lunes, 18 de junio de 2012

¿ CUÁNTO NECESITA LA SOCIEDAD DE DIOS?: EL MACHISMO Y EL SIDA


La mujer apenas podía contener las lágrimas. Estaba contándoles su historia a oficiales del Seguro Social. Era la misma historia de muchas mujeres como ella, una historia que es drama y que es, a la vez, tragedia.
Se llamaba Rosario Servín, y tenía treinta y nueve años de edad. Vivía en una de las grandes capitales de América Latina, era viuda y tenía seis hijos. Su esposo había muerto de SIDA, y ella también estaba infectada. Rosario acababa de perder su casa, que era la única herencia, además de la enfermedad, que le dejó su esposo.
Tales casos representan una epidemia. Miles y miles de mujeres pueden contar la misma historia. Casadas con un hombre machista, deben aguantar pacientemente todo lo que él haga.
El esposo, que tiene todas las mujeres que quiere, vive en completo abandono y se enferma de SIDA. La mujer no se atreve a decir una sola palabra, ni a preguntar cuántas mujeres tiene ni a ensayar la menor protesta. Lo aguanta todo pacientemente, pidiéndole a Dios que su esposo cambie, pero en vez de cambiar él le transmite a ella el virus mortal.
Se cuenta que cuando Hernán Cortes conquistó México, los príncipes aztecas le traían lotes de hasta veinte muchachas vírgenes para que escogiera la que más le gustara, y distribuyera a las restantes entre sus capitanes. Esa es parte de nuestra herencia. Con la proliferación del machismo, de la lujuria y del pisoteo cínico de las normas divinas del sexo y del matrimonio, ¿cómo no van a haber en las Américas millones de casos de SIDA?
Tenemos quinientos años de «civilización» en nuestros países de habla española. ¿Y a qué hemos llegado? Lo que salta a la vista es un enorme desmoronamiento moral, espiritual, económico y político.
¿Qué es lo que falta en nuestra sociedad? Falta algo que la civilización no ha podido darnos. Falta algo que la cultura no ha podido darnos. Incluso, falta algo que la religión tampoco ha podido darnos. Falta Dios introducido en cada fibra de nuestra vida. Falta una relación personal con el Señor Jesucristo.
Cristo puede entrar en nuestra vida desalojando de nosotros todo lo que es malo. Él puede regenerarnos y limpiarnos, y hacer de nosotros —de cada hombre y cada mujer que se entrega a Él— una nueva persona. Cristo, y no la religión, es lo que salva. Dejémoslo entrar en nuestro corazón. Ese será el principio de una nueva vida. Dejemos que entre hoy mismo. Él quiere ser el Señor de nuestra vida.

sábado, 16 de junio de 2012

EL PERDÓN : UNA VERDADERA ACTITUD DE UN CORAZÓN AGRADECIDO

Cómo perdonar cuando alguien le ha hecho daño
Andar íntimamente con el Señor Jesús quiere decir que debemos hacerle frente al hecho de perdonar a otros, lo cual no siempre resulta fácil. No podemos evadir, ni negar el hecho que las relaciones personales a menudo resultan en un riesgo que implica ofensas y la necesidad de perdonar continuamente. Sea que la culpa de la ofensa sea de otro, o que sea nuestra responsabilidad, Efesios 4:31-32 resume hermosamente cómo podemos tener una conciencia limpia y ser libres para amar y servir a Dios de todo corazón:
Efesios 4:31-32 .
“Desechen todo lo que sea amargura, enojo, ira, gritería, calumnias, y todo tipo de maldad. En vez de eso, sean bondadosos y misericordiosos, y perdónense unos a otros, así como también Dios los perdonó a ustedes en Cristo”. (RVC).
En diferentes momentos de nuestra vida nos veremos abocados a la tarea difícil de perdonar. La siguiente tabla y pasos nos ayudan a encaminarnos a una decisión de obediencia y amor santo.

