EL DRAMA DE
MUCHAS JÓVENES EN EL MUNDO.
El drama de
María.
Por el
Hermano Pablo.
María era
una bella niña de dieciséis años de edad que vivía en una de las grandes
ciudades de América Latina. Una tarde ella regresó de la escuela a su casa con
una honda pena. Sus padres habían salido, pero eso le era un alivio, porque la
preocupación que María traía era un embarazo. A esa temprana edad María estaba
embarazada y no sabía qué hacer.
Angustiada
hasta más no poder, tomó una resolución drástica. Con un alambre retorcido,
ella misma se hizo un aborto. Pero sufrió una fuerte hemorragia y tuvo que
internarse en el hospital.
¿Qué es
esto? Es el drama de cientos de miles de muchachas que como María, en plena
edad juvenil —en la edad de los estudios, de los amigos y de los primeros
bailes— tienen un tropiezo. Y como la naturaleza no perdona, ese tropiezo se
convierte en un embarazo no deseado. Ahí comienza el drama.
¿Cómo
detener esa marea creciente de embarazos juveniles? ¿Cómo curar las profundas
heridas que produce? ¿Cómo ser un orientador para las jóvenes que enfrentan,
todos los días, la insistencia de muchachos que no saben lo que hacen, o las
inclinaciones naturales que esas jóvenes no comprenden?
Se ofrecen
muchas soluciones, pero ninguna de ellas es, de veras, una solución eficaz.
Todas tratan el síntoma y no la causa.
La raíz de
esta tragedia es una combinación del despertar de apetitos naturales, y una
sociedad dada a la inmoralidad desenfrenada que los padres les pasan a los
hijos. Esto explica la degradación de nuestra sociedad.
Si hacemos
caso omiso de Dios, no podemos menos que sufrir las consecuencias, y éstas
producen desprecio por todo lo moral y lo puro. Por un lado somos víctimas de
inclinaciones pecaminosas heredadas de la caída de nuestros primeros padres, y
por el otro tenemos la flojera moral de nuestra sociedad, que ofrece un
ambiente propicio para vivir en el pecado. Con razón nos estamos hundiendo.
¿Cuál es la
solución? Dios. Dios en el corazón. Dios en la vida. Dios en la familia. Dios
en la sociedad. El día en que toda la raza humana obedezca los mandamientos
morales de Dios, habrá paz en este mundo.
¿Cómo
llegamos a conocer a Dios? Por medio de su Hijo Jesucristo. Sólo tenemos que
abrirle nuestro corazón y darle entrada. «Mira que estoy a la puerta y llamo
—dice el Señor—. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con
él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). Esa es la única solución.
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