¿Desde hace cuanto tiempo eres creyente en Jesucristo? ¿Cuantas predicaciones has escuchado desde entonces? ¿Cuanto has leído de la Biblia? Ahora, una pregunta mucho más importante ¿Cuanto de todo lo que has aprendido de las Escrituras has puesto práctica?
La Palabra del Señor es eficaz para transformar la vida de los creyentes. Lo normal es que, a mayor cantidad de años expuestos a la enseñanza de la Biblia, mayores cambios en la conducta del creyente. Sin embargo, un gran número de “cristianos” no evidencian cambios significativos en su manera de pensar y de vivir. ¿Por qué es esto así? ¿Acaso la Palabra de Dios ha perdido su poder transformador? ¿Es que la Biblia ha dejado de ser eficaz en nuestro tiempo?
¡De ninguna manera! la Palabra de Dios sigue y seguirá siendo poderosa para transformar al creyente. Por lo tanto, el problema no está en ella sino en nosotros. Específicamente en la actitud con la que nos acercamos a su enseñanza y en el concepto que tenemos de ella.
El cristiano debe adoptar una actitud correcta al acercarse a las Escrituras si lo que pretende es obtener de ella toda bendición disponible. Te invito reflexionar sobre tu propia actitud hacia la Palabra de Dios.
En Santiago 1.19-27, Jacobo, el hermano del Señor, enseñó a los cristianos judíos del primer siglo a adoptar una actitud correcta hacia la Palabra de Dios. La palabra había sido sembrada en sus corazones; para que germine y de fruto era necesario que tuvieran la actitud correcta.
Una actitud correcta a la Palabra de Dios se evidenciaría en tres aspectos: (1) debían recibir la Palabra con mansedumbre (vv. 19-21), (2) debían obedecer la Palabra (vv. 22-25) y (3) mostrar una conducta diferente como muestra de fe genuina (vv. 26-27).
Los tres primeros versículos nos exhortan a que...
Recibamos la Palabra de Dios con mansedumbre (vv. 19-21)
El texto de la Nueva Versión Internacional dice:
19 Mis queridos hermanos, tened presente esto: Todos debéis estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojaros; 20 pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere. 21 Por esto, despojaos de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que podáis recibir con humildad la palabra sembrada en vosotros, la cual tiene poder para salvaros la vida.
Los creyentes a los que Santiago escribe se reunían seguramente en casas particulares. Aun no habían templos donde congregarse como iglesia. Tampoco tenía un programa de culto definido. Sus reuniones eran similares a las de la sinagoga judía donde se leían las Escrituras y posteriormente se reflexionaba.
Lo que debía ser un momento de reflexión en la Palabra, con frecuencia se tornaba en discusión estéril y hasta nociva para la edificación. Todos opinaban hasta el punto de acabar discutiendo furiosamente.
Sin duda alguna, esa actitud no era la correcta para aprender y edificarse en las Escrituras. Por eso, Santiago les exhorta a adoptar una actitud correcta hacia la Palabra de Dios. Para ellos les ordena:
1. «Todos debéis estar listos para escuchar» (v. 19b)
2. «y ser lentos para hablar» (v. 19c)
3. «y para enojaros» (v. 19d)
4. «despojaos de toda inmundicia y de la maldad» (v. 21)
Escuchar atentamente la Palabra de Dios (v. 19b)
Lo primero que los cristianos judíos debían hacer para adoptar una buena actitud hacia la Palabra era escuchar atentamente la Palabra de Dios (v. 19b). Debían ser dóciles en la recepción de la Palabra, prestarle absoluta atención a lo que la Palabra tenía que decirles.
Escuchar con atención implica estar atento a lo que la Palabra nos enseña, nos reprende, nos corrige y nos instruye (2 Tim. 3.16). He enfatizado el pronombre personal "nos" porque la actitud correcta hacia la Palabra divina requiere que seamos nosotros mismos las primeras personas en las que pensemos al aplicar las Escrituras.
Es por eso que al recibir la Palabra de Dios a través de cualquier medio, sea oral (predicación, estudio, etc.) o escrito (lectura diaria de la Biblia, o de un artículo, libro cristiano, etc.) debemos inmediatamente preguntarnos ¿Qué me enseña esta Palabra? ¿Qué reprende en mi vida? ¿Qué pretende corregir en mi? ¿Qué quiere que haga inmediatamente? Pues soy yo la primera persona a la que la Palabra debe impactar y producir cambios de conducta y pensamiento.
Escucha atentamente lo que Palabra de Dios tiene que decirte a tí. Si recibes la Palabra con una actitud distinta tu atención se desviará de lo que es realmente importante: lo que Dios tiene que decirter a tí.
Ser tardos para comenzar a hablar (v. 19c)
Santiago ordena a sus lectores "ser lentos para hablar". No piense el lector que se refiere a que debían hablar lentamente. No, la idea es "ser tardos para comenzar a hablar". Habiendo escuchado la Palabra debían tomarse tiempo en reflexionar, para evitar hablar cosas ligeras acerca de Dios.
Hablar por hablar es siempre un problema. Lo es aun más cuando discutimos sobre temas bíblicos. Por eso, Santiago ordena a sus lectores que no hablen lo primero que venga a sus cabezas. No sea que sus Palabras estén alejadas de la verdad de Dios y provoquen necias discusiones.
El texto nos advierte sobre el peligro de hablar neciamente y nos exhorta ha estar plenamente conscientes de las palabras que decimos. No dice que debamos callar, más bien, que seamos sabios al hablar.
