UNA INVITACIÓN A QUE
OREMOS TODOS JUNTOS.
¿ORAMOS
JUNTOS?
Dios, tú me
regalas un toque sanador y tranquilizante. Tú disipas mis conflictos, por
simples que parezcan o complejos que sean. Tú demuestras paciencia frente a mis
a veces torpes intentos por ser mejor. Tú perdonas y olvidas mis secretos y
vergüenzas más escondidas.
Tu sanas la
silenciosa desesperación que envejece mis sueños. Tú no ves mis errores, sino
que ves mis posibilidades. Tú comprendes mis pequeñas y grandes privaciones. Tu
logras milagros: mis desastres absolutamente irreparables, aparentemente irreparables,
los tornas en cosas excelentes.
Tú me
levantas cuando estoy arruinado por la culpa y lastimado por el pasado. Tú me
abrazas con compasión, sin abofetearme y sin reprocharme absolutamente nada.
Tú, Dios mío, me liberas cuando soy prisionero del fracaso y del trabajo. Tú no
me miras de reojo, ni me avergüenzas o menoscabas en público. Tú prestas
atención a mis tristezas y escuchas mis suspiros. Tu absorbes mis heridas,
disipas mis tinieblas y extraes las espinas que la vida clavo en mi alma.
Tú, Señor,
levantas mi cabeza y me devuelves a la realidad de la vida. Me escuchas, sin
censurarme ni malentenderme. Ves mi grandeza interior y te pones a mí lado para
soñar mis sueños. Contigo yo puedo ser genuino, autentico, a ti nada puedo
esconderte ni necesito esconderte nada. Contigo puedo llorar, reír, gritar,
quejarme, soñar, lamentarme. Tu Dios me conoces, no solo lees mis labios, sino
también mi corazón. Tú ves mis soledades, mis incertidumbres, mis decepciones.
A ti, Señor, si te importa lo que me pasa. Tú si me entiendes. En ti encuentro
la gracia suficiente para empezar otra vez.
A tu lado
Señor, he descubierto que de las tragedias sin sentido se pueden obtener bienes
mayúsculos. Tú no me reprochas mi desperdicio de oportunidades, ni mis
recurrentes fracasos. Tú no hablas más de mis pecados. Tú restauras mi dignidad
arruinada. Tu Padre bueno, no me sentencias a una vida de remordimientos. Tú
nunca te desentiendes de mí. Tú nunca te desesperas de mí. Salvador mío, tu no
dejas que yo me pierda en la oscuridad de mi dolor. Tú me consuelas sin
recurrir a frase hechas. A tu lado, Señor, ya no necesito ocultar mi evidente
tristeza detrás de sonrisas huidizas. Tú me incluyes en tus planes sin hacerme
sentir un extraño. Tú nunca tomas a la ligera mis soledades.
Tú Señor,
sabes lo peor de mí, y no te escandalizas. También conoces lo mejor de mí, y
sigues esperándolo. Tú produces una nueva fuerza, aun en mis silenciosas
lágrimas. Tú estás, aun cuando siento que ya no se puede hacer nada. Tú
reconstruyes mi corazón empolvado por el resentimiento. Tú enciendes la llama
de la vida, en mi alma enfriada por la rutina y el sinsentido.
A tu lado he
conocido la mejor noticia del mundo: a pesar de todo, Dios no me abandono, no
renuncio a mí, no me descarto. El todavía cree en mí, y me inspira a que yo
también crea en mí. Me desafía a intentarlo de nuevo, a no darme nunca por
vencido.
A tu lado
Señor, me regalas una canción que nace aun entre lágrimas. Tus palabras me
renuevan: hijo, no estás solo, ¡yo estoy contigo! Tu aliento me presenta una
nueva esperanza: ¡pronto veras como brilla el sol!
Tú, Dios
mío, estás dispuesto a brindarte por completo. Y por sobre todas las cosas,
tienes un amor que nunca morirá. ¡Tu amor por mí nunca morirá!
Autor.
Martín Carrasco.
DIOS QUIERE
LO MEJOR PARA NOSOTROS.
"NO
SOMOS PERFECTOS, SOMOS QUERIDOS"
“Y descendí
a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda.” - Jeremías
18:3.
Cuando nos
convertimos y entregamos nuestro corazón a Jesús, permitimos que Dios empiece a
trabajar en nosotros, entonces, va cambiando nuestras vidas y eliminando lo que
está mal, sanando nuestro corazón de las heridas que el pasado ha dejado, para
que podamos correr a su propósito sin cargas y nos enseña lo que es el amor y
así, nos acerca cada día a ser como él.
“Y la vasija
de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra
vasija, según le pareció mejor hacerla.” Jeremías 18:4.
Esta parte
es la que conmueve mi corazón, porque a veces estando en las manos de un
perfecto alfarero, nos echamos a perder como este barro, sabiendo lo que no le
agrada a Dios, lo hacemos, fallamos, nos desanimamos, nos enfriamos y por
ultimo nos apartamos de Él. Lo que debes recordar en este pasaje es que el
alfarero no desecho el barro, al contrario, hizo otra vasija mejor!
Entonces
vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este
alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano
del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel. Jeremías 18:3-6.
Si estas en
esta situación y estas arrepentido, Dios
te dice: “Acaso no podré cambiarlos? Acaso no puedo hacer un buen
trabajo con un barro que se echó a perder?” Hace mucho tiempo cuando intente
apartarme de Dios por esta causa, comprendí que; “No somos perfectos, somos
queridos” a Dios no le importó en ese momento mi pasado, solo le importaba que
lo escuche:
“Palabra de
Jehová que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y
allí te haré oír mis palabras.” Jeremías 18:1-2.
Hoy toma una
decisión! Si te has estado alejando de Dios porque has fallado, si cometiste
algún error, si pecaste aun sabiendo que estaba mal, o has estado perdiendo tu
primer amor por tu propio descuido, y aun no puedes perdonarte... Hoy Dios te
dice; “Levántate y Ve a casa... quiero hablar contigo” Es hora de que te pongas
firme y entres en su morada por medio de una oración.
“Porque él
conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo.” Salmos 103:14.
No hay comentarios:
Publicar un comentario