse de pie fue doloroso, ya que la sangre comenzó a fluir hacia abajo en las piernas, sintiendo como si le estuvieran ardiendo. Se aferró al colgador de la ducha mientras el agua le caía como agujas en la espalda.

Después de que las enfermeras le quitaron el último residuo de desierto de la piel, Smiley se hundió de nuevo en su cama del hospital, agradecido de haberse decidido a darse una lavada. “Eso significaba que estaba dando un paso hacia delante; que iba a aceptar la vida que Dios me había dado, y que iba a seguir adelante con ella”.

Romanos 8.18 fue particularmente reconfortante para Smiley. “Como dice Pablo: ‘Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse’, yo sabía que el Señor tenía un propósito para mi vida —para el sufrimiento que estaba experimentando, y para lo que había pasado. Solamente tenía que seguir creyendo en Él. Y si seguía sirviendo a Dios, Él me daría su gracia y me seguiría amando”.

Después vinieron muchos días difíciles. Smiley se trasladó a un centro de rehabilitación. Allí experimentó una pérdida completa de independencia. “Estaba desubicado física y espiritualmente”, dice. “Seguía preguntándole a Dios: ‘¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué esta vida? —en lugar de preguntar: ‘¿Para qué? ¿Para qué vas a usarme?’”

Dios comenzó a revelarle a Smiley que tenía que confiar en Él y en los demás. “Dios no nos ha puesto en este mundo para que confiemos en nosotros mismos, sino para que confiemos en otras personas —para que nos reunamos con otros creyentes y les permitamos que nos ayuden, por cualquier medio posible, a estar más cerca de Él”.

Según el estilo del capitán Smiley, una gran parte del aprendizaje de depender de los demás incluyó ascender al Monte Rainier, esquiar en la nieve, surfear y hacer paracaidismo acrobático. “Yo era una persona activa antes de la lesión, y todavía había cosas interesantes que quería hacer con mi vida”, dice. “No quería que me lo quitaran todo —la libertad de poder montar en bicicleta, correr, levantar pesas, hacer esquí acuático, o saltar desde un aeroplano”.

Ninguno de estos esfuerzos ha sido fácil, y cada uno de ellos ha requerido la ayuda de amigos que creyeron en él. Smiley está eternamente agradecido por eso, y lo está retribuyendo. Dos años después de la lesión, obtuvo una Maestría en Administración de Empresas de la Universidad Duke, y luego volvió a West Point para enseñar ciencia de la conducta y liderazgo. Más tarde, fue ascendido a comandante de una unidad de transición de combatientes, donde se desempeña en la actualidad. Es el primer comandante ciego en servicio activo en el Ejército de los Estados Unidos.

Han pasado seis años desde el incidente en Irak, y todo ha vuelto parcialmente a la normalidad. Smiley come, se viste y se ocupa de su rutina diaria de la misma manera. Pero hay una necesidad imborrable bajo la superficie de la vida cotidiana: ya no puede ver a la hermosa mujer con la que se casó. Por no poder imaginar cómo es el rostro de sus hijos, se entristece cada vez que alguien le dice que son encantadores. “Si puedo ser utilizado para mayor honra de Dios, tengo que aceptar las cosas”, dice.

La parte más difícil es no saber por qué Dios permitió que sucediera todo esto. Smiley dice que no tendrá la respuesta a esa pregunta en este mundo, pero que seguirá sirviendo fielmente a Dios a pesar de todo. ¡Qué soldado!
Camp Patriot

Retribuir a quienes han dado

Hay más de 2.300.000 veteranos discapacitados en EE.UU. en la actualidad. Muchos de estos hombres y mujeres vuelven a casa de la guerra con paralizantes heridas físicas y emocionales que hacen que sus sueños y sus esperanzas parezcan inalcanzables. Es aquí donde se hace presente Micah Clark

Clark, un ex infante de marina que protegía a funcionarios del gobierno de Afganistán, había regresado a EE.UU. sano y salvo, y con una sensación profunda de que Dios lo había bendecido. Se sentía obligado a hacer algo para ayudar a otros soldados que no habían sido tan afortunados.

En 2005, Clark fundó Camp Patriot (www.camppatriot.org), una organización dedicada a ayudar a los veteranos heridos para que recuperen sus esperanzas, su independencia y su vitalidad por medio de actividades al aire libre tales como ciclismo de montaña, caza, kayak, parapente, esquí montaña y montañismo.

El capitán Scotty Smiley escaló el Monte Rainier con Camp Patriot en el 2007. Él dice que la experiencia jugó un papel importante en su rehabilitación.

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