viernes, 25 de marzo de 2016

POR UN ADÁN REINÓ LA MUERTE Y POR UN NUEVO ADÁN, QUE ES JESÚS ABUNDA LA GRACIA Y EL DON DE LA JUSTICIA.

POR UN ADÁN REINÓ LA MUERTE Y POR UN NUEVO ADÁN, QUE ES JESÚS
ABUNDA LA GRACIA Y EL DON DE LA JUSTICIA.
“Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” - (Romanos 5:17).
¿Por qué Dios vino, en medio de una noche en Judea, a través del portal del vientre de una virgen, para nacer como un hombre? ¿Por qué Él cambió su gloria por carne y sangre? Una de las razones fue para restaurar para nosotros el dominio que habíamos perdido como pueblo de Dios. Tal vez no se da cuenta que Dios lo hizo a usted para reinar. Dios nos creó para ser reyes y reinas (vea Génesis 1:26). Pero, ¿cuánta gente está consciente hoy de su dominio dado por Dios? Jesús justamente recuperó nuestro dominio, y derrumbó los principados y los poderes de este mundo cuando, inclinando su cabeza, dijo: “¡Consumado es!” (Juan 19:30).
Lea la historia de la creación en el primer capítulo de Génesis. ¿Qué distinciones puede hacer entre las creaciones de Dios, y el Creador llamado Dios? Realice una caminata en la naturaleza y agradezca a Dios que Él gobierne sobre la creación y que le haya dado a usted dominio.
SI, CRISTO MURIÓ EN MI LUGAR.
MURIÓ «EN MI LUGAR»
Por Carlos Rey.
«Enrique velaba en su capilla, abatido y lleno de terror. Tenía la fiebre que acomete a los reos de muerte cuando no tienen la fortuna de contar con un corazón templado y un alma estoica....
»Sin creencias de ninguna especie, carecía... de la energía que da la justicia de una causa.... Él no había tenido más que ambición, y la ambición... cuando está sola no sirve de nada en los negros momentos de la adversidad, y mucho menos en presencia de la muerte.
»Enrique estaba desfallecido.... La convicción que tenía... de ser culpable, y la consideración de que ante todo el mundo su delincuencia estaba probada, era bastante para quitarle su vigor. Además, un hombre que ha hecho en el mundo numerosas víctimas y que no ha vivido sino para gozar, no llevando en su memoria ese tesoro de consuelo de las buenas acciones... no ve acercarse el fin de sus días sin estremecerse y sin abatirse.
»Enrique, pues, tenía miedo.... Tenía los cabellos erizados y los ojos fuera de las órbitas....
»De repente... el centinela de vista [abrió la puerta].
»Era Fernando Valle.
»Enrique se levantó azorado.
»—¿Qué desea usted aquí, Fernando? —preguntó tartamudeando....
»—Vengo a salvar a usted.
»—¡A salvarme! ¿Cómo?
»—... Si usted no hubiese traicionado, es seguro que yo no habría tenido motivo para acusarlo; de modo que la traición de usted es la verdadera causa de que se halle así, próximo a ser ejecutado....  Pero, en fin —continuó Fernando—, yo lo acusé; y la causa indirecta de su condenación soy yo.... La muerte de usted emponzoñaría con su recuerdo mi vida entera. Quiero ahorrarme esta pena y, además, hay una mujer que moriría si lo fusilasen a usted. Quiero que viva y que sea feliz; ella lo ama, y a su amor deberá usted su salvación. He aquí lo que vengo a proponerle: Usted se vestirá en este momento mi uniforme, se ceñirá mi espada y mis pistolas..., se echará... el capuchón sobre la cabeza, y nadie podrá reconocerlo....
»Enrique quedó estupefacto... No podía creer aquello....
»—Pero usted, ¿qué hará?
»—Eso no es cuenta de usted, caballero; yo sabré arreglarme.
»—Es que [pudieran] fusilarlo a usted en mi lugar.... ¡Fernando..., es usted mi salvador!
»Luego que Enrique estuvo listo, Fernando le hizo señas de que saliese....
»—¡Adiós! —dijo a Valle.
»—¡Adiós! —respondió éste sin volver la cara....
»Fernando respiró como si algún enorme peso acabase de quitársele del corazón.... Dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas, y murmuró con voz ronca:
»—¡No creía yo que había de morir así!1.
Así como Fernando Valle, en efecto, fue fusilado en lugar de su amigo Enrique Flores al final de la clásica novela Clemencia, escrita por el ilustre autor mexicano Ignacio Manuel Altamirano en el siglo diecinueve, también nuestro Señor Jesucristo, en el primer siglo de la era cristiana, fue crucificado en lugar de cada uno de nosotros, a quienes considera sus amigos. «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos»,2. dijo Cristo antes de dar su vida voluntariamente por nosotros. Y así como Fernando, que era inocente, murió por Enrique, que era culpable, también Cristo, el único que jamás pecó, 3. Murió por nosotros «cuando todavía éramos pecadores»,4. Como dice San Pablo, «el justo por los injustos»,5. como dice San Pedro. Correspondamos cuanto antes a ese amor, al que debemos nuestra salvación eterna.
1         Ignacio Manuel Altamirano, Clemencia (Bogotá, Editorial Norma, 1990), pp. 175179.
2         Jn 15:13. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.
3         1P 2:22. El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca;
4         Ro 5:68. 5:6 Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.
5:7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.
5:8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
5         1P 3:18. Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu;
NO TENGO PALABRAS PARA AGRADECER A DIOS POR LO QUE HIZO  EN ESA CRUZ POR MI!
Antes de que yo naciera, Él por mi nació.
Antes de que yo pensara, Él por mi pensó
Y en el vientre de mi madre me formó
Con sus manos me dio vida todo por amor.
No tengo palabras como agradecerte!
No tengo palabras para decirte lo que se siente
Y No tengo palabras, palabras perfectas
Para decirte que yo te amo con todas mis fuerzas
No tengo palabras.
Antes de que yo sufriera, Él por mi sufrió
Antes de que yo llorará, Él por mis lloró
Y mis pecados en la cruz, Él perdonó

Al sufrir este tormento todo por amor.


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