Cultive un corazón de Perdón
1. Profundice su comprensión del perdón de Dios mediante el estudio de la Biblia y la meditación. Dios ha sido impresionante y absurdamente generoso con nosotros. Permita que la gracia estimule humildad y gratitud. Lea Romanos 5:8.
  
  8  Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
2. Aprenda a reconocer las señales de un corazón perdonador: descartando la necesidad de castigo o venganza, mirando al ofensor con bondad y compasión, y escogiendo extenderse en amor.
3. Aprenda a responder bien cuando los sentimientos heridos vuelven a aflorar. Apóyese en la ayuda del Pastor de Pastores, para que cambie su corazón. Vuélvase (arrepiéntase), afine su oído a la voz del Pastor (dependa) y ande en sus caminos (obedezca).
Camine en los Pasos al perdón
1- Comprenda que perdonar es correr riesgos. Incluso un ofensor arrepentido con toda probabilidad nos fallará de nuevo, tal vez en lo mismo.
2- Apóyese en Dios. Clame: _“Señor: vengo a ti para que me concedas gracia y fuerza para amar a esta persona que me ha hecho daño y procure lo mejor para ella.”
3- Cancele efectivamente la deuda. Mediante la oración, dígale a Dios que usted abandona el derecho de cobrárselas en cualquier nivel y abandone su amargura o resentimiento, deje esto completamente en las manos de Dios.
4- Evalúe si debería o no decirle al ofensor lo que usted ha hecho delante de Dios.
5- Si es apropiado, verbalmente ofrézcale perdón. Si se arrepiente, la relación personal puede volver a su curso. Si no, la relación personal no se puede restaurar; pero cuando se ofrece el perdón, se puede pagar el mal con un bien (Romanos 12:21).
 21  No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.  
Comunique el Perdón
Si usted quiere corregir las cosas con alguien a quien usted le ha hecho daño, pero esa persona no está a su alcance, permita que el perdón de Dios baste. Confíe en que Dios intervendrá por usted para aliviar cualquier dolor de corazón que usted ha causado. Tal vez ayude confesar su pecado a un amigo de confianza.
Si la persona está a su alcance pero rehúsa perdonarle, pregúntese: ¿Indica esa negativa que en realidad no me he arrepentido genuínamente? Examínese según las normas que se hallan en 2 Corintios 7:8-11. Si el arrepentimiento es genuino, entonces el perdón de Dios es suficiente. Dese cuenta, también que el perdón puede ser un proceso. Tal vez la otra persona necesita tiempo para estar dispuesta a perdonar.
2 Corintios 7:8-11. 8  Porque aunque os contristé con la carta, no me pesa, aunque entonces lo lamenté; porque veo que aquella carta, aunque por algún tiempo, os contristó.  9  Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte.  10  Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.  11  Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto.

