LAS
LUMBRERAS LEGENDARIAS COMO LA LUNA Y JESUCRISTO TAMBIÉN COMO LUMBRERA.
UNA HERMOSA
HISTORIA: PARA RECORDAR QUE JESUCRISTO ES NUESTRA LUMBRERA.
LUMBRERAS
LEGENDARIAS
Por Carlos
Rey
La luna se
moría de las ganas de bajar a la tierra para probar las frutas y bañarse en
algún río. Si no hubiera sido por las nubes, tal vez no habría podido darse el
gusto. Pero desde la puesta del sol hasta que éste volvió a asomarse, las nubes
cubrieron el cielo para que nadie se diera cuenta de la ausencia de la luna.
Esa noche en
la tierra la disfrutó como ninguna otra. La luna paseó por la selva del alto
Paraná, degustó exquisitos sabores y conoció misteriosos aromas. Pasó todo el
tiempo que pudo nadando en el río. Hubiera sido más prolongado de no haber
necesitado que un viejo labrador la salvara dos veces. Más tarde el mismo
anciano degolló con su cuchillo a un jaguar que estaba por clavarle los dientes
en el cuello. Y cuando la luna tuvo hambre, la llevó a su casa. «Te ofrecemos
nuestra pobreza», le manifestó la mujer del labrador, y le sirvió unas
tortillas de maíz.
La siguiente
noche la luna se asomó desde el cielo a ver cómo se encontraban sus nuevos
amigos. Era fácil localizar la choza porque el viejo labrador la había
construido en un claro de la selva, lejos de las aldeas. Allí vivía como
desterrado, sólo acompañado de su mujer y su hija. Pero esa noche la luna
descubrió que no les quedaba nada que comer, pues aquellos humildes campesinos
le habían ofrecido a ella las últimas tortillas de maíz. Así que iluminó el
sitio con centenares de vatios y les pidió a las nubes que dejaran caer,
alrededor de la choza, una llovizna muy especial.
Ya para el
amanecer habían brotado en ese terreno unos árboles desconocidos. Las hojas de
color verde oscuro no alcanzaban a ocultar sus hermosas flores blancas. La hija
del viejo labrador se convirtió en su dueña y protectora. Por eso jamás murió,
sino que anda por el mundo ofreciéndosela a los demás. La planta que les ofrece
es la yerba mate, que despabila a los dormidos, reforma a los ociosos y
solidariza a los extraños.1
Esa leyenda
guaraní refuerza un consejo bíblico que muchos hemos dejado de acatar debido al
peligro que representan los extraños. El consejo es éste: «Sigan amándose unos
a otros fraternalmente. No se olviden de practicar la hospitalidad, pues
gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.»2 Con todo, lo que más
debiera preocuparnos no es la posibilidad de hospedar a un ángel o a la luna
legendaria, sino la posibilidad de alojar en el corazón al Señor Jesucristo,
que es superior a los ángeles3 y es una lumbrera de miles de vatios de
potencia. En el Apocalipsis, San Juan describe al Hijo de Dios como la lumbrera
de la Nueva Jerusalén, ciudad que a pesar de medir casi cinco millones de
metros cuadrados, «no necesita ni sol ni luna que la alumbren, porque la gloria
de Dios la ilumina».4 Pero Juan también representa a Cristo como quien está a
la puerta de nuestro corazón pidiendo entrada. Más vale que le abramos la
puerta, para que se cumpla en nosotros lo que le prometió a la iglesia de
Laodicea: «Si alguno oye mi voz y abre la puerta —afirma el Señor—, entraré, y
cenaré con él, y él conmigo.»5
1 Eduardo Galeano, Memoria del fuego I:
Los nacimientos, 18a ed. (Madrid: Siglo XXI Editores, 1991), pp. 34-35.
2 Heb 13:1-2. Permanezca el amor fraternal.
13:2 No os
olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron
ángeles.
3 Heb 1:4. hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más
excelente nombre que ellos.
4 Ap 21:23. La ciudad no tiene necesidad
de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y
el Cordero es su lumbrera.
5 Ap 3:20. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye
mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
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