miércoles, 10 de junio de 2015

UNA ADORACIÓN SINCERA PARA DIOS.SALMO 100.

UNA ADORACIÓN SINCERA PARA DIOS.SALMO 100.
100:1 Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra.
100:2 Servid a Jehová con alegría;
Venid ante su presencia con regocijo.
100:3 Reconoced que Jehová es Dios;
Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos;
Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado.
100:4 Entrad por sus puertas con acción de gracias,
Por sus atrios con alabanza;
Alabadle, bendecid su nombre.
100:5 Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia,
Y su verdad por todas las generaciones.
La adoración de los verdaderos creyentes debe demostrar un compromiso de corazón sincero al Señor en esta renovada relación con Él. Aunque todos los verdaderos creyentes aman al Señor, no todos están dispuestos a dejar atrás sus intereses personales y su seguridad financiera para hacer todo lo necesario para cumplir los propósitos del Señor.

Es igual de suma importancia que los seguidores de Cristo consideren «los muros» de sus propias vidas que necesitan ser reedificados donde los intereses mundanos han entrado y destruido su celo para con el Señor.

En nuestro caminar como creyentes, necesitamos estar en guarda contra cualquier cosa, incluyendo aun las buenas actividades que puedan desviar nuestro tiempo y nuestro dinero de ser usados para Dios y no llegar a « . . . (hacer) tesoros en el cielo . . . (Porque) donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6:20-21).

Todos nosotros queremos oír a nuestro Señor decirnos: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor» (Mateo 25:21)
Dios puede usar al siervo más pequeño para cumplir Sus necesidades.
LA IMPORTANCIA DEL ESPÍRITU SANTO PARA LOS CREYENTES QUE SIRVEN A DIOS.
Este es el mismo Espíritu Santo que guía a todos los creyentes hoy en día, tal y como Jesucristo prometió: «Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado . . . (Pero) cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad» (Juan 16:8,13). El Espíritu Santo también busca cómo guiar a todos los creyentes a practicar la ocupación o la posición que Dios ha escogido para nosotros, y así servir al Señor más eficazmente y prepararnos para nuestra herencia eterna. Sólo el Espíritu Santo puede iluminar nuestras mentes, impartir la convicción por nuestros pecados, y darnos el poder para vivir una vida (santa) santificada (I de Corintios 2:16; 6:11).

El apóstol le oró a Dios: « . . . para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu» (Efesios 3:16).
Si vivimos por fe, no necesitamos temer.
LA PALABRA DE DIOS Y SU IMPORTANCIA EN LA RELACIÓN DIARIA.
La necesidad más presente hoy en día es que los creyentes lleguen a estar seriamente comprometidos en la lectura de toda la Palabra de Dios, porque ella es la que « . . . discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12). Dios nos habla por medio de Su Palabra y, mientras la leemos, nuestros varios pecados de desobediencia, sean por ignorancia, omisión o comisión, son recordados en nuestras mentes. Esto nos lleva a la convicción, a la confesión, y a la limpieza (I de Juan 1:9). Entonces es que llegamos a ser « . . . hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores . . . » (Santiago 1:22).

Además, el estado de condenación que es el resultado de los pecados que hemos cometido ya no debe permanecer después que nos hemos confesado y arrepentido. No nos atrevemos a sacar otra vez nuestros pecados pasados ni los de otra persona que ya se han confesado; al contrario, debemos de regocijarnos de la misericordia, y el amor de Dios que nos da el perdón por medio de Jesucristo nuestro Salvador. En la parábola de nuestro Señor, el siervo que no perdonó fue entregado a los verdugos. «Así también Mi Padre Celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas» (Mateo 18:35).
Cuando obedecemos la Palabra de Dios nuestros corazones son preparados para que el Espíritu Santo pueda trabajar en y por nosotros.
TRABAJAR PARA DIOS ES UN PRIVILEGIO.
Cuando estamos sirviendo al Señor, el mayor problema es no llegar a hacer lo mejor con lo que tenemos. «Me es necesario hacer las obras del que Me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar» (Juan 9:4).
Un creyente que no ora debilita su eficacia.
El deseo de cumplir con la voluntad de Dios depende en recordar que Él es Soberano sobre todos los acontecimientos de nuestras vidas. «(De) manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre» (Hebreos 13:6).

Mucho se puede llevar a cabo para con Dios cuando los creyentes trabajan juntos.

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