viernes, 15 de junio de 2012

EL AMOR DE NUESTRO PADRE CELESTIAL: UN SOLO AMOR CON DOS REACCIONES


El escritor Mark Guy Pearce estaba leyendo un libro cuando oyó que uno de sus hijos regañó al otro, diciéndole:
—Tienes que portarte bien. Debes ser bueno, o papá no te amará.
Pearce los llamó a ambos y le dijo al primero:
—¡Hijo, eso no es cierto!
—Pero papá —replicó el muchacho—, no creo que tú nos sigas amando si somos malos.
—Los seguiré amando tanto si son buenos como si son malos —explicó el padre—. Cuando son buenos, los amo con un amor que me hace feliz; cuando son malos, los amo con un amor que me pone triste.
Lamentablemente hay muchos padres que no son como Pearce. En vez de asegurarles a sus hijos que su amor es incondicional, les enseñan con sus acciones que es todo lo contrario: un amor que depende del comportamiento del hijo. Más lamentable aún es que los psicólogos han llegado a la conclusión que los hijos forman su concepto de Dios el Padre celestial conforme al concepto que tienen de su padre terrenal. Es decir, si un hijo está convencido de que su padre en la tierra no lo quiere sino sólo cuando se porta bien, y que por lo tanto tiene que merecer su amor, a ese hijo le va a costar mucho trabajo creer que Dios es un padre diferente. ¡Y eso a pesar de lo mucho que quisiera tener un padre con las cualidades de Dios!
¿Qué clase de padre, entonces, es Dios? En lo que tiene que ver con nuestra conducta, es un padre que, como Pearce en la anécdota, nos ama entrañablemente si somos buenos y si somos malos, con un amor que lo hace feliz cuando somos buenos y triste cuando somos malos. Sólo que el amor de Dios, a diferencia del de Pearce, es perfecto, y Él nunca deja de amarnos perfectamente, pues lo hace por naturaleza. Es un amor paternal perfecto dirigido hacia hijos imperfectos, como lo somos nosotros.
Jesucristo mismo fue modelo de ese amor en su actitud hacia el apóstol Pedro. Cuando Cristo quiso saber si sus discípulos de veras lo conocían, fue Pedro quien respondió: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»,1 y con eso hizo feliz a su Maestro. Pero la noche en que Cristo fue traicionado y juzgado injustamente, también fue Pedro quien negó haberlo conocido, con lo cual entristeció a su Maestro. Sin embargo, después de su resurrección Cristo se esforzó por mostrarle a Pedro que lo amaba igual que antes, así como Pedro aún lo amaba a Él. Y luego Cristo volvió a invitarlo a que lo siguiera como al principio.2
Determinemos que de hoy en adelante nuestro amor será como el amor que le mostró Pearce a su hijo, que no hacía más que seguir el ejemplo de Jesucristo, que a su vez estaba siguiendo el ejemplo del Padre celestial.

1Mt 16:15‑16
2Jn 22:15‑19

jueves, 14 de junio de 2012

«MARQUÉ Y DAÑÉ LA VIDA DE MIS HIJOS»CONSECUENCIAS DEL DIVORCIO:


