lunes, 23 de septiembre de 2013

LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR

Y Tú, ¿Eres Buena Tierra?

En una sociedad moderna y citadina, no es fácil entender el asunto de la siembra del campo. Los agricultores saben que dependiendo del tipo de tierra será la cosecha. Lo importante para el agricultor es que la tierra en la que va a sembrar sea una buena tierra, fértil.

La agricultura clasifica los tipos de suelo (tierra) de la siguiente manera:
• Suelos arenosos: No retienen el agua, tienen muy poca materia orgánica y no son aptos para la agricultura, ya que no tienen nutrientes.
• Suelos calizos: Tienen abundancia de sales calcáreas, son de color blanco, secos y áridos, y no son buenos para la agricultura.
• Suelos humíferos (tierra negra): Tienen abundante materia orgánica en descomposición, de color oscuro, retienen bien el agua y son excelentes para el cultivo.
• Suelos arcillosos: Están formados por granos finos de color amarillento y retinen el agua formando charcos. Si se mezclan con humus pueden ser buenos para cultivar.
• Suelos pedregosos: Formados por rocas de todos los tamaños, no retienen el agua y no son buenos para el cultivo.
• Suelos mixtos: tiene características intermedias entre los suelos arenosos y los suelos arcillosos


Jesús enseñó una parábola sobre un sembrador, conocida con ese nombre. La mayoría de las personas cristianas la conocen y se encuentra en los evangelio paralelos en las siguientes citas: Mateo 13.1–23; Lucas 8.4–15 y Marcos 4:1:20. 


Jesús explica el significado de esta parábola a sus discípulos cuando le preguntaron aparte lo que ella significaba. Cuando leemos esta parábola o la recordamos, la mayoría de nosotros nos enfocamos en su título: Parábola del Sembrador, cuando quizá deberíamos enfocarnos en la tierra en dónde se siembra la semilla. Leamos en Lucas la parábola para poder contestar la pregunta del título de este artículo.


Parábola del Sembrador
Y les enseñaba por parábolas muchas cosas, y les decía en su doctrina: Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron. Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto. Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno. Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga. Lucas 4:2-9

Explicación de la parábola
El sembrador es el que siembra la palabra. Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones. Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan. Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno. Lucas 4:14-20

Jesús explica que la semilla es la palabra de Dios, y su aplicación no es solamente a escuchar la palabra de salvación, sino toda palabra que viene de Dios. Cuando nuestro corazón es reconvenido por la Palabra, ¿qué tipo de tierra somos? Si ya somos salvos por gracia por medio de Jesucristo, todos deberíamos ser buena tierra, la que da fruto abundante, puesto que ya vive el Espíritu Santo dentro de nosotros, nos guía a toda verdad y nos capacita para vivir la vida cristiana plenamente sin importar las circunstancias.

¿Estamos siendo constantes en la lectura de la Palabra? Si no somos constantes en nuestra lectura de la Palabra no estaremos sembrando semillas en nuestra tierra. La Palabra de Dios es para todo ser humano, y principalmente para los que somos salvos, pues es la manera en que podemos conocer el pensamiento y los deseos de Dios, su forma de ser y lo que él espera de nosotros como sus hijos.
Si somos constantes en la lectura de la Palabra, ¿Qué tipo de tierra somos? ¿Tierra buena cuando nos conviene y pedregales cuando no nos conviene? Hermano y hermana, de nosotros depende que la Palabra de fruto al 30, 60 y 100 por uno. Nosotros somos la tierra y podemos ser cualquiera de estas cuatro clases: la buena, la que está junto al camino, la que tiene pedregales o aquella en la que hay espinos.

Ahora te pregunto nuevamente ¿qué tipo de tierra eres? Si no eres de la buena tierra, de la que da fruto, te invito a que limpies tu tierra, saca las piedras, corta los espinos para que puedas ver el fruto al 30, 60 y 100 por uno.

¡Seamos buena tierra! Dios desea que tú y que yo, que todo hijo suyo sea buena tierra cuando el nos habla a través de su Palabra. ¿Estás avanzando en el crecimiento en Cristo Jesùs? Es decir ¿te estás pareciendo cada día más a Él? Si no es así, es que tu tierra no es buena. ¡Barbecha tu campo!, ¡quema lo que estorbe el rastrojo, los espinos y los cardos!, ¡arroja de ella las piedras!, y verás el fruto abundante que Dios produce en tu interior.

Quizá te preguntes cuál es ese fruto, pues bien, ese fruto es: una mente sobria, una vida diaria que utiliza los recursos de Dios para resolver sus asuntos, como son la gracia, el perdón y la misericordia, cristianos que están vestidos de Cristo, que afrontan las situaciones difíciles de la vida con confianza en Dios, que resisten al pecado, que viven en victoria sobre la tentación, el mundo y el diablo; hijos de Dios que son congruentes en su hablar y en su actuar. Un fruto apacible de bondad y gracia hacia los demás y de amor hacia Dios. Ése es el fruto de la buena tierra.
Amado hermano o hermana, te invito a que hoy, junto conmigo, tomemos la decisión de ser buena tierra. Seamos ejemplo a otros y traigámoslos a los pies del Señor Jesucristo con nuestro buen ejemplo.

