EL MEJOR
TERRENO ES AQUEL QUE PRODUCE FRUTO AL 30, AL 60 Y AL 100%.
LA
IMPORTANCIA DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS. Mateo 13: 1- 9.
13:1 Aquel
día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar.
13:2 Y se le
juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y toda la gente estaba
en la playa.
13:3 Y les
habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a
sembrar.
13:4 Y
mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las
aves y la comieron.
13:5 Parte
cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no
tenía profundidad de tierra;
13:6 pero
salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.
13:7 Y parte
cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron.
13:8 Pero
parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál
a treinta por uno.
13:9 El que
tiene oídos para oír, oiga.
LAS
ENSEÑANZAS DE JESÚS EN SUS PARÁBOLAS.
En la
primera parábola que Mateo registró, Jesús describió cuatro clases de
respuestas de aquellos que oían Su Palabra. El verdadero discípulo de Cristo es
representado por «el que fue sembrado en buena tierra» el cual al mismo tiempo
« . . . da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno» (Mateo
13:8-23). Su segunda parábola fue «(la) cizaña» (la hierba mala) que creció en
el mismo campo con el trigo pero no produjo fruto (13:24-30). «(La) cizaña»
parece idéntica al trigo mientras que está creciendo. En su primera etapa, sólo
los expertos conocen la diferencia. Pero, cuando esta hierba mala llega a su
madurez, su punta revela que no tiene fruto ni es de valor alguno. En esta
parábola, el Maestro nos dice: «Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta
la siega. . . » (13:30). Jesús bien nos explica: «El campo es el mundo; la
buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo»
(13:38).
«(La)
cizaña» representa las personas que exteriormente parecen ser conversos a
Cristo, pero que en verdad nunca han recibido a Jesucristo como Salvador y
Señor de sus vidas. Pueden ser miembros de la iglesia, dar sus diezmos, y aun
engañar a otros miembros de la iglesia, pero no pueden engañar a Cristo. Puede
ser asombroso leer que «Enviará el Hijo del Hombre a Sus ángeles, y recogerán
de Su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y
los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes»
(13:41-42).
Ninguna
persona espera ser arrojada a un horno de fuego, donde habrá «el lloro y el
crujir de dientes». Jesucristo nos dijo: «porque estrecha es la puerta, y
angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (7:14).
Estos pocos tienen características que no son iguales a la mayoría de la gente.
Ellos han reconocido que son pecadores y que necesitan al Salvador, y le han
preguntado al Señor que les perdone sus pecados, y han puesto a Jesús como el
Señor de sus vidas. Ellos también siempre están alegres en asistir a los cultos
de adoración los domingos.
La frase:
«Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hechos 16:31), quiere decir mucho
más que un ascenso mental a este hecho — es un estilo de vida. «(Para)
presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de Él; si en verdad
permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del
evangelio que habéis oído» (Colosenses 1:22-23).
Nuestra fe
es fortalecida mientras que obedecemos la Palabra de Dios — la «fuente» de la
fe.
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