ES TIEMPO DE
LUCHAR COMO DICE EL APÓSTOL PABLO.
LEA ESTA
FÁBULA Y ANÍMESE A SEGUIR ADELANTE.
EL PODER DE
LAS PALABRAS EN LA VIDA DEL CREYENTE.
SALMO 119:
119:9 ¿Con qué limpiará el joven su camino?
Con guardar
tu palabra.
119:165
Mucha paz tienen los que aman tu ley,
Y no hay
para ellos tropiezo.
LAS RANAS Y
EL HOYO
Por Carlos
Rey.
Cierto día
un grupo de ranas saltaba por el bosque. De repente, dos de ellas cayeron en un
hoyo profundo. Las demás se juntaron alrededor del hoyo. Al ver lo profundo que
era, llegaron a la conclusión de que no había modo de que se salvaran sus
desdichadas compañeras.
—¡El hoyo es
muy hondo! ¡De ahí no van a salir con vida! —les gritaron.
Las dos
ranas no les hicieron caso a sus amigas, sino que comenzaron a saltar con todas
sus fuerzas, tratando de salir del hoyo.
—¡Es inútil!
¡De ahí no saldrían ni con patas biónicas! —insistieron las otras.
Finalmente
una de las ranas, extenuada y desmoralizada, le puso atención a lo que las
demás le gritaban y se rindió. Fue tal su desgaste físico y mental que se
desplomó y murió en el acto.
La otra rana
siguió saltando con férrea determinación. Con cada nuevo salto que daba, decía:
—¡Sí se
puede! ¡Sí se puede!
No obstante,
desde muy arriba la multitud de ranas, frenéticas como los espectadores del
circo romano, le gritaban:
—¡Deja de
luchar! ¡Resígnate y muere!
Pero la rana
repetía: «¡Sí se puede! ¡Sí se puede!» y saltaba cada vez con más fuerzas hasta
que finalmente logró salir del hoyo.
Viéndola
agotada, pero sana y salva, las otras ranas le dijeron: —¡Eres nuestra heroína!
Esperamos que no tomes a mal que te hayamos desanimado tanto.
La rana les
respondió:
—Háblenme
más fuerte que no las oigo bien. Casi quedo sorda del golpe que sufrí al caer
al fondo. Quiero darles las gracias a todas por animarme a que me esforzara más
y a que no me diera por vencida. Si no hubiera sido por ese aliento que me
dieron, de seguro habría quedado en el fondo para siempre, como nuestra pobre
compañera.
No cabe duda
de que esta fábula resalta el poder de las palabras. Su moraleja de que
nuestras palabras tienen poder de vida y de muerte nos recuerda el refrán que
dice: «A palabras necias, oídos sordos.» Si bien la rana triunfadora de la
fábula no se hizo la sorda sino que realmente ensordeció, de todos modos nos
enseña a no hacerles caso a los malos consejos y a las palabras de desaliento,
pues son palabras necias.
Esa es una
de las lecciones que aprendemos del libro de Job, el patriarca bíblico. Los
amigos de Job, así como las ranas amigas de la fábula, al verlo en el hoyo de
la desgracia en que había caído, lo dejaron con el ánimo por el suelo. Pero a
diferencia de las ranas, los amigos de Job conocían el poder alentador de las
palabras, pues reconocían que las palabras mismas de Job habían sostenido a los
que tropezaban y habían fortalecido a los que flaqueaban.1 Y sin embargo los
tales amigos optaron por desmoralizarlo con sus palabras.
Uno de
ellos, reafirmando las palabras de Job, dijo: «El oído saborea las palabras,
como saborea el paladar la comida.»2 Tomemos conciencia de esta verdad.
Determinemos que de hoy en adelante el sabor de nuestras palabras será grato al
oído de nuestros amigos, sobre todo a los que han caído en alguna desgracia.
1 Job 4:4. Al que tropezaba enderezaban
tus palabras,
Y esforzabas
las rodillas que decaían.
3 Job 12: 11. 12:11 Ciertamente el oído distingue las
palabras,
Y el paladar
gusta las viandas.
2 Job 34:3. Porque el oído prueba las
palabras,
Como el
paladar gusta lo que uno come.
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