10:1 De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador.
10:2 Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.
10:3 A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca.
10:4 Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
10:5 Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
10:6 Esta alegoría les dijo Jesús; pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.
CRISTO EL
GRAN PASTOR DE LAS OVEJAS Y SU AMOR EXTRAORDINARIO:
VIDA
ABUNDANTE EN CRISTO JESÚS.
EL SECRETO
DE LA VIDA ABUNDANTE
Yo soy el
buen pastor;
El buen
pastor su vida da por las ovejas.
Jn.10:11.
La pregunta
clave es, ¿por qué Jesús se llama El Buen Pastor? ¿Qué es lo que el Espíritu Santo quiere que
aprendamos acerca de Él? ¿Qué es lo que
lo hace a Jesús tan bueno?.
El contexto
nos ayuda a responder a estas interrogantes.
En el verso diez, aprendemos que Jesús es bueno porque ha derrotado al
enemigo.
Pero en
verso diez encontramos otra razón. Jesús
se llama bueno porque es el dador de una vida abundante. Cuando pido que
personas describan una vida abundante, usualmente responden dándome una lista
de cualidades. Es una vida llena de
gozo, paz, amor, prosperidad, y satisfacción. Es una vida de armonía en el
matrimonio, hogar y la iglesia. Y por
cierto mucho más. Es una clase de vida
que todos añoran. Pero la tragedia de hoy es que muy pocos viven esta clase de
vida. ¿Nos preguntamos por qué? ¿Cuál será el secreto de esta clase de vida?.
Jesús otra
vez responde a la interrogante. El
amorosamente nos muestra el camino. “Más
bienaventurado es dar que recibir (Hch. 20:35).
Irónicamente la vida abundante no se la encuentra a su cabalidad hasta
que no se la comparte con otros.
Cuando
hablamos de dar, personas usualmente piensan en el dinero. Pero nuestro Pastor está hablando de mucho
más. Déjame hacerte la pregunta, ¿cuánto
de dinero regaló el Señor? Por cierto
dio su diezmo y ofrendas. Pero lo que lo hizo la eminencia de la
historia no fue la cantidad de dinero que dio.
No nos equivoquemos. Lo que lo
hizo que le reconocieran tanto en todo lugar, aún hasta hoy, fue que él se dio
a sí mismo. Él se despojó a si mismo por
nosotros. Y El quedó satisfecho. Él dijo, “mi comida (satisfacción), es que
haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Jn. 4:34).
Jesús nos
enseñó con su vida. No es cuanto nos
recibe lo que es importante. Es cuanto
uno da a otros. El que quiere ser el
primero entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero
entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y
para dar su vida en rescate por muchos (Mt. 20:26-28). Esta clase de vida requiere un cambio de
perspectiva. El enfoque ya no es mi
felicidad. Otra prioridad toma el primer
lugar. Busco el gozo de otros. El propósito de la vida es soltarlo y no
agarrarse de ella. Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará (Mt.
16:24-25).
¿Por qué
será que las personas más solitarias y descontentas en el mundo son las que
tienen tanto? ¿Y por qué será que
algunas personas muy humildes, que tienen muy poco, son las más felices? No cabe duda.
La verdadera riqueza no consiste en la cantidad de cosas que uno posee.
La verdadera riqueza se encuentra cuando uno aprende a entregar todo a otros,
por Cristo y por su Gran Reino.
Un Misionero
decía: Nunca olvidaré el pastor no vidente que conocí en las montañas muy altas
del norte de la India. Él tenía a su
cargo quince congregaciones. Andaba
descalzo con muy pocos bienes materiales.
Él iba de pueblo a pueblo visitando las iglesias en su camino. Su hijo de quince años lo guiaba por las
sendas sinuosas de las montañas. Tocaba
su guitarra y cantaban juntos. Cuando yo
oí a ese pastor cantar, el rostro de nuestro Señor brillaba en su rostro. Cada día el entregaba su vida por otros, y
por Jesús. Podría decir que en raras
ocasiones he encontrado a otro con tanto propósito, satisfacción, y gozo
interno como ese hombre. Como miles más,
él había descubierto el secreto de la vida.
El vivir la
vida cristiana es como el respirar. Si
solo inhalas, te sofocarás. Es solo
cuando exhalamos que podemos vivir. Uno
deja de pensar en uno mismo. ¿Por qué no
empezar a vivir? ¿Por qué no ver las
necesidades de personas en nuestro entorno?
Averigua como puedes servirles.
Vive como Jesús cuyo propósito solo era servir. Tendrás un gozo nuevo y abundante. Rebalsará en tu vida. Y como resultado experimentarás la bondad de
tu Pastor quien dio todo por ti. Porque somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. Ef. 2:10.
Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Mt. 5:16
.
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