LA HERMOSA Y
GRANDIOSA REDENCIÓN VINO DE JESUCRISTO EL SEÑOR.
UNA MELODÍA
DE REDENCIÓN.
Por Carlos
Rey.
Un colono
europeo llegó con su familia a poblar el antiguo oeste norteamericano. Su
esposa murió cuando la menor de sus dos hijas tenía apenas un año, así que la
mayor lo ayudó a cuidar con sumo cariño a la hermanita. La pequeña era el
orgullo de su padre. Era una criatura hermosísima, de cabello rubio y de ojos
azules como el cielo.
Cerca del
colono había una tribu indígena que tenía por cacique a un poderoso guerrero
llamado Serpiente Rastrera. Éste odiaba a los blancos debido a que había sido
objeto de su prejuicio racial. Una tarde, cuando el colono regresó a la casa de
su trabajo en el campo, su hija mayor salió a su encuentro, deshecha en llanto.
El cacique Serpiente Rastrera había llegado con algunos de sus hombres y había
secuestrado a la pequeña rubia, que ya tenía cinco años de edad.
Pasaron catorce largos años en que el
desconsolado padre buscó en vano a su hija, hasta que un día un viajero le
contó que había visto a una muchacha rubia que formaba parte de una tribu
indígena en una comarca cercana. El colono vendió su hacienda y, con el dinero
de la venta, que representaba toda su fortuna, fue en busca de Serpiente
Rastrera a fin de comprar a su hija. Cuando volvió a verla, su hija ya era una
hermosa señorita rubia de diecinueve años como él se la imaginaba, pero que
vestía, hablaba y se conducía como las otras mujeres de la tribu.
Serpiente
Rastrera quería a la joven, pero también quería el dinero del rescate. Así que
le propuso al colono que la muchacha fuera a vivir con él durante un mes, y que
al cabo del mes ella decidiera con quién se quedaba. El padre accedió e
hicieron el trato.
La pobre
muchacha, convencida de que el hombre blanco que se hacía pasar por su padre la
había secuestrado, se negó a comunicarse con él desde el principio del mes de
prueba. El colono y su hija mayor hicieron todo lo posible por hacerle recordar
su vida pasada, pero cuanto más se esforzaban, más inútiles parecían sus
esfuerzos por ganar su confianza.
Cerca del
fin del plazo acordado, mientras la hija mayor, sin pensarlo, cantaba una de
las melodías con la que años atrás arrullaba a su hermanita, ésta reaccionó y
comenzó a recordar su pasado. Corrió a los brazos de su hermana y de su padre,
y lloró de felicidad al comprender lo sucedido. Este era su verdadero padre,
que estaba dispuesto a pagar el precio de su rescate, por más alto que fuera.
Así como a
la joven rubia de esta historia, a nosotros también nos ha secuestrado alguien
llamado Serpiente. Se trata de «Serpiente Antigua», más conocido como Diablo y
Satanás.1 Pero Dios nuestro Padre celestial, que nos ha estado buscando al
igual que el colono, ya pagó el precio de nuestro rescate con la sangre de su Hijo
Jesucristo. Ahora sólo nos queda decidir si hemos de vivir con Él o de volver a
vivir con Serpiente Antigua. Más vale que reaccionemos ante esta bella melodía
de redención, y corramos a los brazos de nuestro verdadero Padre, nuestro Padre
celestial.
1
Ap.
12:9- 10.
12:9 Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente
antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue
arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.
12:10 Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora
ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de
su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el
que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.
LA VERDADERA
ESPERANZA VIENE DE DIOS NUESTRO SALVADOR.
“En Dios solamente
está acallada mi alma; de él viene mi salvación.” Salmo 62: 1.
¡Bendita postura! Esperar verdadera y únicamente en el Señor.
Esta debe ser nuestra condición durante todo este día, y cada día. Esperar lo
que a Él le agrade, esperar en Su servicio, esperar en gozosa esperanza,
esperar en oración y contentamiento. Cuando la propia alma espera de esta
manera, está en la mejor y más verdadera condición de una criatura delante de
su Creador, de un siervo delante de su Señor y de un hijo delante de su Padre.
No toleramos intentar prescribirle a Dios, ni quejarnos delante de Dios; no
permitiremos ninguna petulancia, ni ninguna desconfianza. Al mismo tiempo, no
acostumbramos correr delante de la nube, ni buscar la ayuda en los demás: nada
de esto sería tener el alma acallada en Dios. Dios, y sólo Dios, es la
esperanza de nuestros corazones.
¡Bendita seguridad! De Él nos viene la salvación
y viene en camino. Vendrá de Él, y de nadie más. Él recibirá toda la gloria por
ello, pues sólo Él puede y quiere darnos la salvación. Y Él lo hará con toda
certeza en el tiempo y en la manera establecidos por Él. Él salvará de la duda
y del sufrimiento, y de la calumnia, y de la turbación. Aunque todavía no
veamos ninguna señal de salvación, estamos satisfechos de aguardar la voluntad
del Señor, pues no tenemos desconfianza de Su amor y fidelidad. Él hará Su obra
con certeza en breve, y nosotros le alabaremos por la misericordia venidera.
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