¿QUÉ
SIGNIFICA LA LEY DE DIOS EN TU CORAZÓN?
“La ley de
su Dios está en su corazón; por tanto, sus pies no resbalarán.”
Salmo 37: 31.
UNA OBEDIENCIA AL SEÑOR PARA HONRARLO.
UN AMOR ESPECIAL POR SU PALABRA.
Pónganle la
ley en su corazón, y el hombre entero será recto. Allí es donde debe estar la
ley; pues entonces descansa, como las tablas de piedra en el arca, en el lugar
señalado para ella. En la cabeza confunde, en la espalda abruma, en el corazón
sostiene.
¡Qué palabra
tan preciosa es usada aquí, “La ley de su Dios”! Cuando conocemos al Señor como
nuestro propio Dios, Su ley se convierte en libertad para nosotros. Dios con
nosotros en un pacto, nos vuelve ávidos de obedecer Su voluntad y de caminar en
Sus mandamientos. Entonces me deleito en la ley.
Aquí se nos
garantiza que el hombre de corazón obediente será sostenido en cada paso que
dé. Hará lo que es recto, y, por tanto, hará lo que es sabio. La acción santa
es siempre la más prudente, aunque en el momento no lo parezca. Cuando nos
mantenemos en el camino de Su ley, avanzamos a lo largo de la calzada de la
providencia y de la gracia de Dios. La Palabra de Dios no ha descarriado a una
sola alma todavía; sus claras instrucciones de caminar humildemente,
justamente, amorosamente y en el temor del Señor, son tanto palabras de
sabiduría para prosperar nuestro camino, como reglas de santidad para mantener
limpios nuestros vestidos.
El que
camina rectamente camina seguramente.
¿CUÁNTO SE
ALEGRA USTED DE LA PALABRA DE DIOS?
Salmos
119:162: “Me regocijo en tu palabra.”
Job dijo:
“Guardé las palabras de su boca más que mi comida” (Job 23:12). Cuando la
Palabra de Dios llega a ser tan importante para usted como lo es su alimento
diario, entonces usted comenzará a crecer en su vida espiritual. A veces nos preguntamos
si el polvo acumulado sobre nuestra Biblia servirá de testimonio en contra
nuestro. El siguiente verso es de un libro escrito por Richard Greene que hace
reflexionar: “Ha estos dos Dios los ha casado y ningún hombre los separará,
polvo sobre la Biblia, sequía en el corazón.” ¡OH, que tuviésemos hambre por la
Palabra de Dios!
Ayune una de
sus comidas el día de hoy, así podrá sentir una milésima del hambre que debemos
tener por alimentarnos de la Palabra de Dios. Y recuerde orar por aquellos que
necesitan la leche pura de la Palabra de Dios.
AHORA
ENTONCES, ES TIEMPO DE ENSEÑAR A OTROS LA PALABRA.
Podemos
meditar en la Escritura. En tanto que leemos, oímos y estudiamos la Palabra de
Dios, nuestra mente se convierte en un depósito de principios bíblicos. Podemos
analizar, personalizar y aplicar estos principios a nuestra vida, ya que están
guardados en nuestros corazones. En esos momentos de meditación, podemos
permitir que la Palabra hable a nosotros, nos exhorte, nos consuele y nos
transforme. Dice hebreos capítulo 4:12,13: “Porque la Palabra de Dios es viva y
eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos. Penetra hasta partir el
alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos
y las intenciones del corazón. No existe cosa creada que no se manifiesta en su
presencia. Más bien, todas están desnudas y expuestas ante los ojos de aquel a
quien tenemos que dar cuenta”.
“Más la
palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el
evangelio os ha sido anunciada.” 1 Pedro 1: 25.
Toda
enseñanza humana, y, en verdad, todos los seres humanos, llegarán a su fin como
la hierba del campo; pero aquí se nos asegura que la palabra del Señor es de
una naturaleza muy diferente, pues permanecerá para siempre.
Tenemos aquí
un Evangelio divino; pues, ¿cuál palabra podría permanecer para siempre sino la
palabra que es hablada por el Dios eterno?
Tenemos aquí
un Evangelio que vive para siempre, tan lleno de vitalidad como cuando salió
por primera vez de los labios de Dios; tan poderoso para convencer y convertir,
para regenerar y consolar, para sostener y santificar, como lo fue desde sus
primeros días en que obró maravillas.
Tenemos un
Evangelio inmutable, pues no es hierba verde hoy, y mañana paja seca; sino que
siempre es la verdad permanente del inmutable Jehová. Las opiniones cambian,
pero la verdad certificada por Dios no puede cambiar, como no cambia el Dios
inmutable que la expresó.
