Era un impresionante camión de remolque el que conducía Furtado Boaventura por una autopista de Kentucky, Estados Unidos, ese 19 de diciembre del año 2000. Aquel conductor de Miami, de cuarenta y dos años de edad, tenía puesto el cinturón de seguridad, pero su esposa Olga María Núñez Veracruz no lo llevaba puesto. Ella estaba en el compartimiento de atrás. Al sentir que el camión comenzaba a deslizarse sobre el hielo, la mujer se enderezó antes de que el camión chocara contra el muro de contención. Tenía ocho meses de embarazo.
Debajo de una frazada a la orilla de la carretera cubierta de nieve, el enfermero Charles Shepherd encontró al bebé atado todavía mediante el cordón umbilical a su exánime madre. La desdichada mujer sólo tenía treinta y un años de edad cuando murió, destrozada al ser arrojada a través del parabrisas del camión.
El niñito estaba amoratado e inmóvil. Mientras el padre sollozaba junto a la madre y al hijo, el enfermero Shepherd agarró el cordón umbilical, y el niño comenzó a llorar. Acto seguido, cortó el cordón y le administró oxígeno a la criatura.
El padre sufrió heridas de poca gravedad. En el hospital donde lo atendieron, sostuvo la manito de su hijo antes que se lo llevaran a un hospital para niños.
—Se le podía ver en los ojos la alegría y el dolor —comentó uno de los enfermeros de la sala de emergencias.
Patricia Welch, de dieciocho años de edad, que oyó el choque desde la casa de su abuelo, fue de las primeras personas en llegar al lugar de los hechos, y había cubierto al recién nacido con una frazada, protegiéndolo del frío hasta que llegaron los miembros del equipo de socorro. De no haber sido por el auxilio que ella prestó, la criatura seguramente habría muerto en la temperatura de nueve grados centígrados bajo cero. El padre, al enterarse de que el nombre de la joven era Patricia, decidió ponerle al niño el nombre de Patricio.
Sin más lesión que un rasguño en la rodilla, el niño ya se encontraba en condición estable al día siguiente. Con razón Shepherd exclamó:
—¡Ese niño es realmente un milagro de Dios!
Uno de sus compañeros de trabajo lo expresó en estos términos:
—Es un niño milagroso, sobre todo si se considera la forma en que vino al mundo y los obstáculos que tuvo que vencer para sobrevivir. Este niño va a ser algo extraordinario.1
Eso mismo dijeron acerca del Niño Jesús los pastores en las afueras de Belén la primera Nochebuena hace unos dos mil años, y también los magos de Oriente que llegaron más tarde para adorarlo. Pues no sólo fue milagrosa la forma en que vino al mundo, concebido en el vientre de la virgen María, sino también lo fue la forma en que sobrevivió a la matanza de todos los niños de su edad por orden del rey Herodes. Pero conste que en el caso del Niño Dios no fue la madre quien entregó la vida cuando Él nació milagrosamente, sino Él mismo quien la entregó. Porque Él vino al mundo con una misión extraordinaria: la de dar su vida para salvar a su pueblo de sus pecados. Por eso José, su padre terrenal, le puso por nombre Jesús, que quiere decir: «El Señor salva.»2
1Bruce Schreiner, «Miracle baby survives after being torn from mother's womb», Naples Daily News, 22 diciembre 2000,
2Mt 1:18—2:16
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