POR UN ADÁN REINÓ LA MUERTE Y POR UN NUEVO ADÁN, QUE ES JESÚS
ABUNDA LA
GRACIA Y EL DON DE LA JUSTICIA.
“Pues si por
la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno
solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la
justicia” - (Romanos 5:17).
¿Por qué
Dios vino, en medio de una noche en Judea, a través del portal del vientre de
una virgen, para nacer como un hombre? ¿Por qué Él cambió su gloria por carne y
sangre? Una de las razones fue para restaurar para nosotros el dominio que
habíamos perdido como pueblo de Dios. Tal vez no se da cuenta que Dios lo hizo
a usted para reinar. Dios nos creó para ser reyes y reinas (vea Génesis 1:26).
Pero, ¿cuánta gente está consciente hoy de su dominio dado por Dios? Jesús
justamente recuperó nuestro dominio, y derrumbó los principados y los poderes
de este mundo cuando, inclinando su cabeza, dijo: “¡Consumado es!” (Juan
19:30).
Lea la
historia de la creación en el primer capítulo de Génesis. ¿Qué distinciones
puede hacer entre las creaciones de Dios, y el Creador llamado Dios? Realice
una caminata en la naturaleza y agradezca a Dios que Él gobierne sobre la
creación y que le haya dado a usted dominio.
SI, CRISTO
MURIÓ EN MI LUGAR.
MURIÓ «EN MI
LUGAR»
Por Carlos
Rey.
«Enrique
velaba en su capilla, abatido y lleno de terror. Tenía la fiebre que acomete a
los reos de muerte cuando no tienen la fortuna de contar con un corazón
templado y un alma estoica....
»Sin
creencias de ninguna especie, carecía... de la energía que da la justicia de
una causa.... Él no había tenido más que ambición, y la ambición... cuando está
sola no sirve de nada en los negros momentos de la adversidad, y mucho menos en
presencia de la muerte.
»Enrique
estaba desfallecido.... La convicción que tenía... de ser culpable, y la
consideración de que ante todo el mundo su delincuencia estaba probada, era
bastante para quitarle su vigor. Además, un hombre que ha hecho en el mundo
numerosas víctimas y que no ha vivido sino para gozar, no llevando en su
memoria ese tesoro de consuelo de las buenas acciones... no ve acercarse el fin
de sus días sin estremecerse y sin abatirse.
»Enrique,
pues, tenía miedo.... Tenía los cabellos erizados y los ojos fuera de las
órbitas....
»De
repente... el centinela de vista [abrió la puerta].
»Era
Fernando Valle.
»Enrique se
levantó azorado.
»—¿Qué desea
usted aquí, Fernando? —preguntó tartamudeando....
»—Vengo a
salvar a usted.
»—¡A
salvarme! ¿Cómo?
»—... Si
usted no hubiese traicionado, es seguro que yo no habría tenido motivo para
acusarlo; de modo que la traición de usted es la verdadera causa de que se
halle así, próximo a ser ejecutado....
Pero, en fin —continuó Fernando—, yo lo acusé; y la causa indirecta de
su condenación soy yo.... La muerte de usted emponzoñaría con su recuerdo mi
vida entera. Quiero ahorrarme esta pena y, además, hay una mujer que moriría si
lo fusilasen a usted. Quiero que viva y que sea feliz; ella lo ama, y a su amor
deberá usted su salvación. He aquí lo que vengo a proponerle: Usted se vestirá
en este momento mi uniforme, se ceñirá mi espada y mis pistolas..., se
echará... el capuchón sobre la cabeza, y nadie podrá reconocerlo....
»Enrique
quedó estupefacto... No podía creer aquello....
»—Pero
usted, ¿qué hará?
»—Eso no es
cuenta de usted, caballero; yo sabré arreglarme.
»—Es que
[pudieran] fusilarlo a usted en mi lugar.... ¡Fernando..., es usted mi
salvador!
»Luego que
Enrique estuvo listo, Fernando le hizo señas de que saliese....
»—¡Adiós!
—dijo a Valle.
»—¡Adiós!
—respondió éste sin volver la cara....
»Fernando
respiró como si algún enorme peso acabase de quitársele del corazón.... Dos
gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas, y murmuró con voz ronca:
»—¡No creía
yo que había de morir así!1.
Así como
Fernando Valle, en efecto, fue fusilado en lugar de su amigo Enrique Flores al
final de la clásica novela Clemencia, escrita por el ilustre autor mexicano
Ignacio Manuel Altamirano en el siglo diecinueve, también nuestro Señor
Jesucristo, en el primer siglo de la era cristiana, fue crucificado en lugar de
cada uno de nosotros, a quienes considera sus amigos. «Nadie tiene amor más
grande que el dar la vida por sus amigos»,2. dijo Cristo antes de dar su vida
voluntariamente por nosotros. Y así como Fernando, que era inocente, murió por
Enrique, que era culpable, también Cristo, el único que jamás pecó, 3. Murió
por nosotros «cuando todavía éramos pecadores»,4. Como dice San Pablo, «el
justo por los injustos»,5. como dice San Pedro. Correspondamos cuanto antes a
ese amor, al que debemos nuestra salvación eterna.
1 Ignacio Manuel Altamirano, Clemencia
(Bogotá, Editorial Norma, 1990), pp. 175‑179.
2 Jn 15:13. Nadie tiene mayor amor que este, que
uno ponga su vida por sus amigos.
3 1P 2:22. El cual no hizo pecado, ni se
halló engaño en su boca;
4 Ro 5:6‑8. 5:6 Porque Cristo, cuando aún éramos
débiles, a su tiempo murió por los impíos.
5:7 Ciertamente,
apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir
por el bueno.
5:8 Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros.
5 1P 3:18. Porque también Cristo padeció
una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios,
siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu;
NO TENGO
PALABRAS PARA AGRADECER A DIOS POR LO QUE HIZO EN ESA CRUZ POR MI!
Antes de que
yo naciera, Él por mi nació.
Antes de que
yo pensara, Él por mi pensó
Y en el
vientre de mi madre me formó
Con sus
manos me dio vida todo por amor.
No tengo
palabras como agradecerte!
No tengo
palabras para decirte lo que se siente
Y No tengo
palabras, palabras perfectas
Para decirte
que yo te amo con todas mis fuerzas
No tengo
palabras.
Antes de que
yo sufriera, Él por mi sufrió
Antes de que
yo llorará, Él por mis lloró
Y mis
pecados en la cruz, Él perdonó
Al sufrir
este tormento todo por amor.
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