EL ENCUENTRO
DE DOS GRANDES POSICIONES Y DOS CULTURAS Y DOS MUNDOS.
JESÚS
REPRESENTANDO EL REINO DE DIOS Y NICODEMO REPRESENTANDO LAS TRADICIONES.
JESÚS REPRESENTANDO
EL NUEVO NACIMIENTO Y NICODEMO REPRESENTANDO EL VIEJO HOMBRE.
«Había un
hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos»
(Juan 3:1). Este prominente rabí probablemente quería tener una conversación
sin interrupción con Jesús, así, pues, él decidió venir a Jesús de noche.
Nicodemo era miembro del Sanedrín, el concilio que controlaba la vida religiosa
de Israel, pero aún él pudo confesarle a Jesús: «Rabí, sabemos que has venido
de Dios como Maestro» (3:2).
Jesús le
dijo a Nicodemo: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y
del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne
(de padres humanos), carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es» —
(«ser hechos hijos de Dios» — 1:12) (3:5-6). «Os es necesario nacer de nuevo» —
(«de Dios» — 1:13) (3:7). Para ilustrar lo importante que es «nacer de nuevo»
(tener la vida eterna), Jesús le recordó del tiempo cuando los israelitas,
cerca del final de sus jornadas de 40 años en el desierto, otra vez murmuraron
sobre sus circunstancias. Por eso, el Señor les mandó serpientes ardientes
entre ellos. Miles de personas murieron. Cuando el pueblo clamó a Dios, Él
mandó a Moisés a hacer una serpiente de bronce y levantarla sobre un asta. El
pueblo sólo podía ser sanado al poner sus ojos y mirar a la serpiente de bronce
(Números 21:5-9). Jesús entonces dijo: «Y como Moisés levantó la serpiente en
el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que
todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna» (Juan 3:14-15).
«El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado,
porque no ha creído en el Nombre del Unigénito Hijo de Dios» (3:18). La
serpiente fue hecha de bronce desde que es el símbolo bíblico del juicio.
La persona
que ha llegado a «nacer de nuevo» del Espíritu Santo ahora ama las cosas de
Dios que antes vivía ignorando, y odia las cosas malas que antes deseaba.
Cuando nacimos la primera vez recibimos la naturaleza pecaminosa de nuestros
padres, la cual fue heredada de Adán. Pero, cuando llegamos a «nacer de nuevo»
y entramos en la familia de Dios, es que recibimos Su naturaleza divina. Por
esta razón Dios nos dice: «andad como hijos de luz (porque el fruto del
Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable
al Señor» (Efesios 5:8-10).
LA
APRESIACIÓN DE DIOS ES DIFERENTE A LA APRESIACIÓN DEL HOMBRE.
La persona
más insignificante por la medida del mundo es preciosa en los ojos de Dios.
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