TODOS
QUEREMOS Y ESPERAMOS UN CIELO ALEGRE POR LA ETERNIDAD.
«UN CIELO
ALEGRE»
Por Carlos
Rey.
«Conocí a
Mamá Blanca mucho tiempo antes de su muerte, cuando ella no tenía aún setenta
años ni yo doce —cuenta la destinataria de Las memorias de Mamá Blanca en la
introducción de esta novela de la escritora venezolana Teresa de la Parra—....
Bajo el menor pretexto [yo] salía de mi casa, volteaba a todo correr la
esquina, penetraba en el zaguán amigo y comenzaba a gritar alegremente como
quien participa una estupenda noticia:
»—¡Aquí
estoy yo, Mamá Blanca, Mamá Blanquita, que estoy yo aquí!
»Nadie
comprendía que a mi edad se pudiesen pasar tan largos ratos en compañía de una
señora que bien podía ser mi bisabuela.... [Es que] Mamá Blanca poseía el don
precioso de... [conducirme] fácilmente por amenas peregrinaciones sentimentales
[y] me divertía....
»Con sus pobres
dedos temblorosos y sin mayor escuela, tocaba el piano con intuición
maravillosa. A los pocos días de habernos hecho amigas, emprendió el largo [y]
cotidiano obsequio de darme lecciones, sentadas las dos todas las tardes ante
su viejo piano....
»Llena de fe
cristiana, trataba a Dios con una familiaridad digna de aquellos artífices de
los primeros siglos de la Iglesia... [sólo que, a diferencia de ellos,] el Dios
de Mamá Blanca no se indignaba nunca ni era capaz del menor acto de
violencia.... Presidía sin majestad un cielo alegre, lleno de flores en el cual
todo el mundo lograba pasar adelante [aunque] poco... le [argumentaran] o le
[llamaran] la atención haciéndole señas cariñosas desde la puerta de
entrada....
»Una mañana
de abril, muy temprano, como quien se marcha a una excursión campestre... sin
dolor ni quejas, Mamá Blanca se fue dulcemente camino de aquel cielo que
durante la vida había tenido el buen cuidado de arreglar a su gusto: ¡tan
propicio a la íntima alegría! Ya dormida, sus labios entreabiertos por una
inmóvil sonrisa cantaban a lo lejos en el coro de los Bienaventurados. Cuando
el ataúd, ligero y florido como su espíritu, pasó... por la puerta del
zaguán,... pareció exclamar desde la altura dirigiéndose a todos los de
adentro: «¡Adiós, hasta después, y dispensen la molestia!»1.
Con esa
elocuente descripción, Teresa de la Parra nos transporta al sitio y al momento
mismo de la despedida de este mundo de Mamá Blanca. Y nos da a entender que
cuando la piadosa mujer llegara a la puerta de entrada al cielo, Dios le diría
que pasara adelante, como a una hija amada a quien había estado esperando.
Es que Mamá
Blanca tenía razón al pensar que Dios es bondadoso y compasivo, lento para
enojarse, 2.
Y que desea darnos a todos la bienvenida al
cielo, para que cantemos alegremente en ese «coro de los Bienaventurados».
¿Acaso no enseñó su Hijo Jesucristo que el cielo rebosa de alegría por una sola
persona que se vuelve a Dios? Cuando eso ocurre, los ángeles hacen fiesta3.
Porque saben que sólo así podrá Dios darle
entrada al cielo que le tiene preparado. Allá «hay lugar para todos» —afirmó
Jesús—; pero Él es el único camino que conduce a ese destino.4.
De modo que es necesario volverse a Dios y
seguir a Cristo su Hijo para poder llegar y pasar adelante.
1 Teresa de la Parra, Las memorias de
Mamá Blanca (Caracas: Monte Ávila Editores, 1985), pp. 4-12.
2 Sal 86:15. Más tú, Señor, Dios
misericordioso y clemente,
Lento para
la ira, y grande en misericordia y verdad,
3 Lc 15:7,10. Os digo que así habrá más gozo en el
cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no
necesitan de arrepentimiento. 15:10 Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un
pecador que se arrepiente.
4 Jn 14:2-7. En la casa de mi Padre muchas moradas
hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para
vosotros.
14:3 Y si me
fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que
donde yo estoy, vosotros también estéis.
14:4 Y
sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.
14:5 Le dijo
Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?
14:6 Jesús
le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí.
14:7 Si me
conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le
habéis visto.
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