Entonces,
aquí tenemos un Evangelio en el que nos regocijamos, una palabra del Señor en
la que podemos apoyar todo nuestro peso. “Para siempre” incluye vida, muerte,
juicio y eternidad. Gloria sea dada a Dios en Cristo Jesús por la consolación
eterna. Aliméntense de la palabra hoy, y todos los días de su vida.
LA PALABRA
DE DIOS ES UN TESORO ESCONDIDO.
El TESORO
ESCONDIDO
Por el
Hermano Pablo
Don Julio
Gómez Arbizú hacía un viaje a caballo por el campo. Al ocultarse el sol, pidió
posada en una casa que estaba a la vera del camino. La casa tenía aspecto de
pobreza. No había muebles, y la alimentación era escasa. Todo daba la impresión
de suma indigencia.
La señora de
la casa era joven, y sin embargo en su rostro se veían las huellas de una vida
llena de sinsabores. No era de extrañarse. Su esposo era un borracho
empedernido que la maltrataba una y otra vez.
Mientras el
visitante miraba el aspecto de aquel hogar, vio una vieja y olvidada Biblia que
estaba en un rincón. Al despedirse, le dijo a la familia: «Hay en esta casa un
tesoro que los puede hacer ricos.»
Después que
el forastero partió, los dueños de la casa comenzaron a buscar lo que a su
juicio tendría que ser una joya o una vasija llena de oro. Hasta hicieron hoyos
en el piso, pero todo sin resultado.
Un día la
señora levantó la Biblia olvidada, y encontró escrita en la guarda esta nota:
«Lea Salmo 119:72.» En ese pasaje de los Salmos encontró la siguiente
afirmación: «Para mí es más valiosa tu enseñanza que millares de monedas de oro
y plata.» La señora, recordando las palabras del visitante, se preguntó: «¿Será
éste el tesoro del que habló el forastero?»
Así que le
comunicó al resto de la familia lo que pensaba, y empezaron a leer la Biblia.
Con eso, un gran milagro comenzó a efectuarse. El borracho se convirtió en un
hombre trabajador. El color volvió a las mejillas de la señora. La armonía
desplazó el resentimiento, y la felicidad retornó al hogar.
Cuando el
forastero visitó de nuevo la casa, había desaparecido de ella todo indicio de
tristeza. En su lugar reinaba la paz. Con el corazón rebosante de gratitud, la
familia le dijo: «Encontramos el tesoro, que se ha convertido en todo lo que
usted nos dijo.»
Lo cierto es
que la Biblia es el Libro por excelencia. Produce resultados positivos en la
vida de quienes lo estudian con fe y con devoción.
¿Con cuánta
frecuencia leemos nosotros la Biblia? ¿Hemos leído la historia de Abraham?
¿Hemos experimentado la satisfacción que produce la lectura de los Salmos?
¿Hemos seguido la vida de Cristo? Si no hemos leído la Biblia, hemos hecho caso
omiso del mensaje más importante para nuestra vida.
Leamos la
Biblia. En ella encontraremos tesoros que cambiarán nuestra vida. Leámosla con
sinceridad y fe. Dios, mediante su Santa Palabra, quiere hablarnos. Leamos ese
tesoro que hace rico a todo el que lo descubre.
LA PALABRA
DE JESUCRISTO ES PARA ESCUCHARLA, CREERLA Y OBEDECERLA.
La reacción
fundamental
El Señor
no... [Quiere] que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.
2 Pedro 3:9
El asombro
es una reacción apropiada y, en realidad, inevitable ante las palabras y las
enseñanzas de Jesús. Pero nuestra reacción ante ellas no debe terminar con el
asombro o ni siquiera con la seria consideración. La reacción fundamental a la
enseñanza de Jesús es creer y obedecer. Él no presentó las verdades simplemente
para nuestro asombro e información. Enseñó lo que enseñó para nuestra
salvación.
Muchos
reaccionaron ante la enseñanza de Jesús sencillamente considerando sus palabras
y sus obras, pero no aceptándolas. ¿Cuál es la reacción fundamental de usted?
ENSEÑANZA CON AUTORIDAD.
La gente se
admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad.
Mateo
7:28-29
Algo que
influyó tanto en los oyentes de Jesús es que Él enseñaba con autoridad. La
palabra más empleada en el Nuevo Testamento para referirse a la autoridad
pertenece al poder y al privilegio, y muestra la soberanía de Cristo.
A diferencia
de Jesús, los escribas judíos citaban a otros para darles autoridad a sus
enseñanzas. El Señor tenía que citar solamente la Palabra de Dios y podía
hablar como la autoridad suprema sobre la verdad. Habló la verdad eterna
sencilla, directa y poderosamente, pero con amor y compasión. Eso asombraba a
sus oyentes, y debiera también impresionarnos profundamente a nosotros.
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