UNA VERDAD
EXTRAORDINARIA QUE DIOS APRENDIÓ PADECIENDO.
«DIOS HA DE
APRENDER PADECIENDO»
Por Carlos
Rey.
Después de
cuarenta y cinco años de ausencia, la anciana volvió a su país natal. En el
vuelo de Ginebra a Madrid vio el cielo de España, y no pudo contener su
emoción. Allí abajo estaba su patria, la tierra que abandonó en 1939, al
terminar la guerra civil. Ahora, en su vejez, volvía a verla.
Se trataba
de María Zambrano, escritora, pensadora y política republicana. Cuando los
periodistas le preguntaron cómo se sentía al estar de nuevo en su tierra y qué
ideas había aportado ella para el desarrollo del pensamiento, ella respondió:
«Yo no he vivido de ideas sino de experiencias. No he conocido nada que no haya
sufrido y padecido al mismo tiempo. He vivido ese saber que aparece en la
tragedia griega, en Agamenón, cuando se dice que Dios mismo ha de aprender padeciendo.»
He aquí una
frase que tiene repercusiones teológicas: «Dios mismo ha de aprender
padeciendo.» La pronunció primeramente Agamenón, rey legendario de Micenas, en
la tragedia griega que lleva su nombre, y la citó, quizá por haberse
identificado con ella, la escritora española María Zambrano. Pero la frase es
bíblica, y el pensamiento que encierra es uno de los más profundos de la
teología. Sugiere que Dios mismo tuvo que aprender a identificarse con el
hombre mediante el sufrimiento. Porque el sufrimiento es toda una escuela
filosófica, en la que se aprenden verdades que de otro modo no se llegan a
comprender.
En el libro
bíblico a los hebreos leemos lo siguiente: «En los días de su vida mortal,
Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía
salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión. Aunque era
Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; y consumada su perfección,
llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen».1 De ahí
que tuviera razón la frase de Agamenón. Jesucristo, el Hijo de Dios, se hizo
hombre, y aprendió la obediencia mediante el padecimiento.
Cristo tuvo
que sufrir los dolores del hombre, soportar sus tentaciones y conocer sus
terrores. Pero por eso mismo es un Salvador perfecto y un Maestro y Consejero
sin igual. Podemos acercarnos a Él con toda confianza y contarle todas nuestras
angustias. Según el mismo escritor a los Hebreos, «era preciso que en todo se
asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al
servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo.... Por lo tanto, ya
que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado
los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo
sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido
tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que
acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y
hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos».2.
1 He 5:7‑9.
2 He 2:17,18; 4:14‑16.
Juan 6:35:
“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre;
y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás.”
El evangelio
verdadero enfatiza lo eterno.
Abra la
puerta de su corazón para alimentar al Mundo con el Pan de Vida que es
Jesucristo El Señor.
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