BIENAVENTURADOS
LOS MANSOS Y HUMILDES DE CORAZÓN.
Bienaventurados
los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. — Mateo 5:5
Un problema
con la palabra española manso es que rima con ganso, y durante años, la gente
ha vinculado ambos conceptos. Un diccionario popular da una segunda definición
para manso: demasiado sumiso; fácilmente controlable; sin carácter; sin
espíritu». Por esta razón, algunos cuestionan las palabras de Jesús:
«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad»
(Mateo 5:5).
El erudito
en griego W. E. Vine afirma que la mansedumbre, como se define en la Biblia, es
una actitud hacia Dios «que considera que su trato para con nosotros es bueno,
y por lo tanto, no hay discusión ni resistencia». Esto lo observamos en Jesús,
cuyo deleite fue hacer la voluntad de su Padre.
El autor
continúa diciendo que «la mansedumbre manifestada por el Señor y que se les
recomienda practicar a los creyentes es fruto del poder […]. Jesucristo era
“manso” porque tenía a su disposición los recursos infinitos de Dios». Él
podría haber llamado a los ángeles del cielo para impedir que lo crucificaran.
Jesús les
dijo a sus agobiados y cansados seguidores: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas» (Mateo 11:29). Él fue el modelo perfecto de la mansedumbre.
Cuando
estamos cansados y turbados, Cristo nos invita a descubrir la paz que produce
confiar mansamente en Él.
Dios tiene
dos moradas: en el cielo y en un corazón manso y agradecido.
EJEMPLO DE
HUMILDAD.
EL VERDADERO
SIGNIFICADO DE LAVAR LOS PIES ES: SENTIR LA NECESIDAD DE SER LIMPIADOS POR JESUCRISTO Y TENER PARTE CON SU MISIÓN Y
VISIÓN.
… Dios
resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. —Santiago 4:6
Durante la
época de Semana Santa, mi esposa y yo asistimos a una reunión en una iglesia
donde los participantes procuraban representar los sucesos que Jesús y sus
discípulos experimentaron la noche antes de que Él fuera crucificado. Como parte
de la reunión, los miembros del personal de la iglesia les lavaron los pies a
algunos de los colaboradores voluntarios de la congregación. Mientras miraba,
me preguntaba qué expresa más humildad en nuestra época: ¿lavar los pies de
otra persona o que alguien lave los nuestros? Tanto unos como otros, los que
estaban sirviendo y los servidos, mostraban distintos aspectos de la humildad.
Cuando Jesús
y sus discípulos se reunieron para la última cena (Juan 13:1-20), el Señor, en
un servicio humilde, les lavó los pies a sus seguidores. Pero Simón Pedro se
resistió, diciendo: «No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te
lavare, no tendrás parte conmigo» (13:8). Lavar los pies no era un simple
ritual; También puede verse como una ilustración de nuestra necesidad de ser
limpiados por Cristo; una limpieza que nunca se llevará a cabo si no estamos
dispuestos a ser humildes delante del Salvador.
Santiago
escribió: «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Santiago
4:6). Recibimos la gracia de Dios cuando reconocemos su grandeza, ya que Él se
humilló a sí mismo en la cruz (Filipenses 2:5-11).
La posición
más poderosa en la Tierra es arrodillarse ante el Señor del Universo.
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