martes, 30 de septiembre de 2014

EL JUICIO DE DIOS A ISRAEL PORQUE SU PUEBLO LE ROBÓ. Malaquías 1.

EL JUICIO DE DIOS A ISRAEL PORQUE SU PUEBLO LE ROBÓ.
Malaquías 1.

EL TEMA DE LOS DIEZMOS Y LAS OFRENDAS FUE MOTIVO DE JUICIO.
El amor de Dios para con Jacob; los pecados de los sacerdotes; la reprimenda por la infidelidad de Israel; la venida del Señor y Su juicio final

La primera generación de israelitas que volvieron a Jerusalén con Zorobabel para reedificar el templo había muerto, y las siguientes generaciones habían perdido la visión del propósito que Dios tenía para ellos por ser Su pueblo.

Malaquías declaró que puede que Dios no siempre se pueda entender completamente, pero casi siempre los que cuestionan a Dios son aquellos que rechazan y olvidan Su Palabra: «Si no oyereis, y si no decidís de corazón dar gloria a Mi nombre, ha dicho Jehová de los ejércitos, enviaré maldición sobre vosotros, y maldeciré vuestras bendiciones. . . » (Malaquías 2:2).

Malaquías no les dejó ningún lugar para sus excusas cuando les declaró que los israelitas eran ladrones. Pues él audazmente hablando por Dios les preguntó: «¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros Me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué Te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas» (3:8). Entonces Malaquías habló por Dios y les declaró el inevitable juicio de Dios: «Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, Me habéis robado» (3:9).

Los israelitas estaban «Malditos. . . con maldición» porque el diezmo pertenece a Dios para las necesidades espirituales del pueblo y el mantenimiento del sacerdocio. Ellos habían fallado en cumplir con esto: «Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos» (Proverbios 3:9; Éxodo 22:29; II de Crónicas 31:5).

Al darle el diez por ciento de nuestras entradas (ganancias) a Dios estamos expresando nuestra fe en que todo lo que somos y tenemos pertenece al Señor y que el diezmar demuestra nuestro amor y gratitud a Dios como nuestro Salvador y Señor.

Más de 500 años antes que la Ley de Dios fuese dada, el diezmar fue introducido por Abraham, «padre de todos los creyentes» (Romanos 4:11), quien le trajo a Dios y « . . . le dio Abram los diezmos de todo . . . (al) sacerdote del Dios Altísimo» (Génesis 14:18,20). Cuando nos negamos a darle « . . . a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22:21) estamos guardando para nosotros mismos lo que Dios ha dicho que pertenece para proclamar el evangelio de Cristo. ¿Es avaricia, egoísmo, indiferencia, o sólo somos obstinados y nos negamos a ser obedientes a lo que dice claramente la Palabra de Dios? La seriedad de este pecado se puede ver en la severidad del hambre que Israel estaba experimentando: «Malditos sois con maldición. . . » (Malaquías 3:9).

El creyente debe de dar « . . . como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre» (II de Corintios 9:7).
El que Ama su Iglesia, y desea verla crecer; porque es el lugar para sus hijos, su País, entonces contribuye para su mantenimiento y da con el corazón, para Dios y no para los hombres.
¿ QUÉ CREE QUÉ ESPERA DIOS DE USTED HOY?.
La fe es demostrada por la obediencia a la voluntad de Dios.
Santiago 1:17. Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.
Dios nos pide ser agradecidos y además devolver la parte que a Él le corresponde; también Dios quiere que no seamos Avaros y no acumulemos riquezas, que pueden volvernos egoísta y alejarnos de Él.
Les voy a contar una Fábula del escritor León Tolstoi.
«EL QUE ACUMULA RIQUEZAS PARA SÍ»
Por Carlos Rey.

Había un campesino llamado Pakhom que, a pesar de ser pobre, era muy avaro y deseaba más que todo poseer grandes terrenos. Después de mucho esperar, llegó el día cuando pudo comprar su primer lotecito, pero esto no lo satisfizo. Así que redobló sus esfuerzos, y con un poco de astucia logró apropiarse del terreno de su vecino. Con el paso del tiempo compró y vendió a base de engaños, y extendió su terreno al punto de tener lo suficiente para mantenerse bien el resto de su vida. Pero esto no lo satisfizo, sino que siguió buscando más.

Un día alguien le contó que en un país lejano había grandes extensiones de tierra que se podían obtener a bajo precio, así que a fin de aumentar sus propiedades, el hombre viajó para investigar el asunto. Cuando llegó al lugar, le dijeron que dejara mil rubíes como garantía con cierta empresa, y que con esos mil rubíes podía comprar todo el terreno que en un solo día, andando, pudiera recorrer. Tenía que salir temprano por la mañana, hacer el recorrido que él deseara, y regresar al punto de partida antes que se ocultara el sol. De hacerlo así, podía obtener por los mil rubíes todo el terreno que recorriera. Pero con la condición de que si no regresaba a tiempo al punto de partida, lo perdía todo.

Esto para Pakhom era increíble, así que aceptó ahí mismo el trato. Dejó los mil rubíes de garantía y, temprano por la mañana, salió corriendo para recorrer el área más grande posible. Corrió y corrió mientras dejaba señales para marcar el área que había recorrido. Al mediodía se detuvo apenas para tomar un poco de agua y comer un bocado de pan que llevaba consigo, y siguió recorriendo el circuito que había trazado. Él sabía que debía regresar, pero como quería abarcar un poco más de terreno, siguió adelante. Cuando finalmente decidió emprender el camino de regreso, pensó que llegaría muy tarde. Avanzó lo más rápido que pudo, corriendo con todas las fuerzas que le quedaban.

Poco antes de la puesta del sol, divisó el punto de partida. Sabía que tenía que apretar el paso, pues estaba a punto de perderlo todo. Si no regresaba a tiempo, iba a perder tanto el terreno como el dinero. Así que aligeró aún más el paso y, aunque ya estaba exhausto, hizo todo lo humanamente posible por llegar a tiempo. ¡Cuál no sería el alivio que sintió cuando, apenas unos instantes antes de que se ocultara el sol, llegó al punto de partida! Sin embargo, fue tal su desgaste físico que, al llegar a la meta, cayó de bruces y murió.

La moraleja de esta fábula de Tolstoi, el famoso escritor ruso, es la misma que la de una parábola que contó Jesucristo para ilustrar las consecuencias de la avaricia: «Así le sucede al que acumula riquezas para sí mismo, en vez de ser rico delante de Dios.».
Jesús también le refirió ésta parábola en Lucas 12: 13- 34.
12:13 Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia.
12:14 Más él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
12:15 Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.
12:16 También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho.
12:17 Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos?
12:18 Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes;
12:19 y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.
12:20 Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?
12:21 Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.
12:22 Dijo luego a sus discípulos: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis.
12:23 La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido.
12:24 Considerad los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni granero, y Dios los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las aves?
12:25 ¿Y quién de vosotros podrá con afanarse añadir a su estatura un codo?
12:26 Pues si no podéis ni aun lo que es menos, ¿por qué os afanáis por lo demás?
12:27 Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos.
12:28 Y si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?
12:29 Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud.
12:30 Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas.
12:31 Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas.
12:32 No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino.
12:33 Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye.
12:34 Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.



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