ES TIEMPO DE
PEDIR PERDÓN DE TODO CORAZÓN, AL QUE PUEDE LIBRARNOS DE LA MUERTE ETERNA.
«NI
ARREPENTIMIENTO NI REMORDIMIENTO»
Por el
Hermano Pablo.
Lentas,
solemnes, llenas de unción religiosa, se elevaron las bellas notas del
Avemaría. La inmortal melodía de Franz Schubert, bien cantada, brotaba de los
labios de Robert Solimine, joven de diecisiete años de edad.
Con los ojos
cerrados, aquel joven elevaba su alma a Dios cuando, de repente, la melodía se
interrumpió. Una cuerda delgada pero fuerte detuvo el canto. Con esa cuerda
James Wanger, otro joven de diecinueve años de edad, estranguló a Robert,
extinguiendo su voz junto con el Avemaría. Y sólo porque no podía soportar la
oración de Solimine.
He aquí un
caso extraño. Robert Solimine, la víctima, era una persona de profunda
convicción religiosa. Trataba de hacer ver a sus amigos los resultados
destructivos de una vida de drogas y de licor. Un día se le ocurrió cantarles
el Avemaría. El resultado fue ira, amenaza y estrangulación.
El juez le
dijo a James Wanger, el asesino: «No puedo ver lo que hay dentro de ti; pero sí
veo que no hay ni arrepentimiento ni remordimiento.» Y lo condenó a cadena
perpetua, con la posibilidad de solicitar la libertad condicional cuando
cumpliera cincuenta y siete años.
Es difícil
comprender cómo puede haber personas que en esas circunstancias no manifiestan,
según lo expresó aquel juez, ni arrepentimiento ni remordimiento. Tienen la
conciencia encallecida, los sentimientos muertos y un corazón de piedra, tan
endurecido que no sienten nada. Respiran, viven y actúan, pero no saben lo que
es sentir culpa ni pedir perdón.
Si bien el
juez no podía ver el interior de James Wanger, Dios sí podía verlo. Porque Dios
ve el corazón, la conciencia y los pensamientos de todos los seres humanos. Él
nos ve al trasluz porque es Dios y sabe todo lo que estamos imaginando.
El apóstol
Juan, viendo cómo las multitudes se acercaban a Jesucristo debido a sus
milagros, escribe: «Jesús no les creía porque los conocía a todos; no
necesitaba que nadie le informara nada acerca de los demás, pues él conocía el
interior del ser humano» (Juan 2:24,25).
Cristo sabe
lo que hay dentro de nosotros. Él sabe todo lo que pensamos y sentimos, y hasta
sabe si nuestros pecados nos duelen. Sin embargo, si nos arrepentimos de todo
corazón, Él corresponderá a ese arrepentimiento sincero. Es más, antes que lo
expresemos con los labios, Él ya nos estará perdonando. Pero conste que tiene
que ser un arrepentimiento genuino. Que la emoción del Cristo crucificado
invada nuestro ser, de modo que podamos decir sinceramente: «¡Perdóname, Señor,
todos mis pecados!»
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