Me divorcié, marqué a mis hijos, deshice once años de [matrimonio], y todo por egoísta.... Ahora ella me dice que los abandoné y que destruí su vida (aun cuando fue un divorcio por mutuo consentimiento), y que marqué y dañé la vida de mis hijos. No digo nada; sólo me quedo en silencio....
Me casé de nuevo dos años después de mi divorcio. Ahora tengo siete años de casado con un hijo.... Pero llevo una culpa que me aflige y me castiga todos los días.... Ahora la comunicación con mis hijos está muy distante. No he sido el padre que debo ser en ningún sentido. No me siento bien. Todos los días me retumba la culpa de muchas maneras... pero no sé qué hacer. Creo que [si hago] algo, perderé a mi esposa y a mi hijo, y [causaré] más dolor...
CONSEJO
Estimado amigo:
Hay dos pasos que debe dar a fin de librarse del sentido de culpa: pedir perdón y hacer restitución. ¿Les ha pedido perdón a sus hijos? ¿Le ha pedido perdón a su ex esposa? Hay que ser un hombre valeroso para tener la humildad necesaria para pedir perdón. ¿Tiene usted suficiente valor para hacerlo?
A no ser que su ex esposa y sus hijos sean seguidores de Cristo y comprendan el perdón, es probable que no estén listos para perdonarlo. Lamentablemente para ellos, el dolor que sienten bien pudiera llevarlos a desear hacerlo sufrir a usted, y al negarse a perdonarlo ellos pudieran convencerse de que así usted recibiría su merecido. No hay modo de que sepan que usted ya está sufriendo el tormento de la culpa. Y es posible que no comprendan que el negarse a perdonarlo les hará más daño a ellos que a usted. El negarse a perdonar, la amargura y el resentimiento no hacen más que causar mayor infelicidad y más dolor emocional.
Sin embargo, ya sea que ellos lo perdonen o no lo perdonen, a usted le corresponde pedirles que lo hagan. Es posible que le respondan con palabras hirientes y con acusaciones que podrían causarle mucha molestia. De todos modos, el primer paso que debe dar para librarse del sentido de culpa es pedirles perdón.
El segundo paso, la restitución, durará el resto de su vida. No es algo que se hace una sola vez; es un continuo cambio de actitud y de conducta con relación a aquellos a quienes ha perjudicado. Si para pasar tiempo con sus hijos usted tiene que ver a su ex esposa, entonces  sea amable y respetuoso con ella. No le diga nada cuando ella lo critique y se queje.
Hay un muro de separación entre usted y sus hijos debido al dolor emocional que ellos sienten. Es a usted a quien le corresponde derrumbar ese muro al interesarse en la vida que llevan, asistir a las actividades y celebraciones en las que participan, y comunicarse a menudo con ellos. No importa si responden o no en seguida de una manera positiva. Si uno de ellos está participando en un juego de béisbol, vaya a ver el juego y anímelo desde las graderías. Si hay una actividad escolar, asista a ella. Si uno de ellos tiene una necesidad económica, ayúdelo conforme a sus posibilidades. No deje de hacer lo debido, y verá que tarde o temprano ellos corresponderán a sus atenciones.
Hable con su esposa actual acerca del sentido de culpa que lo aflige. Explíquele que sus hijos no merecían que usted los abandonara, y que usted era el responsable de esos hijos antes de conocerla a ella. Asegúrele que no hay razón alguna por la que ella debiera sentirse amenazada por la atención que usted les brinde a sus hijos, y que bien puede acompañarlo a cualquier actividad a la que usted asista. Si ella lo ama, le importará a tal grado lo que usted siente que le brindará apoyo emocional.
Dios no es como nosotros en el sentido de que siempre nos perdona cuando le pedimos perdón. Él no guarda rencor ni nos recuerda nuestro pasado. Pero sí espera que cambiemos de actitud y de comportamiento a fin de no repetir ninguna conducta destructiva.
Le deseamos lo mejor,

lunes, 11 de junio de 2012

LA FIDELIDAD DE DIOS EN EL PROCESO

"Roma no se construyó en un día." Escuché esto una y otra vez, debo haberlo oído cientos de veces en mi niñez, y la frase había empezado a disgustarme. Yo era joven e impaciente, con ansias de alcanzar mis metas. Pero ese fragmento de consejo siempre permanecía, como  un recordatorio contundente que las buenas cosas llevan tiempo y las cosas grandes exigen más tiempo todavía. A la larga finalmente estoy descubriendo que lo que dicen en cuanto a Roma es verdad. Y hablando de Roma, las palabras de Pablo a los creyentes del primer siglo que vivían allí son más ciertas que nunca: “Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Romano 8:25). Dos palabras sobresalen al meditar en ese pensamiento: “esperamos. . . aguardamos. Y en esta área de la espera es que tenemos problemas. En cuanto a esto, varios ejemplos vienen a la mente.
- Criar hijos, pocos procesos exigen más paciencia, nosotros los padres, a menudo sentimos que repetimos instrucciones hasta perder el aliento. Muchas noches caemos en la cama y clamamos: “¡No funciona, Señor! ¿Por qué no podemos ver alguna mejora?” Y así, “esperamos. . . aguardamos.” Lo tomamos por fe, y sabemos que algún día la perseverancia rendirá sus frutos.
- Aceptar la derrota o fracaso, nuestro mundo está orientado hacia el triunfo; pero nuestro carácter se fortalece y cambia cuando tenemos que trepar la cima de un fracaso o derrota, mucho más que cuando flamea la bandera de la victoria. El dolor sigue siendo un maestro maravilloso, un profesor estricto pero fiel, si dejamos de lado y abandonamos el orgullo. Y así, de nuevo, “esperamos. . . aguardamos” en medio de nuestra derrota o fracaso, sabiendo que Dios está produciendo en nosotros una obra agradable.
- Vernos jóvenes, estoy completamente a favor de mantener la mente joven, el cuerpo fuerte y la percepción aguda, pero simplemente no puedo entender el enorme afán que hay en algunos de pretender y no aceptar que estamos envejeciendo. La última vez que lo examiné observe lo siguiente, la Biblia honra la edad (vivida en Cristo y con sabiduría) y habla con respeto de las canas. Cándidamente, es vigorizante pensar que estamos mucho más cerca de contemplar a nuestro Señor cara a cara: una verdad que “esperamos. . . aguardamos.”
Por lo tanto, si tiene problemas con sus hijos, está aceptando una derrota, o tiene que enfrentar alguna realidad en cuanto a la etapa de la vida en la que se encuentra, ¡Anímese! Mejor todavía, ¡Tranquilícese! Usted, como la Roma antigua, está todavía siendo edificado, esta en proceso de construcción. La buena noticia es que usted, si dejo de lado el orgullo está ganando sabiduría en el proceso. Así que, compañeros romanos, sigamos esperando, sigamos aguardando, y con anhelo esperemos la fidelidad de Dios en el proceso.
Autor: Charles Swindoll

