lunes, 5 de agosto de 2013

BIENVENIDOS A LA MESA: RETORNO A LA HOSPITALIDAD CRISTIANA

Por Cameron Lawrence.

Brent George aviva con madera la hoguera en su patio. Me hace señas para que me estacione junto al césped donde muchos autos se han detenido antes. Durante los 34 años que han estado casados, él y su esposa Laura han recibido con los brazos abiertos a más de 40 personas que se quedaron a vivir con ellos, a largo y corto plazo, a la vez que tuvieron y criaron once hijos suyos, por no hablar de los visitantes que se presentan cada día para conversar, recibir algún consejo, y comer.

La casa de dos pisos, de tablones de madera blanca y postigos verdes, y con un aro de baloncesto en la entrada al garaje, es bonita pero no extraordinaria —no es muy grande ni muy adecuada para acoger a muchos huéspedes como podría esperarse. Por dentro es humilde pero cómoda, y tiene las señales de una vida en familia evidenciada por la estantería y los muebles. Todo ello transmite una inefable calidez que irradia de la sensación de vida de hogar que da una amable bienvenida.

Brent me conduce a la sala de estar después de pasar por la cocina y unas escaleras, donde Laura se une a nosotros mientras hablamos y esperamos que la cena termine de prepararse. Ella atribuye a su suegra la inspiración que tuvieron desde el comienzo en cuanto al estilo de vida que eligieron hace más de tres décadas. Pero fue un libro sobre la fraternidad de L’Abri —la comunidad evangélica fundada en Suiza por Francis y Edith Schaeffer en 1955—lo que les dio una visión mayor. Los Schaeffer decidieron abrir su hogar a personas interesadas en reunirse con otras para el estudio de la Palabra y conversar sobre la vida de fe. Y los George siguieron el ejemplo, comenzando con un estudio bíblico para jóvenes, e invitando después a un miembro de la iglesia a vivir con ellos. Desde entonces, han dado camas, y a veces hasta habitaciones enteras, a huéspedes de permanencia corta y larga.

Aunque por lo general se cree que más hijos es igual a mayor dificultad en cuanto a hospitalidad, los George no lo ven de esa manera. La decisión de dejar que Dios determinara su número de hijos es el núcleo de su dedicación de ser anfitriones de los demás. “Estuvimos tratando de espaciar los nacimientos de nuestros hijos de la manera que pensábamos que era prudente, pero empecé a pensar que la Biblia dice que los hijos son una bendición. No dice que son una bendición si se puede vivir en una casa de cierto tamaño, o si se pueden enviar todos a la universidad. No hay requerimientos”.

Fue entonces cuando todo comenzó a cambiar, dando nueva profundidad y firmeza a su convicción. “Cuanto más hospitalario me volvía para recibir a más hijos, más hospitalario me volvía hacia otras personas, ya sea que llegaran de la matriz, por la puerta de la calle, por la puerta de atrás, por la puerta lateral, o por la ventana. Nunca hemos colgado un cartel de “vacante” frente a la casa. Dios sabía que nuestros corazones estaban abiertos para ayudar a las personas, y Él simplemente las traía a nuestra puerta”.

Pasamos a la mesa cuando la comida está lista, y seguimos conversando mientras comemos. Dos de los hijos de Brent y Laura se nos unen, y cada uno de ellos cuenta historias sobre la vida de hospitalidad que ellos eligieron. “Eso nos ha sacado de nuestra comodidad muchas veces”, dice Abby, de 22 años. “Pero es bueno no estar cómodos, porque esto nos permite crecer, y nos enseña a hacer sacrificios de maneras que uno probablemente no habría notado de no haber tenido a ciertas personas en su vida. Aprender a tratar con todas las personalidades —especialmente con las que casi parecen estar tanteando el terreno para ver si las seguiremos amando y recibiendo— es difícil, pero eso nos enseña a ver a través de los ojos de Cristo, en vez de los de la carne”.

Josiah, de 20 años, recuerda una época en que un adolescente que vivía en la calle, se convirtió en su compañero de cuarto. Los George trajeron al muchacho a su casa para que pasara la noche, y se quedó con ellos durante ocho meses. “Soy una persona muy tranquila, y él no se estaba quieto ni un segundo. Tener que acostumbrarme a esa energía y compartir mi habitación, me resultaba realmente difícil. Pero eso definitivamente me hizo crecer y me enseñó paciencia”.

