Todos los presentes en aquella reunión habían tenido un encuentro con Dios. Uno por uno se levantaron y contaron lo que Jesucristo había hecho por ellos. Unos contaban cómo los había liberado de sus vicios, otros contaban cómo había resuelto sus problemas conyugales, y aun otros contaban cómo había suplido sus necesidades materiales. Entre ellos había una ancianita indígena que también quería hablar.
La mujer se levantó y, con marcada dificultad, dijo con el acento de su dialecto indígena: «Yo no sé cómo hablar, pero sí sé lo que siento dentro de mí. Desde que acepté a Cristo en mi vida, es como si Él le ha dado vuelta a mi corazón. Todo es muy diferente. Mis pensamientos son diferentes. Mi vida es diferente. Yo no sé cómo decirlo, excepto que Dios le ha dado vuelta a mi corazón.»
Mientras grandes teólogos se devanan los sesos tratando de definir a Dios, de reducir las enseñanzas de Jesucristo a filosofías humanas y de relegar sus milagros a la esfera de lo común y corriente, esta anciana indígena, sin escuela ni erudición, define la doctrina de la regeneración en una frase que encierra lo que otros han tratado de definir en grandes tomos: vuelta al corazón.
Esta es una magnífica ilustración de la gran diferencia que hay entre la teoría y la experiencia. Una cosa es estudiar religión, y otra es conocer a Dios. Así mismo una cosa es poder dar un florido discurso sobre la vida mística de Jesús de Nazaret, y otra es tener a ese Jesús motivando cada acción de nuestra vida. Si hemos de hallar la paz y la tranquilidad que proceden de haber hallado el verdadero sentido de la vida, lo que necesitamos no es una definición teológica de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad sino tener a Cristo mismo viviendo en nuestro ser.
La definición de la anciana indígena, «vuelta al corazón», es lo que realmente ocurre cuando permitimos que Cristo fije su residencia en nuestro ser. En un tiempo corríamos tras el pecado; ahora corremos tras la justicia divina. En un tiempo arrastrábamos las cadenas del vicio; ahora somos libres como los pájaros. Todo esto está comprendido en las palabras positivas de la anciana indígena. Es, en realidad, lo que significa ser regenerado: vuelta al corazón.
Si no le hemos dado oportunidad a Cristo de que fije su residencia en nuestro corazón, no somos cristianos en el sentido más estricto de la palabra. ¿Somos, de veras, seguidores de Cristo? ¿Hemos permitido que le dé vuelta a nuestro corazón?
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