Sea un modelo positivo a su edad
- Consideré cada año de vida como una etapa diferente, no inferior. (Ec. 3:1, 11a)
- Reconozca  las ventajas de sus años vividos en Cristo, y decida con la sabiduría adquirida ayudar a otros, no se encierre en sí mismo/a  (Job 12:12 - Is. 32:8).
- Acepte los cambios físicos que le están ocurriendo y anhele cambios espirituales. (Is. 40:31 – 2 Co. 4:16)
- Haga una evaluación del propósito en su vida (Col 1:10). Si aun no lo ha hallado, persevere en su comunión y tiempo de oración.
- Colóquese metas para nuevos desafíos, especialmente espirituales. (1 Co. 11:1 – Ef.  5:1)
- Esfuércese por demostrar amor sincero en las relaciones interpersonales. (1 Co.  13:4–7)
- Concéntrese en demostrar amor a los demás de manera creativa. (Jn. 13:34)
- Decida aprovechar lo mejor posible el tiempo que Dios me da. (Sal. 90:12 – Ef. 5:16)
- Escuche la dirección de Dios diariamente en su devocional y a través de los mensajes en su iglesia. (Pr. 16:9)http://www.elrongroup.org/imagehttp://www.elrongroup.org/imagenes/clip_image003_0028.jpgnes/clip_image003_0028.jpg

