martes, 20 de diciembre de 2016

EL NIÑO QUE HA NACIDO ES DIOS ADMIRABLE.

 ADMIRABLE
“Y se llamará su nombre Admirable” (Is. 9:6).
Muy pocas cosas causan una impactante admiración que deja a un lado todo cuanto nos rodea y centra nuestra atención solo en aquello que nos ha cautivado. Estamos acostumbrados a ver cosas nuevas y prodigiosas cada día, por lo que es difícil encontrar algo que absorba nuestra atención por mucho tiempo. Esto ocurre también con la Persona de nuestro Salvador. Hay muchas cosas en la vida que nos impactan y cautivan nuestra atención desviándola de Él. La visión de Jesús queda difuminada por la niebla de las circunstancias y el impacto de su gloria se nubla en nuestro pensamiento. De ahí que el versículo llame nuestra atención hacia Él. Los nombres expresan lo que Él es. Son cuatro como deben leerse en el texto: Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Tomemos cada uno de ellos durante las próximas semanas. El primero lo dividiremos en dos.
Jesús es Admirable. El término tiene un amplio sentido, maravilloso, sublime, glorioso, y procede de una raíz que significa, incomparable o inefable. Es el título que corresponde a la manifestación propia de Dios. Jesús es la revelación suprema de Dios. Cuando irrumpe en nuestro mundo tiene como misión revelar a Dios en forma que podamos comprenderlo ya que “nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt. 11:27). Ese impactante y glorioso Dios se manifiesta en Cristo, ya que en Él “habita corporalmente toda la plenitud de la deidad” (Col. 2:9). Fue proclamado por los ángeles, adorado por los hombres, reconocido por los suyos. Ahora mismo podemos ver la gloria de Su majestad, en sus “ojos como llama de fuego... su voz como estruendo de muchas aguas... su rostro como el sol cuando resplandece en su fuerza” (Ap. 1:14-16). Cuando tenemos clara la visión de esa gloria, no podemos sino entender que es Admirable.
Lo es también por Su obra. Aquel “Verbo fue hecho carne”, el Eterno revestido de temporalidad, para dar Su vida por nosotros en una cruz. Su vida fue tocada con la experiencia de nuestras enfermedades y de nuestros dolores. Nuestras lágrimas fueron también las suyas. Nuestros conflictos y tristezas alcanzaron en Él la dimensión de la agonía. Nuestra muerte fue la suya, para que por Su vida tengamos nosotros vida. Cuando por la fe subimos al Gólgota y preguntamos al crucificado: ¿Por qué mueres Señor? Recibimos como respuesta: te amé y me entregué por ti. Entonces solo puede haber para nosotros un título que darle: Admirable.
En el presente Su gracia se manifiesta de mil maneras. Ni un momento permite que transitemos solos en la vida. No está a nuestro lado solo para alumbrar el camino, y para darnos el poder que precisamos, lo hace para “compadecerse”. ¿Me doy cuenta? Compadecer, padecer conmigo. En el sufrimiento está a mi lado. En la lucha me alienta y vigoriza. En la enfermedad me da fuerzas y acomoda mi cama para hacerla confortable (Sal. 41:3). En mis caídas me restaura. En el desánimo me señala al final del camino donde me espera la morada que prepara para mí.
Sí, no tengo otro nombre que defina a mi Señor: Él es Admirable. Así necesito verlo, para que Su gloria eclipse cualquier gloria mía y mis nieblas se disipen al efecto poderoso de la suya. Señor, permíteme descubrirte hoy como Admirable.
Autor: Pastor Samuel Perez Millos

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