viernes, 12 de octubre de 2012

¿ QUÉ ES LA SALVACIÓN ?


IGLESIA CRISTIANA DE LA CAMPIÑA OCTUBRE 28 2012
SALUDO
LECTURA BÍBLICA
ORACIÓN
¿QUÉ ES LA SALVACIÓN?

LA SENCILLEZ DE LA SALVACIÓN
Por el pastor Adrián Rogers
Jesús enseñó: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). ¿Quiere saber cómo ser salvo? ¿O quiere saber cómo decirles a otros cómo ser salvos? Entonces veamos Romanos 10:1-10:
“Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas. Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.”

La justicia que Dios rechaza

Cuando una persona trata de ser justa cumpliendo los Diez Mandamientos o haciendo buenas obra, Dios rechaza eso. ¿Por qué Dios lo rechaza? Porque Dios es Santo, y el hombre, en el mejor de los casos es pecador. Por eso, lo mejor que podemos hacer no es suficiente.
No tenemos lo que se requiere para guardar los Diez Mandamientos con nuestra propia fuerza. Si usted cuelga sobre un fuego de una cadena de diez eslabones, y nueve eslabones son de acero y uno es de papel, ¿cuán seguro estaría?
Esa es la razón por la que la Biblia dice que si guardamos toda la ley pero fallamos en un punto, somos culpables de todos (Stg. 2:10). Dios demanda perfección y nosotros simplemente no podemos suplirla. La salvación no es una recompensa para los justos, sino un regalo para los culpables. La salvación no es una meta por alcanzar; es un regalo por recibir.


La justicia que Dios revela

Romanos 1:17 dice: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.”  La única justicia que es aceptable a Dios es un regalo de fe a través de su Hijo Jesucristo.
Usted cree en quién Él testifica ser: el Dios encarnado que murió y resucitó para que usted sea reconciliado con Dios. Entonces, usted se arrepiente de sus pecados, y confiesa a Cristo como Señor de su vida.
Si Jesús no es el Señor de su vida, entonces no es su Salvador. La Salvación no es una cafetería en donde usted dice: “Bueno, creo que tendré un poquito del Salvador hoy, pero nada de su Señorío. Gracias” ¡No! Jesús es Señor.

La justicia que Dios requiere

La única justicia que Dios aceptará es perfección sin pecado. Y eso fue logrado sólo por el Señor Jesucristo.

Romanos 3:22 dice: “La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en Él.”  Romanos 10:10 revela: “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.”
¿Sabe usted lo que significa el creer y el confesar que Jesús es Señor? Literalmente significa que usted está de acuerdo con Dios. En este contexto, también significa que usted compartirá con otros que realizó esta confesión, y eso significa que usted no se avergüenza de Él.
Hay sólo dos maneras de ser salvo: vivir una vida sin pecado (lo cual nadie lo ha logrado, excepto Jesús), o pedirle a Jesús que Él pague por sus pecados (lo cual Él ya hizo en la cruz), y aceptar su justicia a su favor. Segunda Corintios 5:21 dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.”
EL GUSANO ATRAPADO
por el Hermano Pablo

Un indígena oriundo de Centroamérica había hallado la paz en Dios. Había cambiado radicalmente, de una vida de depravación, borracheras e infidelidad, a una vida de verdadera satisfacción y paz. Siempre hablaba de su salvación y de lo que Jesucristo había hecho por él. No le importaba dónde estuviera ni quién estuviera viéndolo o escuchándolo. A todos les daba el testimonio de su conversión.
Un día un amigo suyo le preguntó:
—Churunel, ¿por qué hablas tanto de Cristo?
Churunel no respondió de inmediato, sino que comenzó a recoger palitos y hojas secas que fue colocando uno sobre otro en un círculo. Entonces buscó hasta hallar un gusanito, y lo puso en el centro del círculo. Todavía sin decir palabra, encendió un fósforo y lo acercó a las hojas y a los palitos secos.
El fuego dio la vuelta al combustible seco, y el gusanito atrapado comenzó a buscar locamente cómo salir, pero no podía.
Por fin el fuego avanzó hacía el centro, y el calor se fue acercando al gusano. Éste, desesperado, levantó en alto la cabeza como para respirar, cuando menos, un poco de aire fresco. El gusanito sabía que su único refugio tendría que venir de arriba.
Al verlo así, Churunel se inclinó y le extendió sus dedos. El gusano se asió de ellos y el indígena sacó el gusano de en medio del fuego. Fue hasta entonces que emitió su primera palabra.
«Esto —explicó Churunel— es lo que Cristo hizo por mí. Yo estaba atrapado en los vicios del pecado, y no había esperanza de salida. Había tratado, por todos los medios posibles, de salvarme a mí mismo, pero me era imposible.
»Entonces el Señor se inclinó hacia mí y me extendió su mano. Lo único que tuve que hacer fue asirme de Él. Cristo me sacó de esa prisión. Por eso no puedo dejar de contarles a todos lo que hizo por mí.»
Lo cierto es que aquel indígena describió a la perfección lo que Cristo puede y quiere hacer por cada uno de nosotros. Sin Cristo estamos atrapados. Más vale que reconozcamos de una vez por todas que la vida real no respalda el argumento popular que dice: «El día que yo quiera dejar el vicio, puedo dejarlo.» De no ser por una ayuda que venga de arriba, moriremos en nuestros pecados.
Cristo está cerca de nosotros y nos extiende la mano. Sólo tenemos que asirnos de ella. Churunel lo hizo y encontró paz. Así como él lo han hecho millones más, y han hallado la paz. ¿Por qué no hacerlo nosotros también? Cristo quiere rescatarnos y darnos su paz.

