RECUERDE LA
PALABRA DICE QUE NO DEBEMOS PREOCUPARNOS POR NADA.
“Por nada
estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en
toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6).
¿Alguna vez tiene
preocupaciones? No mire a su alrededor para señalar a alguien más. Le
preguntamos a usted: ¿alguna vez se preocupa, aunque sea un poquito, por algo?
Y sin embargo la Biblia nos dice claramente que no debemos preocuparnos por
nada, sino que debemos orar por todo. Hay, en realidad, solamente dos clases de
cosas por las cuales no debemos preocuparnos: las cosas por las cuales nada
podemos hacer, y las cosas por las cuales algo podemos hacer. Lo mejor que se
puede decir acerca de la preocupación, es que es inútil. La peor cosa que se
puede decir de la preocupación es que deshonra a Dios. La preocupación es lo
opuesto a la fe.
Tenga el
siguiente versículo como una oración de consagración a Dios:
“Pero sin fe
es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios
crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
NADA DE
EXCESOS EN LA VIDA,
«NADA CON
EXCESO»
Por el
Hermano Pablo.
Comenzó a
entrenar a los cuatro años de edad. A los diez, ya había ganado varios premios.
Su pasión era la gimnasia de exhibición. Su sueño: ganar medallas de oro en los
juegos olímpicos.
A los
dieciséis años, en una de las competencias, estuvo a punto de sacar el puntaje
perfecto. Todos le auguraban un brillante porvenir. Pero Christy Henrich, joven
gimnasta escandinava, tenía un problema. Estaba obsesionada con la idea de que
estaba engordando, aunque no era así.
A los
diecinueve años ya no pudo competir más. Su obsesión la había dominado.
Finalmente, a los veintidós, Christy Henrich falleció. Murió de anorexia
nerviosa, pesando sólo veintinueve kilos. Su obsesión la había matado.
He aquí una
joven que pudo haber tenido grandes éxitos. Perfeccionó su arte. Ganó muchas
medallas. Alcanzó la perfección, casi a la altura de Olga Korbut, la atleta
rusa, y Nadia Comaneci, la rumana. Pero le entró la obsesión de la gordura.
Desoyó los consejos de médicos y familiares, y dejó de comer. Y su bello cuerpo
se fue consumiendo hasta que le fallaron todos los órganos.
LOS AFANES DE
LA VIDA CONTROLAN NUESTRA VOLUNTAD.
Las
obsesiones, las fobias, las pasiones y las ansiedades pueden dominar todo
nuestro ser a tal grado que nos hacen inútiles. Los afanes de la vida, cuando
controlan la voluntad, se vuelven destructivos.
Tenemos que
aprender a matizar nuestra existencia. «Nada con exceso» era la máxima de
Epicteto, el estoico filósofo griego del siglo primero de nuestra era. Dios no
nos hizo para las obsesiones, las pasiones, los frenesíes y los fanatismos. Nos
hizo para la sobriedad, la mesura, el equilibrio, la armonía.
«No se
inquieten por nada —escribió el apóstol Pablo—; más bien, en toda ocasión, con
oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias» (Filipenses
4:6). Vivir libres de pasiones y obsesiones es la clave de la vida prudente,
moderada y satisfecha. Esa es la vida que Dios quiso que su creación llevara.
Ahora bien, ¿cómo puede el ser humano
despojarse de tantas fobias y obsesiones? Entregándole su vida a Cristo. La
persona que no tiene a Cristo en el corazón será para siempre víctima de
pasiones desorbitadas.
Es que sólo
Jesucristo —Señor, Salvador y Maestro perfecto— puede darnos esa estabilidad,
ese equilibrio y esa moderación ideal. Cuando Él entra a nuestro corazón,
transforma nuestro modo de pensar, y todos nuestros móviles cambian. Sometámonos
a su divina voluntad. Él quiere ser nuestro mejor amigo.
DEDIQUEMOS
NUESTRO MEJOR TIEMPO EN LA ORACIÓN UNOS POR OTROS.
“Orad sin
cesar” (1 Tesalonicenses 5:17).
Usted debe
orar cuando está esperando pagar por las compras en el mercado. Debe orar
cuando está arreglando su vehículo. Debe orar cuando está cantando una canción.
Debe orar cuando está enseñando a un niño o a una niña a leer. Se nos manda que
debemos orar siempre, pero ¿cómo hacemos eso? Piense en una madre que tiene a
su hijito enfermo con fiebre. Finalmente, la fiebre desaparece, y la madre y su
hijo pueden tener un profundo y necesario sueño. Ni la televisión, ni los
sonidos de la calle, ni el resonar del teléfono pueden despertar a esa cansada
madre. Pero al más leve suspiro de su hijo, ella se despierta, ¿verdad? Eso es
porque aunque ella esté dormida, esta “sintonizada” con su hijito. En la misma
forma nosotros debemos estar con Dios: en constante comunión y “sintonizados” a
Su voz.
Intente
pasar todo este día en un estado de vigilante y permanente oración.
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