“El tener a personas en nuestra casa ha enseñado a nuestros hijos que hay algo más importante que ellos”, añade Brent. “Eso ha enriquecido nuestras vidas, y nos ha enseñado a todos sobre Cristo y su reino”.

En los primeros años del siglo 15, el pintor ruso Andrei Rublev creó su obra más famosa —una representación simbólica de la Trinidad basada en la imagen del Antiguo Testamento, de tres visitantes a la casa de Abraham. La historia, que se encuentra en Génesis 18, ha ocupado un lugar fundamental en la tradición bíblica en cuanto a hospitalidad.

Rublev no fue el primero en pintar esta escena, pero su versión carece de dos detalles importantes que sí incluyeron pintores anteriores: Abraham y Sara. Pero lo que parece ser una omisión ofrece, en realidad, una vista en cuanto a una verdad fundamental sobre la hospitalidad. Las tres figuras, pintadas como ángeles, están reunidas en torno a los tres lados de la parte posterior de una mesa, dejándonos con una sensación de invitación. Esto representa la generosa hospitalidad de Dios para con nosotros —aunque estábamos distanciados de Él (Ro 5.8), Cristo murió para darnos la bienvenida a la vida eterna y al amor de la Divinidad.

La Dra. Christine Pohl, autora de Making Room (Hacer sitio para los demás), y profesora de Ética en el Seminario Teológico de Asbury, ha escrito extensamente sobre la práctica de la hospitalidad cristiana. Ella me dijo por teléfono que la capacidad de mostrar hospitalidad a los demás solo es posible porque Dios la tuvo primero con nosotros. “La hospitalidad, especialmente la capacidad de sostenerla a través del tiempo, viene de un corazón agradecido por la extraordinaria y costosa bienvenida que hemos recibido de Dios en Cristo”, dijo. “Si realmente llegamos a entender esto, podemos responder, encarnando esa acogida que Él da”.

Desde el comienzo, los cristianos han luchado con la interrogante de cómo ofrecer la clase de acogida que señala Pohl. Ella dice que esa lucha es evidente en algunos de los conflictos mencionados en el Nuevo Testamento entre los judíos cristianos y los gentiles cristianos —por ejemplo, en cuanto a quiénes podían comer con quiénes—, y en las tensiones sociales entre seguidores pobres y ricos de Cristo. Pero la hospitalidad en la sociedad de hoy es diferente. Nuestra cultura ha trivializado en gran medida la práctica, ya sea viendo su cumplimiento en el agasajo a amigos y colegas de trabajo, o en la industria hotelera. Por lo demás, las familias son ahora más pequeñas, y cada vez más privadas.

“Muchos vemos a nuestros hogares como retiros del mundo, en vez de una herramienta para el reino de Dios, por lo que estamos recelosos de dar la bienvenida a las personas, y del tiempo que pasarán con nosotros”, apunta Pohl. “Vivimos preocupados por realizar nuestras actividades, por lo que las oportunidades de ser hospitalarios las vemos como interrupciones. Si todo nuestro enfoque está en que se hagan las cosas, el abrir nuestros hogares a los demás es siempre inoportuno”.

Tal vez el detalle más inoportuno, si no el más incómodo, de la tradición bíblica, es su énfasis en acoger al extranjero. “Tenemos imágenes de Dios particularmente como anfitrión en el Antiguo Testamento. Pero con Jesús, tenemos también a Dios viniendo como huésped y extranjero, y también como anfitrión, al decir: “En cuanto [disteis la bienvenida] a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”, apunta Pohl. Los primeros cristianos tomaron estas palabras tan en serio que era una práctica común tener una habitación especial en sus hogares —que ellos llamaban “el cuarto de Cristo” o la “habitación del profeta”— para que cuando fueran visitados por extraños, los creyentes no perdieran la oportunidad de dar acogida a Jesús.

