3:21 Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.
3:22 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
!! HE AQUÍ
YO ESTOY A LA PUERTA !!. UN HOMBRE ES UN VERDADERO SABIO, SI ABRE SU CORAZÓN A
JESÚS .
Reflexiones
- Yo estoy a la Puerta
Un hombre había pintado un lindo cuadro. El
día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales,
fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor,
reconocido artista. Llegado el momento, se tiró el paño que velaba el cuadro.
Hubo un
caluroso aplauso.
Era una
impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús
parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si adentro de
la casa alguien le respondía.
Todos
admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso, encontró
una falla en el cuadro. La puerta no tenía cerradura.
Y fue a
preguntar al artista:
_"¡Su
puerta no tiene cerradura! ¿Cómo se hace para abrirla?".
El pintor
tomó su Biblia, buscó un versículo y le pidió al observador que lo leyera:
Apocalipsis
3, 20:
"He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta,
entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo."
_"Así
es", respondió el pintor. "Ésta es la puerta del corazón del hombre.
Solo se abre por dentro."
Abramos
nuestro corazón al amor, a DIOS.
Cambiemos,
aún estamos a tiempo.
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Eran enormes pilas de cartas, y cada día entraban nuevas. Llegaban entre cincuenta y cien cartas diarias, principalmente de Europa y América, aunque también del resto del mundo. Su destino era el correo de Jerusalén, y las autoridades no sabían qué hacer con ellas. Eran cartas que iban dirigidas a «Dios en Jerusalén». Una carta iba dirigida así: «El Señor del mundo. Trono de gloria. Séptimo cielo. Jerusalén.» Algunas de esas cartas contenían peticiones de ayuda, especialmente de solteras que buscaban esposo. Otras venían de niños que habían sido abandonados. El jefe de correos se vio obligado a tomar la decisión de quemar todas esas cartas. «No podemos hacer otra cosa con ellas», concluyó. Esta noticia de un número crecido de cartas enviadas a Jerusalén y dirigidas a Dios debe hacernos reflexionar. Que haya tanta gente en el mundo urgentemente necesitada y que no sabe cómo hallar a Dios es sumamente triste. Que haya necesidad de dirigirse a Dios es evidente. Que este haya sido el anhelo de toda la humanidad de todos los tiempos, también es evidente. Y que toda persona se sentiría feliz si Dios le diera la respuesta que necesita, lo es igualmente. En el Libro de Job, tal vez el libro más antiguo de la Biblia, se expresa el mismo anhelo: «¡Ah, si supiera yo dónde encontrar a Dios! ¡Si pudiera llegar adonde él habita! Ante él expondría mi caso; llenaría mi boca de argumentos» (Job 23:3). Para satisfacer esa necesidad, el hombre ha inventado toda clase de religiones y ha fundado toda clase de ciudades sagradas. En cierta ocasión, Jesucristo pasaba por la ciudad de Samaria cuando junto a un pozo se encontró con una mujer samaritana. Ella, en la conversación que se suscitó, le dijo a Jesús: «Nuestros antepasados adoraron en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén.» A lo que Jesús le respondió: «Los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren» (Juan 4:20-23). Dios no está circunscrito a ningún lugar, a ninguna organización, a ningún orden ni a ninguna religión. Si tratáramos de describir el lugar donde se halla, tendríamos que concluir que se encuentra en el lugar de nuestra necesidad. Lo hallamos en el corazón del arrepentido. Lo hallamos en el dolor del humilde. Y más que todo, lo hallamos al pie de la cruz de Cristo. Dios está ahora mismo tocando a la puerta de nuestro corazón. Abrámosle la puerta y dejémoslo entrar. Él quiere ser nuestro seguro y eterno Salvador. Apocalipsis 3: 20-22. |
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