SI USTED ES SALVO PUEDE PERDERLA ALGÚN DÍA.

SIETE RAZONES POR QUÉ UNA PERSONA SALVADA NO PUEDE ESTAR PERDIDA
Por el pastor Adrián Rogers

1.  Nada podrá separarle del amor de Dios, que está en Jesucristo, su Señor.
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).
Ni la muerte ni cualquier cosa que pase después de la muerte, ni cualquier cosa que suceda mientras vive, podrá separarle del amor de Dios. Si no hubiera otros versículos en la Biblia que tengan que ver con la seguridad del creyente, estos versículos cubrirían la base.

2.  Cuando es salvo, usted es hecho perfecto para siempre.
“Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).
Cuando Jesús murió en la cruz, Él le salvó para siempre. Jesús ofreció un sacrificio por el pecado para siempre. Si usted pierde su salvación, para que pueda volver a tenerla, Jesús tendría que morir otra vez. Él perfeccionó con una ofrenda para siempre a aquellos que fueron santificados.

3.  Nuestro Señor siempre termina lo que empieza.
“Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Déjeme decirle lo que el Santo Espíritu de Dios hace por su salvación. Primero, le convence de su pecado. Segundo, le convierte. Y el “Convencedor” y el “Convertidor” es también el “Completador”. Si Dios fallara en completar lo que ha empezado, fracasaría. Y Él no puede fracasar.

4.  Usted está predestinado a ser como Jesús.
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).
Dios le vio a usted aun antes de formar el mundo. El vio su arrepentimiento del pecado y cuando le pidió a Jesús que le salvara. Y cuando Dios vio eso, no sólo que le conoció de antemano, sino que le predestinó. Y si fue ordenado en la eternidad, ¿cómo podría ser deshecho en el tiempo?

5.  Usted está en Cristo.
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Usted está en Cristo como Noé estuvo en el arca. El arca fue una representación de Jesús, y cuando Noé entró en el arca, Dios cerró la puerta. Ahora, Noé se pudo haber caído muchas veces dentro del arca, pero nunca se cayó fuera del arca. Su seguridad no está en un lugar, sino en una persona cuyo nombre es Jesús. Y cuando usted está en Jesús, usted está seguro. Si no está en Jesús, no posee esa seguridad.

6.  Usted ya tiene vida eterna.
“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”  (Juan 5:24).
Vida eternal no es algo que usted obtiene cuando muere. Vida eterna es lo que obtiene cuando recibe a Jesús. Si tengo vida eterna, ¿cuándo terminará? Suponga que la tengo por 10 años, y se termina, ¿tuve vida eterna? No. Tuve 10 años de vida. Lo que quiera que usted tenga, lo que quiera que sea, si lo pierde, no fue eterno.

7.  El Señor Jesucristo está intercediendo por usted.
“Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son” (Juan 17:9).
Jesús también oró: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal… Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Juan 17: 15, 20).  Pronuncie su nombre en ese versículo porque Jesús oró por usted. ¿Alguna vez Jesús oró alguna oración que no haya sido contestada? ¡No! (Vea Juan 11:42 y Hebreos 7:25).

Algunos dicen: “Bueno, si creo en esa doctrina y seré salvo, y entonces podré pecar todo lo que quiera.” Mi amigo, yo peco todo lo que quiero. De hecho, peco más de lo que quiero. ¡Pero no quiero pecar! Cuando usted se salva, sus deseos cambian. Es más, ya no quiere lo que antes quería, todos sus deseos son nuevos. «VUELTA A MI CORAZÓN»
LOS RESULTADOS DE LA SALVACIÓN
por Carlos Rey

