¿SI SERÁ ESO
POSIBLE DOS VECES ENGAÑANDO A LA MUERTE?
ENGAÑADA DOS
VECES.
Por Carlos
Rey.
Era el 7 de
julio de 2005. Luego de oír una fuerte explosión, Ángela Griffiths salió ilesa
del metro de Londres y se dispuso a abordar el autobús número 30. No sabía que
acababa de salvarse de una de las bombas que explotaron ese aciago día en el
subterráneo de la capital inglesa.
Ya dentro
del autobús, la mujer de treinta y seis años sintió el impulso de orar. «Yo no
sentía pánico ni nada —contó Ángela después—. Sólo presentía que algo andaba
mal. Oí hablar de bombas, de una que explotó en la estación de la calle
Liverpool. Comenzamos a oír las sirenas de la policía, y al autobús lo
desviaron de la ruta porque algunas calles estaban acordonadas.»
Ángela se
dirigía a una reunión de negocios en el Hospital Royal London, en Whitechapel. Pero
no habría de llegar aquel día a ese hospital, sino a otro. Una bomba explotó
dentro del autobús estando ella sentada en el primer piso al lado de la puerta.
«Miré hacia fuera, y vi caer escombros por todas partes —continuó narrando la
mujer—. Sentí dolor en la espalda, en las piernas y en un tobillo.»
Al
principio, Ángela pensó que la bomba había estallado en la calle, pero poco a
poco se dio cuenta de que había sucedido en el autobús mismo en el que iba. «La
explosión fue ensordecedora —recordó—, pero... sólo pude ver el gran daño que
había sufrido el autobús cuando me alejé un poco y me volví para mirar. ¡No lo
podía creer! Había fragmentos de vidrio y de metal retorcido por todas partes.»
Posteriormente
Ángela fue a parar al Hospital Royal Free, en el norte de Londres. Allí la
atendieron por algunas heridas leves, y poco después le dieron de alta.
El
reencuentro con su familia fue muy emocionante. «Cuando vi a mi esposo, salté a
sus brazos y le dije una y otra vez: “¡Te quiero, te quiero!”», relató. Y lo
que sintió esa noche cuando al fin pudo volver a ver a su hijo Ricardo, de
cuatro años, y a su hijita Zoe, de diez meses, lo describió así: «No podía
dejar de abrazarlos a los dos; no quería soltarlos. Ese día casi dejo de volver
a verlos para siempre.»1.
Un reportero
de la BBC resumió la aterradora experiencia que sufrió Ángela Griffiths aquel
fatídico 7 de julio, poniéndole por título a su artículo: «Pasajera de autobús
engaña dos veces a la muerte».
Si bien es
posible engañar a la muerte, y hasta hacerlo más de una vez, en sentido
figurado, no es posible engañar a Dios, el dador de la vida, en ningún sentido
ni una sola vez. A eso se refiere San Pablo cuando nos asegura que somos
nosotros los engañados si pensamos que podemos burlarnos de Dios con la vida
que llevamos. Es que cada uno, tarde o temprano, quiéralo o no, cosechará lo
que ha sembrado.2. Más vale, entonces, que vivamos siempre conscientes de esa
ley de la cosecha, no sea que, cuando llegue el día en que ya no podamos
engañar a la muerte y queden al descubierto nuestras obras, resulte que nos
hemos engañado a nosotros mismos.
1 Steven Shukor, «Bus passenger cheated
death twice» (Pasajera de autobús engaña dos veces a la muerte), BBC News
En línea 18 julio 2005.
2 Gál 6:7-8. No os engañéis; Dios no puede ser
burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.
6:8 Porque
el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; más el que siembra
para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario