EN EL
EVANGELIO DE MARCOS SE NARRA LA SANIDAD DE UN LEPROSO.
SU MINISTERIO EN GALILEA.
Dios había
dirigido a Moisés, diciéndole: «Manda a los hijos de Israel que echen del
campamento a todo leproso. . . para que no contaminen el campamento de aquellos
entre los cuales Yo habito» (Números 5:2-3). Ninguna enfermedad ocupa más
espacio en los escritos de las Escrituras como la lepra. Extrañamente, al
principio sólo aparece como una mancha blanca y después rosada. Mientras que la
lepra progresa lentamente, llega a ser muy aborrecible, y muchas veces fatal en
sus consecuencias. Esto ilustra cómo es que la lepra parece insignificante al
principio, pero, si continúa, sus consecuencias siempre nos lleva a la
desolación.
Un leproso
termina perdiendo su habilidad de sentir el dolor. Pero, aun peor, mientras que
la lepra progresa, los dedos de las manos y de los pies se van pudriendo y al
fin se caen. Por siglos, los leprosos eran incurables — eran considerados los
despreciables de la sociedad que no se podían tocar.
Uno de estos
desechados digno de lástima vino con intrepidez a Jesús «Vino a Él un leproso,
rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme» (Marcos
1:40). Cuando el leproso dijo «Si quieres», él no tenía ninguna duda que Jesús
podía limpiarle. Pero él dudaba Su buena voluntad de hacerlo desde que la lepra
era más peor que cualquier otra enfermedad incurable, pues también le hacía al
leproso una persona inmunda para las ceremonias. No quiso decir «¿podría Él?»
sino «¿lo haría Él?». «Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y
le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio» (1:41).
Mateo
registró que este leproso «se postró ante Él» para adorarle (Mateo 8:2), y
Lucas dijo que «se postró con su rostro en tierra» ante Él (Lucas 5:12). Sólo
Marcos nos dice que «Jesús teniendo misericordia de él», entonces extendió Su
mano amorosa a este leproso inmundo «y le tocó». Jesús «teniendo misericordia»,
expresó la más fuerte de las emociones humanas y la expresión verdadera de Su
amoroso corazón. Cuando Jesús le tocó esto mostró su compasión por medio de Sus
Palabras «Quiero, sé limpio» (Marcos 1:41; Lucas 5:13). Hoy en día Jesús nos
dice: «Ya vosotros estáis limpios por la Palabra que os he hablado» (Juan
15:3). La fe en Dios viene por el oír Su Palabra (Romanos 10:17).
Al saber que
estamos salvos, tal y como el leproso que Jesús limpió quien «comenzó a
publicarlo mucho» (Marcos 1:45), todos nosotros también vamos a querer decirle
a otras personas lo que Jesús ha hecho por nosotros.
Mientras que
observamos a los pecadores por todo nuestro alrededor y vemos cómo el pecado
está destruyendo la vida espiritual de la gente, es muy importante también
recordar que «El Señor. . . es paciente para con nosotros, no queriendo que
ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (II de Pedro 3:9).
Cuando la
presión es mayor, más tiempo tenemos que dedicarle a la oración.
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