Todos los presentes en aquella reunión habían tenido un encuentro con Dios. Uno por uno se levantaron y contaron lo que Jesucristo había hecho por ellos. Unos contaban cómo los había liberado de sus vicios, otros contaban cómo había resuelto sus problemas conyugales, y aun otros contaban cómo había suplido sus necesidades materiales. Entre ellos había una ancianita indígena que también quería hablar.
La mujer se levantó y, con marcada dificultad, dijo con el acento de su dialecto indígena: «Yo no sé cómo hablar, pero sí sé lo que siento dentro de mí. Desde que acepté a Cristo en mi vida, es como si Él le ha dado vuelta a mi corazón. Todo es muy diferente. Mis pensamientos son diferentes. Mi vida es diferente. Yo no sé cómo decirlo, excepto que Dios le ha dado vuelta a mi corazón.»
Mientras grandes teólogos se devanan los sesos tratando de definir a Dios, de reducir las enseñanzas de Jesucristo a filosofías humanas y de relegar sus milagros a la esfera de lo común y corriente, esta anciana indígena, sin escuela ni erudición, define la doctrina de la regeneración en una frase que encierra lo que otros han tratado de definir en grandes tomos: vuelta al corazón.
Esta es una magnífica ilustración de la gran diferencia que hay entre la teoría y la experiencia. Una cosa es estudiar religión, y otra es conocer a Dios. Así mismo una cosa es poder dar un florido discurso sobre la vida mística de Jesús de Nazaret, y otra es tener a ese Jesús motivando cada acción de nuestra vida. Si hemos de hallar la paz y la tranquilidad que proceden de haber hallado el verdadero sentido de la vida, lo que necesitamos no es una definición teológica de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad sino tener a Cristo mismo viviendo en nuestro ser.
La definición de la anciana indígena, «vuelta al corazón», es lo que realmente ocurre cuando permitimos que Cristo fije su residencia en nuestro ser. En un tiempo corríamos tras el pecado; ahora corremos tras la justicia divina. En un tiempo arrastrábamos las cadenas del vicio; ahora somos libres como los pájaros. Todo esto está comprendido en las palabras positivas de la anciana indígena. Es, en realidad, lo que significa ser regenerado: vuelta al corazón.
Si no le hemos dado oportunidad a Cristo de que fije su residencia en nuestro corazón, no somos cristianos en el sentido más estricto de la palabra. ¿Somos, de veras, seguidores de Cristo? ¿Hemos permitido que le dé vuelta a nuestro corazón?}

EL POZO DE LA CAÍDA


por Carlos Rey







El fatigado caminante se sentó en el borde de piedra de un viejo pozo. Sólo quería descansar el cuerpo pero, sorprendido por el cansancio, se entregó al sueño. Ya anochecía cuando lo traicionó la espalda, resbalando al apoyo y precipitándolo al vacío. No alcanzó a gritar ni tuvo la suerte de engancharse en una de las salientes del resbaladizo interior, sino que éstas lo rechazaron sistemáticamente en su brutal descenso hacia el fondo del pozo.

En cuanto encontró la superficie del agua negra como la noche, comenzó el tortuoso ascenso. No obstante el intenso dolor que sentía en los huesos, se arrastró poco a poco, lentamente escalando aquel húmedo cilindro. Fijando la mirada arriba, le parecía inalcanzable el exterior donde se divisaba la tenue luz de una estrella. Con la carne molida, batiéndose entre la esperanza y el desaliento, coronó exhausto el brocal. Concluyendo, al parecer, su martirio, logró sacar medio cuerpo fuera del implacable pozo.

En eso vio la sombra de alguien que pasaba, sin duda algún vecino, así que hizo un último esfuerzo por pedir auxilio. Lastimosamente el tal vecino, un gaucho de la región, no comprendió el trágico llamado del moribundo. Confundiéndolo con un fantasma, el espantado gaucho se santiguó y, mientras el infeliz espectro de caminante hacía esfuerzos sobrehumanos para pronunciar palabra alguna, el gaucho le lanzó una enorme piedra que le dio en la frente, asestándole el golpe de gracia.

Según las palabras del eximio cuentista argentino Ricardo Güiraldes, ante los mismísimos ojos del desconcertado gaucho, «aquella visión de infierno desapareció como sorbida por la tierra. Ahora [toda la región] conoce el pozo maldito, y sobre su brocal, desdentado por los años de abandono, una cruz de madera semipodrida defiende a los cristianos contra las apariciones del malo.»1

¿Será posible que, al igual que aquel gaucho, también nosotros representemos la última esperanza de salvación de algún desafortunado caminante en nuestra vida? Si es así, más vale que reconozcamos lo que de veras está pasando. Dios espera que le tendamos la mano a ese caminante y no que lo echemos de nuevo al pozo de la muerte espiritual. Eso fue lo que hizo su Hijo Jesucristo al perdonar a la mujer sorprendida en adulterio, a la que los fariseos hubieran matado de más de una pedrada. Porque «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.»2 Y ahora Cristo quiere que nosotros sigamos su ejemplo, levantando al más caído en lugar de condenarlo por su desatino. Cuando nos encontremos con caminantes que han caído, tendámosles la mano. Así podremos decirles: «Al igual que Cristo, que no vino para condenarte sino para salvarte, “tampoco yo te condeno”.»3





1Ricardo Güiraldes, Cuentos de muerte y de sangre (Buenos Aires: Editorial Losada, 1978), pp. 61-63.

2Jn 3:17

3Jn 8:3‑11  
ORACIÓN FINAL:


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