Mide bien tus palabras, recuerda que sobre cada una de ellas darás cuenta a Dios (Mt. 12.36). Tu hablar debe ser el que edifica, no el que destruye y siembra disensión.
Ser lentos para enojarse (v. 19d-20)
Las discusiones sobre la Palabra, cuando no se enfrentan con la actitud correcta, pueden acabar en un verdadero pleito. Esto precisamente, es lo que Santiago quiere evitar. Por eso exhorta a sus lectores a ser lentos para enojarse.
Las palabra dichas a la ligera con frecuencia encienden los ánimos y terminan con un un ataque de ira. Santiago nos pide que sepamos contenernos cuando estamos airados.
He sido testigo de estudios bíblicos donde algunos de sus participantes se retiran muy enfadados o terminan insultándose unos a otros. La razón: no han recibido la Palabra con una actitud de mansedumbre, al contrario, han tomado las Escrituras para defender sus propias opiniones. Algunas veces incluso hasta tergiversando los textos bíblicos para ganar una discusión.
Esta actitud hacia la Palabra no produce la vida justa que Dios quiere en sus hijos. Santiago lo dice claramente: "la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere" (v. 20). Cuando una persona permite que la ira lo gobierne, deja de ser guiado por Dios y el fruto de sus palabras sera disensión y pecado (Prov. 29.22).
Debemos controlar nuestro temperamento estando listos para escuchar, y siendo lentos para hablar y enojarnos. Pide al Señor sabiduría y humildad, y que sea él quien tome control de tus pensamientos y de tus palabras.
Despojarse de todo pecado (v. 21a)
Santiago ordena a sus lectores que se despojen además, de toda inmundia moral que ensucia sus almas y que dejen de lado todo la maldad que arruina sus vidas. Él desea que se quiten de la inmundicia interna y del mal externo que prevalece a su alrededor y que los influencia. Ya que toda clase de maldad impide que la Palabra sembrada en su corazones produzca una vida justa.
La palabra "despojaos" puede también traducirse como "desnudarse" o "desvestirse"1. Con está metáfora Santiago nos ilustra una gran verdad:
Cuando nuestra ropa está sucia debemos quitárnosla para lavarla y ponernos ropa limpia. Cuando la vida está llena de inmundicia, de malicia y de toda cosa sucia e inaceptable para Dios, no podemos hacer lugar a lo limpio y nuevo hasta que no nos hayamos quitado la ropa vieja (...)
Lo que debemos despojarnos es de toda suciedad y la maldad que sobreabunda. Ambas, suciedad y maldad, se refieren sin duda al pecado. No es un poco de suciedad lo que debemos limpiar, sino toda la suciedad. No es poca la maldad que mantenemos, ella sobreabunda. Las declaraciones tajantes y extremas de Santiago son para llamarnos la atención. Todos concedemos que algún mal habremos hecho. Pero reconocer todo el mal que se ha hecho, y reconocer que el mal que tenemos es sobreabundante sólo puede hacerse “en mansedumbre” y siguiendo el mandato bíblico.2
El texto bíblico de Santiago nos dice como debemos recibir la Palabra de Dios: con mansedumbre. Y nos revela la manera en que podemos conseguirlo. La ejecución de estas cuatro acciones, 1. Escuchar atentamente la Palabra de Dios (v. 19b), 2. Ser tardos para comenzar a hablar (v. 19c), 3. Ser lentos para enojarse (v. 19d-20) y 4. Despojarse de todo pecado (v. 21a); nos prepará para que recibamos la Palabra de Dios con mansedumbre (vv. 21b).
Después de despojarnos de todo estorbo, es necesario recibir con humildad la Palabra. Debemos encarnar esa Palabra en nuestra vida, hacerla nuestro pan, nuestro aire.
La Palabra de Dios no solamente nos salvará de la condenación eterna, es viva y eficaz para restaurar y transformar nuestra vida en este mundo. Sí, la aplicación de la Palabra divina tiene beneficios eternos y terranales. Es poder de Dios para salvación y transformación.
Pero es necesario recibirla con mansedumbre. Sometiendo nuestros pensamientos y conducta a sus demandas. Esto es recibirla con mansedumbre.
Amigo lector ¿Cuál es tu actitud ante la Palabra de Dios? ¿Eres de los que la escuchan atentamente para evaluar tu vida a través de ella o de quienes apenas la escuchan una vez a la semana? Te animo a que cambies tu actitud hacia la Biblia y la recibas con mansedumbre. Para ello debes hacer algunos cambios en tu vida:
1. Escucha atentamente la Palabra de Dios (v. 19b)
Cada vez que escuches una predicación o leas la Biblia responde las preguntas:
¿Qué me enseña esta Palabra?
¿Qué reprende en mi vida?
¿Qué pretende corregir en mi?
¿Qué quiere que haga o deje de hacer inmediatamente?
2. Se tardo para comenzar a hablar (v. 19c)
Pide al Señor sabiduría cuando estés en un estudio bíblico y debas decir algo.
Recuerda que el propósito es edificar no provocar la ira de los demás.
3. Se lento para enojarte (v. 19d-20)
Pide al Señor que controle tu temperamento. Si estás muy enfadado, es mejor no hablar.
Hazlo una vez que estés más tranquilo y hayas elegido las palabras y la forma de decirlas.
4. Despójate de todo pecado (v. 21a)
Examina tu vida. Abandona todo hábito o actitud de pecado.
Debes desvestirte rápidamente de todo pecado confesándolo al Señor y pidiendo su perdón.
Él es fiel y justo para perdonarte y limpiarte de toda maldad.
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