UNA, DOS, TRES, ¡BASTA! DE PECAR.
Fue algo relativamente leve: un pequeño robo de treinta y siete dólares. La policía y el sistema judicial lo calificaron de «robo de segundo grado». No hubo amenazas, ni hubo violencia ni sangre: sólo el arrebato de una billetera de un desprevenido transeúnte.
Sin embargo, era la tercera vez que el hombre había sido convicto de robo. Y según la ley de su país, al que comete tres veces el mismo delito lo encierran en la cárcel de por vida. Por eso condenaron a cadena perpetua a Paul Rivers, de veintiséis años de edad.
De ser primera vez, Rivers hubiera recibido, a lo sumo, una pena de un año. Tal vez aun podría salir libre bajo palabra. Pero era la tercera vez, y eso agraviaba triplemente el delito.
No nos corresponde a nosotros juzgar si una u otra ley de cualquier país es, o no, justa, pero este caso nos lleva a una reflexión espiritual. ¿Tendrá Dios, así mismo, límites en su trato con el hombre? ¿Qué hará Dios con los que no se contentan con pecar tres veces sino muchas más? ¿Hasta cuándo tolerará a los que mienten una y otra vez? ¿Qué de la lengua difamadora que en el transcurso de una vida vierte miles de calumnias? ¿Hasta dónde alcanzará la paciencia de Dios con el adúltero que continuamente repite su infidelidad? ¿Qué del hipócrita, del engañador, del ladrón, del homicida, en fin, del pecador que constantemente quebranta las leyes de Dios?
Dios es en extremo paciente, y quiere que todos los hombres se arrepientan (2 Pedro 3:9). Él siempre extenderá su perdón y su gracia, pero el pecador contumaz, aquel a quien poco le importa si altera o no su comportamiento, termina agotando la paciencia del Creador. Dios, dice la Biblia, no soportará al hombre para siempre (Génesis 6:3).
El sabio Salomón añade: «El que es reacio a las reprensiones será destruido de repente y sin remedio» (Proverbios 29:1). Dios es muy paciente, pero es peligroso poner a prueba su paciencia.
La única vía segura es arrepentirnos, sincera y profundamente, al sentir ese golpe de conciencia, y pedir, humildemente, perdón por nuestros pecados.
No hay duda de que Dios siempre está dispuesto a perdonar. Pero al pecador perdonado le advierte que no vuelva a pecar (Juan 8:11). Ser perdonado, y abandonar para siempre el pecado, es la clave salvadora.
ROMANOS 6:1-14
Muertos al pecado
1 ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? 2 En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? 3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? 4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. 5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; 6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. 7 Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. 8 Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; 9 sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. 10 Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. 11 Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. 12 No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; 13 ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. 14 Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.
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