Pero el peligro potencial de un huésped impredecible es un temor frecuente que puede impedirnos ir más allá de acoger solo a las personas que conocemos mejor. Pohl cree que, por lo general, el riesgo de que eso suceda es real, pero a menudo exagerado. Lo que necesitamos es discernimiento. Ella dice que hay diferentes niveles de “ser un extraño”, y contextos adecuados para manejar cada uno de ellos. “Yo no recomiendo acoger a personas que usted sabe que representarían un riesgo, a menos que tenga ayuda y apoyo. Hay umbrales entre la privacidad del hogar y la vida pública que siguen siendo receptivos”. Los servicios de la iglesia y las reuniones sociales en lugares públicos son apenas dos ejemplos de tales sitios. La clave para mantenerse a salvo, dice ella, es formar equipos para brindar hospitalidad.

Un pasaje en el Evangelio de Lucas da una enseñanza importante en cuanto a nuestro enfoque hacia el extraño, es decir, que no debemos acoger a los demás para beneficio personal. El autor nos dice que en el día de reposo, Jesús cenó en la casa de un líder fariseo. Al notar que quienes estaban sentados a la mesa eran huéspedes distinguidos, el Señor retó al anfitrión a no invitar a amigos, vecinos ricos, o familiares, que podían devolver el favor de una forma u otra: “Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos” (14.13, 14).

“Esto no significa que no debe darse la bienvenida a amigos y familiares”, aclara Pohl. “Es más bien, que somos llamados a dar a los extraños y a quienes se suele —por lo general— dejar al margen, la clase de acogida que daríamos a parientes y amigos. Es muy difícil mostrar hospitalidad a los extraños si no lo mostramos a las personas que conocemos y amamos”.

Pohl aconseja que los que nunca lo han hecho, comiencen haciendo preguntas, tales como: ¿Quiénes son las personas de mi mundo que necesitan ser acogidas? ¿Es la persona que vive en su misma calle, cuyos parientes vive en el otro lado del país? ¿Son los amigos de mi hijo, un estudiante venido de otro país, o un miembro de la iglesia que está discapacitado? Ella también recomienda encontrar maneras de ampliar nuestras mesas, además de reconsiderar cómo conceptuamos a nuestros hogares —para verlos, no como refugios privados, sino como herramientas para el reino de Dios.

Cuando terminamos de comer el postre, miro a través de la ventana y veo la hoguera que arde bajo un cielo oscuro. Varios niños están afuera, sentados alrededor de las llamas, y lo único visible de ellos a la luz del fuego son sus rostros. Pienso en la comida que acabamos de comer, y me pregunto cuántas personas se habrán sentado en estas sillas. ¿Cómo hacen los George para seguir recibiendo y dando tan generosamente a tantas personas? “Dios ha provisto”, responde Brent. “Y ha provisto enormemente”.

Laura recuerda el día en que su hijo adolescente, Micah, ahora de 30 años, trajo a unos amigos a casa a la hora de comer. Los George estaban experimentando dificultades económicas, y alguien les había dado un jamón que era suficiente solo para la familia. “Llevé a mi hijo aparte y le dije: ‘No tenemos suficiente comida...’. Pero luego escuché al Señor decir: ‘Sí, hay suficiente jamón’”. Obedientemente, ella les dijo a los muchachos que podían quedarse a comer con ellos.

“Muchas veces, Brent y yo hemos tenido que esperar hasta que coma la última persona, para luego comer nosotros lo que quede. Veo como llenan sus platos, y pienso: Bueno, el Señor está a cargo de esto”. Cuando ella iba a llenar su plato, se sorprendía al ver que, de alguna manera, había quedado bastante comida. “Era como los panes y los peces del evangelio. Hasta nos quedaban sobras esa noche. Esa fue una gran lección que necesitaba aprender: Que no tenía necesidad de preocuparme por la comida. Siempre hay suficiente”.

“Es necesario ser vulnerables a la providencia y a la misericordia de Dios —a una apertura a Él, y a lo que Él dé”, dice Brent.


Parte de esa vulnerabilidad ha implicado el permitir que sus huéspedes vean la vida de la familia tal como ella es, con sus imperfecciones y todo. “Yo realmente no tengo la energía para fingir”, confiesa Laura. “Creo que dejar que la gente nos vea tal como somos, es lo que la ha atraído a nuestra casa. Quieren ver a otras personas que también tienen sus problemas. Y eso es lo que hace que la gente se sienta muy bienvenida —de poder llegar y ser parte de la familia. Hoy día, cuando las personas tienen familias desintegradas, es un bien precioso un tener un lugar donde sentirse aceptado.”

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