PARA DIOS
SOMOS PRECIOSOS UNAS VASIJAS DE BARRO LLENAS DE CRISTO.
TENEMOS ÉSTE
TESORO PRECIOSO, QUE ES CRISTO MISMO EN NUESTRAS VIDAS.
Las vasijas
de barro tienen poco valor en sí mismas. Su valor esencial depende en lo que
contienen. Si se quedan vacías, entonces no tienen ningún propósito para
existir. Sin embargo, si están llenas de oro, su valor aumenta dramáticamente.
El cuerpo de cada creyente se compara a una vasija ordinaria de barro y el
tesoro precioso que contiene «es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria»
(Colosenses 1:27). También «tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la
excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros» (II de Corintios 4:7) y
para Dios somos preciosos y responsables a Él para sembrar Su Palabra que
produce vida abundante. Muchos piensan que nadie tenía más autoridad espiritual
que el apóstol Pablo, pero aún él mismo escribió: «No que nos enseñoreemos de
vuestra fe, sino que colaboramos para vuestro gozo; porque por la fe estáis
firmes» (1:24). Los corintios eran responsables a Dios, no a Pablo, de igual
manera cada creyente es responsable sólo a Dios en cuestiones de fe.
El estar a
cuenta con Dios incluye nuestras reacciones a las experiencias que son comunes
a muchos de los hijos de Dios como: «estamos atribulados en todo, mas no
angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados;
derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes
la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste (sea
conocida) en nuestros cuerpos» (4:8-10). Desde que el Espíritu Santo mora en
cada creyente, Dios espera que expresemos Sus características durante cada
prueba y sufrimiento. También podemos enfrentarnos a las pruebas y a los
sufrimientos con la confianza que nuestro Señor está amorosamente obrando lo
que es mejor para nuestro bien eterno.
Las pruebas
y los problemas, en cualquier forma que vengan, son necesarios para nuestro
crecimiento espiritual, y sin ellos, entonces, no pudiéramos ejercitar nuestra
fe ni poder desarrollar el discernimiento y la fuerza espiritual. Tal y como
fue necesario para Jesús morir, nosotros también tenemos que morir al amor
propio egoísta y llegar a ser copartícipes voluntariamente de Sus sufrimientos.
«Porque esta
leve tribulación (prueba) momentánea produce en nosotros un cada vez más
excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven,
sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que
no se ven son eternas» (II de Corintios 4:17-18).
PARTICIPAMOS
EN LOS SUFRIMIENTOS DE JESUCRISTO, PERO TAMBIÉN PARTICIPAMOS EN SU GLORIA.
Somos
llamados a ser «participantes de los padecimientos de Cristo» (I de Pedro
4:13).
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