NUESTRA
PUREZA SEXUAL HONRA A JESUCRISTO PERO NUESTRA IMPUREZA SEXUAL DESHONRA Y
DESTRUYE NUESTRAS RELACIONES CON DIOS. EL LIBRO DE PROVERBIOS CAPÍTULO 4.
El poder de
la sabiduría para protegernos del mal; los diez pecados más odiados por Dios;
la necesidad de cumplir con los mandamientos de Dios.
Mientras que
los creyentes del Antiguo Testamento se reconocen como la esposa de Jehová y
los del Nuevo Testamento se reconocen como la novia de Cristo, pues, así
resulta que el placer sexual con cualquier otra persona fuera del matrimonio de
un hombre con una mujer, el cual ha sido ordenado por Dios, es adulterio
espiritual contra Dios. Los pecados sexuales son tan engañadores y destructivos
que se habla mucho más sobre las advertencias de su perversidad en este libro
de Proverbios que ningún otro pecado. Los pecados sexuales contaminan nuestro
cuerpo, el cual es el templo del Espíritu Santo (I de Corintios 6:19). Las
advertencias en el libro de Proverbios se encuentran en los capítulos 5;
6:23-35; todo el capítulo 7; 9:13-18; y 22:14. Dios nos revela que la única
manera de estar seguros se encuentra cuando «la sabiduría. . . fuere grata a tu
alma. . . te guardará; te preservará la inteligencia. . . (Serás) librado de la
mujer extraña, de la ajena que halaga con sus palabras» (Proverbios 2:10,19).
El abandono a las relaciones pecaminosas pueden proveer gozos físicos
momentáneos; pero « . . . el que comete adulterio es falto de entendimiento;
corrompe su alma el que tal hace» (6:32).
Dios nos
advierte sobre los resultados desastrosos del adulterio los cuales son
inevitables: «Al punto se marchó tras ella, cómo va el buey al degolladero, y
como el necio a las prisiones para ser castigado» (7:22). Algunos piensan que
el adulterio o la fornicación es aceptable cuando ocurre entre adultos que así
lo consienten; pero Dios dice: « . . . No erréis; ni los fornicarios, ni los
idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con
varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes,
ni los estafadores, heredarán el reino de Dios» (I de Corintios 6:9-10).
Satanás
solamente nos puede tentar. El pecado empieza cuando empezamos a contemplar la
tentación. Por esa razón, tenemos que «(llevar) cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo» (II de Corintios 10:5).
Cualquier
persona que ha sido arrastrada por un pecado sexual debe de orar y pedirle a
Dios que le perdone, pues: «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el
que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia» (Proverbios 28:13).
«(Pero) Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por
los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios. . . . (Porque) con una sola
ofrenda (Jesucristo) hizo perfectos para siempre a los santificados. . . (Dios)
añade: Y nunca más Me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay
remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado» (Hebreos 10:12, 14,17-18).
CONSECUENCIAS
DE LOS PECADOS SEXUALES.
EL MACHISMO
Y EL SIDA
Por el
Hermano Pablo.
La mujer
apenas podía contener las lágrimas. Estaba contándoles su historia a oficiales
del Seguro Social. Era la misma historia de muchas mujeres como ella, una
historia que es drama y que es, a la vez, tragedia.
Se llamaba
Rosario Servín, y tenía treinta y nueve años de edad. Vivía en una de las
grandes capitales de América Latina, era viuda y tenía seis hijos. Su esposo
había muerto de SIDA, y ella también estaba infectada. Rosario acababa de
perder su casa, que era la única herencia, además de la enfermedad, que le dejó
su esposo.
Tales casos
representan una epidemia. Miles y miles de mujeres pueden contar la misma
historia. Casadas con un hombre machista, deben aguantar pacientemente todo lo
que él haga.
El esposo,
que tiene todas las mujeres que quiere, vive en completo abandono y se enferma
de SIDA. La mujer no se atreve a decir una sola palabra, ni a preguntar cuántas
mujeres tiene ni a ensayar la menor protesta. Lo aguanta todo pacientemente,
pidiéndole a Dios que su esposo cambie, pero en vez de cambiar él le transmite
a ella el virus mortal.
Se cuenta
que cuando Hernán Cortes conquistó México, los príncipes aztecas le traían
lotes de hasta veinte muchachas vírgenes para que escogiera la que más le
gustara, y distribuyera a las restantes entre sus capitanes. Esa es parte de
nuestra herencia. Con la proliferación del machismo, de la lujuria y del
pisoteo cínico de las normas divinas del sexo y del matrimonio, ¿cómo no van a
haber en las Américas millones de casos de SIDA?
Tenemos
quinientos años de «civilización» en nuestros países de habla española. ¿Y a
qué hemos llegado? Lo que salta a la vista es un enorme desmoronamiento moral,
espiritual, económico y político.
¿Qué es lo
que falta en nuestra sociedad? Falta algo que la civilización no ha podido
darnos. Falta algo que la cultura no ha podido darnos. Incluso, falta algo que
la religión tampoco ha podido darnos. Falta Dios introducido en cada fibra de
nuestra vida. Falta una relación personal con el Señor Jesucristo.
Cristo puede
entrar en nuestra vida desalojando de nosotros todo lo que es malo. Él puede
regenerarnos y limpiarnos, y hacer de nosotros —de cada hombre y cada mujer que
se entrega a Él— una nueva persona. Cristo, y no la religión, es lo que salva.
Dejémoslo entrar en nuestro corazón. Ese será el principio de una nueva vida.
Dejemos que entre hoy mismo. Él quiere ser el Señor de nuestra vida.
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