EL HOMBRE MOVIDO POR LA AMBISIÓN:

La condición humana.


Mucha tinta ha corrido acerca del tema de la condición humana, el mismo que abarca todo lo que tiene que ver con la manera de comportarnos los seres racionales. Filósofos, pensadores, intelectuales y demás personajes le han metido el diente a la cuestión, y aunque cada uno de ellos expone sus puntos de vista, las conclusiones no varían mucho de unos a otros. El asunto es pariente cercano del existencialismo, al cual es mejor no echarle mucha cabeza porque no vuelve uno a pegar el ojo, es muy posible que se le corra la teja y arriesga terminar el ciclo vital con “…dos huequecillos minúsculos en las sienes…”.

Ya en la vida diaria es común que al conocer otras culturas, bien sea en persona o a través del cine, la televisión o la literatura, nos llame la atención cómo la gente del otro lado del mundo se comporta de manera muy similar a como lo hacemos nosotros. Claro que varían las costumbres y muchas otras cosas, pero hay conductas que son comunes del ser humano; y así ha sido a través de la historia sin importar la época o el contexto. Desde que tenemos uso de razón oímos refranes, dichos y expresiones, muchos de los cuales creemos que son exclusivos de nuestro entorno, pero cuál será la sorpresa cuando los escuchamos en boca de un habitante de Suecia, Egipto o Singapur.

De igual manera en cualquier rincón del planeta hay personas con diferentes modos de ser, lo que desvirtúa esa manía que tenemos los humanos de estigmatizar a los demás. En todas partes hay gentes buenas y malas, perezosas y emprendedoras, simpáticas y antipáticas, corruptas y honestas…; y aunque en cada lugar imperan ciertas características, ello no quiere decir que todos sus habitantes sean cortados con la misma tijera. El proceder de los seres racionales está basado en cualidades y defectos, que son innatos en todos, y según las características de cada quien puede definirse su personalidad.

Una diferencia que tenemos con el resto de animales es la ambición, sobre todo cuando es desmedida. Porque un felino recién alimentado no ataca otra presa hasta sentir hambre de nuevo; y las ardillas acopian frutos secos como reserva para el invierno, pero no guardan más de las necesarias. En cambio muchos hombres nunca están satisfechos, siempre quieren más, no piensan en otra cosa distinta a acumular, viven para multiplicar sus haberes. Un ejemplo de la diferencia en cuanto a la ambición de las personas puede verlo hace poco.

Los progenitores del ciclista Nairo Quintana, una pareja de campesinos boyacenses humildes y decentes, alcanzaron reconocimiento nacional gracias a los triunfos de su hijo. Cierta mañana llamaron de la W Radio a don Luis, el papá del pedalista, y después de conversar un rato con él, Julio Sánchez dijo saber que en la tienda del señor Quintana estaban muy mal de televisor, y que estaba seguro de que un oyente estaría dispuesto a solucionarle el problema. El señor, en vez de aprovechar la oportunidad, se limitó a decir que solo aspira a una ayuda para gestionar la pensión, ya que debido a la edad y a su condición de discapacitado no ha podido conseguir empleo. Que de resto no necesita que le regalen nada.

En otro programa radial le oí a Hernán Peláez que el nuevo propietario de El Tiempo, Luis Carlos Sarmiento Angulo, resolvió entregar el parqueadero de la empresa a una compañía que administra ese tipo de servicio para empezar a cobrarles a los empleados. Ciento veinte mil pesos mensuales cuesta el derecho a guardar el vehículo en el sitio que toda la vida utilizaron sin ningún costo, un valor que no será representativo para el ejecutivo que gana un abultado salario, pero que para el empleado medio, quien apenas sobrevive con el sueldo que recibe, representa un gasto que no puede permitirse. Entonces no le queda sino vender el carrito que consiguió con tanto esfuerzo y volver a la tortura que representa el transporte público.

Un personaje como Sarmiento, con ochenta años de edad y una fortuna que lo posiciona entre los más ricos del continente, para qué carajo quiere esquilmarle a sus empleados una chichigua que a él ni le quita ni le pone; el viejo puede tener siete vidas, como los gatos, y así no mueva un dedo en el futuro no será capaz de gastarse su fortuna. Seguro la medida no la tomó él sino un yupi de esos que nacieron sin hígado, pero al enterarse del asunto pudo echarlo para atrás. Pero no, la idea es mostrar resultados, engrosar los activos, aumentar las utilidades, amasar fortuna.

Todo extremo es vicioso, reza el dicho popular. Y así como la ambición es innata en el hombre y lo anima a trazarse metas, a buscar bienestar y holgura económica, dedicar todo su esfuerzo a conseguir más y más es una forma de desperdiciar la vida. Porque muchos se mueren sin tener la oportunidad de disfrutar lo que con tanto sacrificio consiguieron; parece que la gente olvidara que a nadie lo entierran con sus posesiones y que lo único que dejan son rencillas entre una descendencia que disputa por la herencia. En estos casos recuerdo el sabio consejo que daba don Pablo Arbeláez a sus hijos: Sean, pero no muy.
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