LA IGLESIA
NO ES DE PABLO O DE APOLOS NI DE PEDRO
LA IGLESIA ES DE JESUCRISTO.
La iglesia
en Corinto estaba dividida sobre quién era el líder espiritual más adecuado.
Pablo no estaba de acuerdo con los que decían que ellos solamente preferían el
punto de vista de Pablo y que Apolos y Pedro necesitaban darle a Pablo la
razón, por eso escribió: « ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores
por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió
el Señor» (I de Corintios 3:5). No somos competidores, pero todos juntos «somos
colaboradores de Dios» (3:9). En la epístola a los romanos, Pablo ilustró esta
actitud divisiva al decir: «Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga
iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente»
(Romanos 14:5).
Nosotros
somos miembros del Cuerpo de Cristo. Nuestra mayor prioridad siempre debe ser:
«que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. . .
¿Acaso está dividido Cristo?» (I de Corintios 1:10,13). Todos nos necesitamos
los unos a los otros, pues juntos podemos cumplir la voluntad de Dios en el
Cuerpo de Cristo por medio de nuestras oraciones, los diezmos, las ofrendas,
los talentos, y el poder testificarles a otros. Nadie debe de sentirse
indispensable o inadecuado, pues todos somos «una misma cosa» en Cristo (3:8).
Toma toda
clase de creyente para hacer el Cuerpo de Cristo, el cual es la iglesia y, sin
excepción, todos son necesarios: «nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo;
pues todos participamos de aquel mismo Pan (Cristo)» (10:17), «Porque nosotros
somos colaboradores de Dios» (3:9).
Esto no deja
ninguna oportunidad para envidiar la habilidad o la utilidad de otras personas,
ni aun para llenarnos de orgullo como si nosotros mismos hubiésemos hecho algo
en nuestra propia fuerza. El celo junto con el orgullo deshonra a Cristo y
destruyen el espíritu de unidad. Las diferencias a veces son ignoradas por no
reconocer este verdadero problema en nuestras vidas.
Es muy
importante reconocer que Pablo no estaba esperando una uniformidad en ver las
cosas iguales, pero sí quería que hubiese unidad en el Espíritu aun en medio de
las diferencias. «Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura,
después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos,
sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para
aquellos que hacen la paz» (Santiago 3:17-18).
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