UTILICEMOS
BIEN LA LENGUA Y ENVIAMOS MENSAJES LIMPIOS.
EL PODER DE
LA LENGUA Y EL PODER DE LAS PALABRAS.
«MENSAJES
DESINFECTADOS»
Por Carlos
Rey.
21 de
febrero: Día Internacional del Idioma Materno).
Ocurrió en
el siglo veinte, cuando aún no había correo electrónico ni fax, sino sólo
correo aéreo y telegramas. En la sucursal número 15 del correo capitalino de
Santiago de Chile, el anciano encargado de la limpieza se distrajo por un
instante. Al llenar los tinteros que usaba el público para escribir telegramas,
en vez de poner tinta, los llenó de creolina, un líquido negro que usaba para
desinfectar los baños y los pisos.
El público
que durante toda una mañana llegó a la oficina para enviar telegramas notó un
olor particular en la «tinta» de los tinteros; sin embargo, como de todos modos
servía para escribir, nadie dijo nada. Por fin un empleado que atendía en la
ventanilla descubrió el error, y se limpiaron los tinteros y se volvieron a
llenar de tinta. El empleado, con aire de filósofo, hizo este gracioso
comentario: «Bueno, después de todo hemos estado enviando mensajes
desinfectados toda la mañana.»
¡Qué bueno
sería que «desinfectáramos» todos los mensajes que transmitimos! Lo cierto es
que, como sociedad, vamos de mal en peor en cuanto a la cantidad de palabras
sucias que escribimos y pronunciamos. Nuestra lengua y nuestra pluma parecen
estar cada vez más cargadas de veneno. Usamos la lengua como si fuera un arma
emponzoñada, con el fin de calumniar y difamar al prójimo, manchando así su
reputación.
Por eso dice
el apóstol Santiago: «La lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace
alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan
pequeña chispa!... La lengua es un fuego, un mundo de maldad. Siendo uno de
nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende
a su vez fuego a todo el curso de la vida.»1.
Peor aún es
cuando vamos más allá de hablar, y escribimos cartas o mensajes anónimos,
porque la palabra escrita tiene mayor influencia y permanencia que la palabra
hablada. Hay personas que se especializan en enviar mensajes hirientes,
calumniosos, de doble sentido, que contienen palabras ambiguas que envenenan
las relaciones entre amigos y parientes.
Jesucristo,
el divino Maestro, nos enseñó que «de la abundancia del corazón habla la
boca».2 Es decir, de un corazón emponzoñado salen palabras llenas de veneno.
Las palabras que pronunciamos vierten el contenido de nuestra alma, de modo que
si en nuestra alma hay maldad, enojo, despecho y resentimiento, eso mismo verterá
nuestras palabras.
Menos mal
que tenemos a nuestra disposición un desinfectante maravilloso, capaz de
limpiar perfectamente nuestro corazón. Es la sangre de Jesucristo. Según el
apóstol Juan, esa sangre que vertió Cristo por nosotros en la cruz del Calvario
«nos limpia de todo pecado».3 Si la aplicamos a nuestro corazón, desinfectará y
purificará toda palabra que salga de nuestra boca.
1 Stg 3:5,6. 3:5 Así también la lengua es un
miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque
enciende un pequeño fuego!
3:6 Y la
lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros
miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella
misma es inflamada por el infierno.
2 Mt 12:34. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis
hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la
boca.
3 1Jn 1:7. Pero si andamos en luz, como
él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su
Hijo nos limpia de todo pecado.
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