LA BIBLIA ES : El TESORO ESCONDIDO


Don Julio Gómez Arbizú hacía un viaje a caballo por el campo. Al ocultarse el sol, pidió posada en una casa que estaba a la vera del camino. La casa tenía aspecto de pobreza. No había muebles, y la alimentación era escasa. Todo daba la impresión de suma indigencia.
La señora de la casa era joven, y sin embargo en su rostro se veían las huellas de una vida llena de sinsabores. No era de extrañarse. Su esposo era un borracho empedernido que la maltrataba una y otra vez.
Mientras el visitante miraba el aspecto de aquel hogar, vio una vieja y olvidada Biblia que estaba en un rincón. Al despedirse, le dijo a la familia: «Hay en esta casa un tesoro que los puede hacer ricos.»
Después que el forastero partió, los dueños de la casa comenzaron a buscar lo que a su juicio tendría que ser una joya o una vasija llena de oro. Hasta hicieron hoyos en el piso, pero todo sin resultado.
Un día la señora levantó la Biblia olvidada, y encontró escrita en la guarda esta nota: «Lea Salmo 119:72.» En ese pasaje de los Salmos encontró la siguiente afirmación: «Para mí es más valiosa tu enseñanza que millares de monedas de oro y plata.» La señora, recordando las palabras del visitante, se preguntó: «¿Será éste el tesoro del que habló el forastero?»
Así que le comunicó al resto de la familia lo que pensaba, y empezaron a leer la Biblia. Con eso, un gran milagro comenzó a efectuarse. El borracho se convirtió en un hombre trabajador. El color volvió a las mejillas de la señora. La armonía desplazó el resentimiento, y la felicidad retornó al hogar.
Cuando el forastero visitó de nuevo la casa, había desaparecido de ella todo indicio de tristeza. En su lugar reinaba la paz. Con el corazón rebosante de gratitud, la familia le dijo: «Encontramos el tesoro, que se ha convertido en todo lo que usted nos dijo.»
Lo cierto es que la Biblia es el Libro por excelencia. Produce resultados positivos en la vida de quienes lo estudian con fe y con devoción.
¿Con cuánta frecuencia leemos nosotros la Biblia? ¿Hemos leído la historia de Abraham? ¿Hemos experimentado la satisfacción que produce la lectura de los Salmos? ¿Hemos seguido la vida de Cristo? Si no hemos leído la Biblia, hemos hecho caso omiso del mensaje más importante para nuestra vida.
Leamos la Biblia. En ella encontraremos tesoros que cambiarán nuestra vida. Leámosla con sinceridad y fe. Dios, mediante su Santa Palabra, quiere hablarnos. Leamos ese tesoro que hace rico a todo el que lo descubre.

miércoles, 30 de mayo de 2012

VALORES PARA HOY: LA GENEROSIDAD Y LA GRATITUD


Nació y se crió en la pobreza. Sus padres eran trabajadores esforzados, y le inculcaron virtudes como gratitud, respeto, cortesía y honor. También le legaron conceptos de vida como generosidad e integridad, y esmero en el estudio y en el trabajo. Vivió todos sus días en su país natal de Suecia, y murió a los ochenta y cinco años de edad.
¿Quién era esta persona? Era Holger Nisson, que a una temprana edad puso en práctica los valores heredados de sus padres.
Consiguió trabajo en una cervecería y, debido a su integridad y su dedicación, con el paso de los años llegó a ser socio de la empresa y posteriormente dueño absoluto. Fue frugal, ahorrativo y ordenado. Al morir, dejó una respetable fortuna de tres millones de dólares.
¿Cómo distribuyó Holger Nisson su fortuna? La dejó toda a los trescientos habitantes de su pequeña aldea, Kracklinge. Cada habitante, entre los dieciocho y sesenta y cinco años de edad, recibió diez mil dólares. «Dios dejó una herencia para todos —expresó Nisson en su testamento—. Yo también deseo dejar la mía para todos.»
Entre todas las virtudes que el ser humano puede tener, las que más satisfacción producen son la generosidad y la gratitud. La persona que es agradecida sabe recrearse con el sol de la mañana, sabe apreciar los favores del día y sabe disfrutar del descanso en la noche. Tal persona vive en armonía con todos.
Y la persona que agradece cada favor que se le hace es también una persona que sabe dar. Ya sea que tenga mucho o poco, el dar es, para ella, su mayor satisfacción. Esta es la persona que le ha encontrado el verdadero sentido a la vida.
Quizá sea así porque fue Dios quien le enseñó al hombre estas virtudes. El pasaje de la Biblia que más se cita trata sobre este gran don de Dios: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
A todos nos conviene adoptar como práctica diaria estas dos grandes virtudes: el dar y el agradecer. Son virtudes que vienen de Dios. Fue Él quien nos enseñó a dar, entregando en sacrificio vivo a su propio Hijo. A nosotros nos toca, ahora, corresponder dándole nuestra vida.
Comencemos hoy mismo a expresar nuestra gratitud. En profundo agradecimiento digamos: «Gracias, Señor, por darnos tu Hijo. Te entrego todo mi corazón, toda mi voluntad y todo mi ser.»