UN
MATRIMONIO PARA SIEMPRE ES EL DESEO DE DIOS.
CON UN
MINUTO DE DIFERENCIA.
Por Carlos
Rey.
Royal
Underwood llamó para pedir que enviaran a su casa una ambulancia. Era la una
menos cuarto de la madrugada, y su esposa se sentía mal. La ambulancia llegó y
se llevó rápidamente a Genoveva. Royal, el esposo, se sentó a su lado en el
vehículo y la consoló con dulzura.
Al llegar al
hospital de la ciudad, bajaron a los dos en camilla. Genoveva se moría de un
derrame cerebral, y Royal, de un ataque cardíaco. Murieron con un minuto de
diferencia, el día en que cumplían cincuenta y cinco años de casados.
Jacqueline,
hija de la pareja, manifestó: «Mis padres se mantuvieron siempre muy unidos. Se
habían prometido ante Dios amor eterno, y así murieron, cuando cumplían
cincuenta y cinco años de matrimonio.»
He aquí un
caso que reconforta: un hombre y una mujer que se casan y se prometen amor y
fidelidad, que toman a pecho el voto del ministro que los casó. «Así que ya no
son dos, sino uno solo —dice el texto sagrado que leyó el clérigo en su boda—.
Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».1.
A lo largo
de más de medio siglo de matrimonio, Royal y Genoveva, sin lugar a dudas,
pasaron por muchas pruebas y tribulaciones. No fueron más que una pareja común,
que debieron luchar por progresar, por ganarse la vida, por criar decentemente
a sus hijos, por vencer enfermedades, contratiempos y sinsabores.
No fueron
nada extraordinario, a menos que juzguemos extraordinario el caso de un
matrimonio que dura cincuenta y cinco años y que mantiene tanto tiempo la
fidelidad, la honra, el amor mutuo y la fe en Dios Todopoderoso, ante quien
pronunciaron sus votos nupciales.
Es posible
vivir unidos y enamorados mucho tiempo. Y es posible vivir en fidelidad
recíproca, sin dejar que el adulterio intervenga y manche las relaciones,
contamine el hogar y amenace con destruir la armonía familiar.
También es
posible vivir sin hablar jamás de divorcio, comprendiéndose, tolerándose,
ayudándose mutuamente, llevando juntos las cargas y soportando los sinsabores
de la vida, y a la vez disfrutando, íntima y placenteramente, de las delicias
del amor.
No todo en
un matrimonio ha de ser discordia, reyerta, incomunicación, disgustos,
amargura, infidelidad o divorcio. ¡También hay matrimonios sanos, limpios,
estables, dichosos y permanentes, con todo lo escasos que sean!
¿Cómo lograr
un matrimonio feliz? Pidiéndole a Cristo que sea nuestro Salvador y el
protector de nuestra relación conyugal, y que sea el Señor de nuestro hogar y
el Maestro de toda nuestra familia. Entreguémonos a Aquel que, si bien no ha de
morir con nosotros con un minuto o más de diferencia, sí murió por nosotros con
unos dos mil años de diferencia, para que pudiéramos vivir junto a Él
eternamente.
1 Mt 19:4-6. El, respondiendo, les dijo: ¿No
habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo,
19:5 y dijo:
Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán
una sola carne?
19:6 Así que no son ya más dos, sino una sola
carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre
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