EL JUICIO DE
DIOS A ISRAEL PORQUE SU PUEBLO LE ROBÓ.
Malaquías 1.
EL TEMA DE
LOS DIEZMOS Y LAS OFRENDAS FUE MOTIVO DE JUICIO.
El amor de
Dios para con Jacob; los pecados de los sacerdotes; la reprimenda por la
infidelidad de Israel; la venida del Señor y Su juicio final
La primera
generación de israelitas que volvieron a Jerusalén con Zorobabel para
reedificar el templo había muerto, y las siguientes generaciones habían perdido
la visión del propósito que Dios tenía para ellos por ser Su pueblo.
Malaquías
declaró que puede que Dios no siempre se pueda entender completamente, pero
casi siempre los que cuestionan a Dios son aquellos que rechazan y olvidan Su
Palabra: «Si no oyereis, y si no decidís de corazón dar gloria a Mi nombre, ha
dicho Jehová de los ejércitos, enviaré maldición sobre vosotros, y maldeciré
vuestras bendiciones. . . » (Malaquías 2:2).
Malaquías no
les dejó ningún lugar para sus excusas cuando les declaró que los israelitas
eran ladrones. Pues él audazmente hablando por Dios les preguntó: «¿Robará el
hombre a Dios? Pues vosotros Me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué Te hemos
robado? En vuestros diezmos y ofrendas» (3:8). Entonces Malaquías habló por
Dios y les declaró el inevitable juicio de Dios: «Malditos sois con maldición,
porque vosotros, la nación toda, Me habéis robado» (3:9).
Los
israelitas estaban «Malditos. . . con maldición» porque el diezmo pertenece a
Dios para las necesidades espirituales del pueblo y el mantenimiento del
sacerdocio. Ellos habían fallado en cumplir con esto: «Honra a Jehová con tus
bienes, y con las primicias de todos tus frutos» (Proverbios 3:9; Éxodo 22:29;
II de Crónicas 31:5).
Al darle el
diez por ciento de nuestras entradas (ganancias) a Dios estamos expresando
nuestra fe en que todo lo que somos y tenemos pertenece al Señor y que el
diezmar demuestra nuestro amor y gratitud a Dios como nuestro Salvador y Señor.
Más de 500
años antes que la Ley de Dios fuese dada, el diezmar fue introducido por
Abraham, «padre de todos los creyentes» (Romanos 4:11), quien le trajo a Dios y
« . . . le dio Abram los diezmos de todo . . . (al) sacerdote del Dios
Altísimo» (Génesis 14:18,20). Cuando nos negamos a darle « . . . a Dios lo que
es de Dios» (Mateo 22:21) estamos guardando para nosotros mismos lo que Dios ha
dicho que pertenece para proclamar el evangelio de Cristo. ¿Es avaricia,
egoísmo, indiferencia, o sólo somos obstinados y nos negamos a ser obedientes a
lo que dice claramente la Palabra de Dios? La seriedad de este pecado se puede
ver en la severidad del hambre que Israel estaba experimentando: «Malditos sois
con maldición. . . » (Malaquías 3:9).
El creyente
debe de dar « . . . como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por
necesidad, porque Dios ama al dador alegre» (II de Corintios 9:7).
El que Ama su
Iglesia, y desea verla crecer; porque es el lugar para sus hijos, su País,
entonces contribuye para su mantenimiento y da con el corazón, para Dios y no
para los hombres.
¿ QUÉ CREE
QUÉ ESPERA DIOS DE USTED HOY?.
La fe es
demostrada por la obediencia a la voluntad de Dios.
Santiago
1:17. Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de
las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.
Dios nos
pide ser agradecidos y además devolver la parte que a Él le corresponde; también
Dios quiere que no seamos Avaros y no acumulemos riquezas, que pueden volvernos
egoísta y alejarnos de Él.
Les voy a
contar una Fábula del escritor León Tolstoi.
«EL QUE
ACUMULA RIQUEZAS PARA SÍ»
Por Carlos
Rey.
Había un
campesino llamado Pakhom que, a pesar de ser pobre, era muy avaro y deseaba más
que todo poseer grandes terrenos. Después de mucho esperar, llegó el día cuando
pudo comprar su primer lotecito, pero esto no lo satisfizo. Así que redobló sus
esfuerzos, y con un poco de astucia logró apropiarse del terreno de su vecino.
Con el paso del tiempo compró y vendió a base de engaños, y extendió su terreno
al punto de tener lo suficiente para mantenerse bien el resto de su vida. Pero
esto no lo satisfizo, sino que siguió buscando más.
Un día alguien
le contó que en un país lejano había grandes extensiones de tierra que se
podían obtener a bajo precio, así que a fin de aumentar sus propiedades, el
hombre viajó para investigar el asunto. Cuando llegó al lugar, le dijeron que
dejara mil rubíes como garantía con cierta empresa, y que con esos mil rubíes
podía comprar todo el terreno que en un solo día, andando, pudiera recorrer.
Tenía que salir temprano por la mañana, hacer el recorrido que él deseara, y
regresar al punto de partida antes que se ocultara el sol. De hacerlo así,
podía obtener por los mil rubíes todo el terreno que recorriera. Pero con la
condición de que si no regresaba a tiempo al punto de partida, lo perdía todo.
Esto para
Pakhom era increíble, así que aceptó ahí mismo el trato. Dejó los mil rubíes de
garantía y, temprano por la mañana, salió corriendo para recorrer el área más
grande posible. Corrió y corrió mientras dejaba señales para marcar el área que
había recorrido. Al mediodía se detuvo apenas para tomar un poco de agua y comer
un bocado de pan que llevaba consigo, y siguió recorriendo el circuito que
había trazado. Él sabía que debía regresar, pero como quería abarcar un poco
más de terreno, siguió adelante. Cuando finalmente decidió emprender el camino
de regreso, pensó que llegaría muy tarde. Avanzó lo más rápido que pudo,
corriendo con todas las fuerzas que le quedaban.
Poco antes
de la puesta del sol, divisó el punto de partida. Sabía que tenía que apretar
el paso, pues estaba a punto de perderlo todo. Si no regresaba a tiempo, iba a
perder tanto el terreno como el dinero. Así que aligeró aún más el paso y,
aunque ya estaba exhausto, hizo todo lo humanamente posible por llegar a
tiempo. ¡Cuál no sería el alivio que sintió cuando, apenas unos instantes antes
de que se ocultara el sol, llegó al punto de partida! Sin embargo, fue tal su
desgaste físico que, al llegar a la meta, cayó de bruces y murió.
La moraleja
de esta fábula de Tolstoi, el famoso escritor ruso, es la misma que la de una
parábola que contó Jesucristo para ilustrar las consecuencias de la avaricia:
«Así le sucede al que acumula riquezas para sí mismo, en vez de ser rico
delante de Dios.».
Jesús
también le refirió ésta parábola en Lucas 12: 13- 34.
12:13 Le
dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la
herencia.
12:14 Más él
le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
12:15 Y les
dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste
en la abundancia de los bienes que posee.
12:16 También
les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había
producido mucho.
12:17 Y él
pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis
frutos?
12:18 Y
dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí
guardaré todos mis frutos y mis bienes;
12:19 y diré
a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate,
come, bebe, regocíjate.
12:20 Pero
Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto,
¿de quién será?
12:21 Así es
el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.
12:22 Dijo
luego a sus discípulos: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué
comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis.
12:23 La
vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido.
12:24
Considerad los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni
granero, y Dios los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las aves?
12:25 ¿Y
quién de vosotros podrá con afanarse añadir a su estatura un codo?
12:26 Pues
si no podéis ni aun lo que es menos, ¿por qué os afanáis por lo demás?
12:27
Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni
aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos.
12:28 Y si
así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno,
¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?
12:29
Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que
habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud.
12:30 Porque
todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que
tenéis necesidad de estas cosas.
12:31 Mas
buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas.
12:32 No
temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino.
12:33 Vended
lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en
los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye.
12:34 Porque
donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
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